La increíble historia de... - La dentista demonio

David Walliams

Fragmento

Un simple dolor de muelas

1

Un simple dolor de muelas

imagen

Alfie detestaba ir al dentista. Por eso tenía casi todos los dientes amarillos. Y los que no estaban amarillos, estaban directamente marrones. Llevaban las marcas de todas esas chucherías que los niños adoran y los dentistas odian: golosinas, refrescos con gas, chocolate. Los dientes que no estaban ni amarillos ni marrones sencillamente no estaban. Se le habían caído. Uno se lo había hincado a un caramelo de tofe y allí se había quedado. Los caramelos masticables de sabores frutales también se habían llevado unos pocos por delante. Así quedaba el joven Alfie cada vez que sonreía...

Alfie

Y todo porque este chico de doce años no había ido al dentista desde que era muy pequeño.

La última vez que Alfie había ido al dentista no tendría más de seis años. Había ido por un simple dolor de muelas, pero la cosa había acabado fatal. El señor Vetusto, que así se llamaba el dentista, era más viejo que Matusalén. Aunque sus intenciones eran buenas, ya tendría que llevar muchos años jubilado. Parecía una tortuga. Centenaria, por más señas. Llevaba unas gafas tan gruesas que hacían que sus ojos parecieran dos pelotas de tenis. El señor Vetusto le dijo a Alfie que la muela en cuestión estaba podrida, que no podía salvarla con un empaste y que, por desgracia, no le quedaba más remedio que sacársela.

El Sr. Vetusto

El dentista tiró de la muela con todas sus fuerzas una y otra vez usando unas enormes tenazas de acero, pero esta se resistía a salir. El señor Vetusto llegó incluso a apoyar un pie en la silla, junto a la cabeza de Alfie, para hacer palanca y arrancar de una vez por todas la dichosa muela, pero de nada sirvió.

El dentista tiró de la muela

Entonces, el viejo dentista llamó a la enfermera de la consulta, que era más vieja aún que él, para que lo ayudara. Le dijo a la señorita Remilgos que se abrazara a él y tirara hacia atrás con todas sus fuerzas. Pero ni por esas lograron sacar la muela.

No tardaron en pedir a la rechoncha recepcionista, la señorita Botijo, que fuera a echar una mano. La señorita Botijo pesaba más que el señor Vetusto y la señorita Remilgos juntos. Pero ni con semejante contrapeso lograron que la muela saliera.

imagen

Entonces el dentista tuvo una idea, y ordenó a la señorita Remilgos que buscara el hilo dental más grueso que hubiese en la consulta. Luego ató el hilo dental a las tenazas y anudó la otra punta en torno al corpachón de la señorita Botijo. A continuación indicó a la rolliza recepcionista que saltara por la ventana a la de tres. Pero ni siquiera con el enorme peso de la señorita Botijo tirando de la muela consiguieron arrancarla.

Mientras el pobre Alfie seguía en la silla del dentista, aterrorizado, el señor Vetusto fue a la sala de espera en busca de refuerzos. Uno por uno, todos los pacientes (cada vez más) que esperaban para visitarse fueron pasando a la consulta para ayudar con la extracción: jóvenes y viejos, gordos y flacos. El anciano dentista necesitaba toda la ayuda posible.

imagen

Sin embargo, pese a los esfuerzos de la larga cadena humana, convertida en un ejército de arrancamuelas,* el diente de Alfie seguía tan campante, sin moverse de su sitio. Para entonces el pobre estaba que se subía por las paredes. El daño que le hacían al tirar de la muela era cien veces peor que el dolor de muelas. No obstante, el señor Vetusto estaba decidido a terminar lo que había empezado. Sudaba a mares y estaba muerto de sed, así que le dio un buen trago a la botella de enjuague bucal y luego cogió las tenazas con todas sus fuerzas.

Finalmente, después de lo que parecieron días, semanas o incluso meses de tira y afloja, Alfie oyó un estruendoso ¡¡¡CCCCCCCCRRRRRRRRR AAAAAAAAAAAAAACCCCCCCCCCC!!!

imagen

El dentista había apretado tanto las tenazas que había roto la muela, haciéndola estallar en mil trocitos dentro de la boca de Alfie.

imagen

Cuando por fin se acabó la pesadilla, el señor Vetusto y todos sus ayudantes estaban tirados por el suelo de la consulta, apiñados unos encima de otros.

—¡Buen trabajo, todo el mundo! —los felicitó el carcamal mientras su ayudante, la señorita Remilgos, lo ayudaba a levantarse—. ¡Vaya con esa muela, era dura de roer!

Justo entonces, Alfie se dio cuenta de algo. Seguía teniendo dolor de muelas.

¡El hombre se había equivocado de muela!

Creer

2

Creer

Alfie salió de la consulta corriendo como alma que lleva el diablo. Esa tarde fatídica el chico se juró que nunca jamás volvería a pisar la consulta de un dentista. Y había cumplido su promesa. En todos esos años, no había ido una sola vez a hacerse la revisión dental, y eso que el señor Vetusto le había enviado una pila de cartas de recordatorio. Alfie se las arreglaba para esconderlas de modo que su padre no las viera.

La de Alfie era una familia de dos. Solo estaban él y su padre. La madre del chico había muerto al dar a luz, así que Alfie no había llegado a conocerla. A veces se sentía triste, como si la echara de menos, pero no se lo contaba a nadie porque, ¿cómo iba a echar de menos a alguien que ni siquiera conocía?

Para esconder las cartas del dentista, Alfie arrastraba un banco sin hacer ruido por el suelo de la cocina. Era más bien bajito para su edad. De hecho, era el segundo alumno más bajo de la escuela. Tenía que ponerse de puntillas sobre el banco y hacer equilibrios para alcanzar la parte de arriba del aparador en el que escondía las cartas. Para entonces debía de haber unas cien cartas apiladas, y Alfie sabía que su padre no podía encontrarlas. Lo sabía porque el señor Griffith llevaba muchos años enfermo, y desde hacía algún tiempo solo podía moverse en silla de ruedas.

imagen

Antes de que la enfermedad lo obligara a dejar de trabajar, su padre era minero. Era un hombre grandullón, ancho como un armario, y le encantaba su trabajo en la mina de carbón, gracias al cual se aseguraba de que no le faltara de nada a su hijo, al que quería muchísimo. Sin embargo, todos los años que pasó encerrado bajo tierra acabaron pasándole factura. Tení

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos