Santa Clara 4 - Segundo curso en Santa Clara

Enid Blyton

Fragmento

CAPÍTULO 1

La última semana de las vacaciones de verano pasó muy deprisa, y las mellizas, Pat e Isabel O’Sullivan, se pasaron la mayor parte del tiempo probándose vestidos, comprándolos, buscando sus botas y palos de lacrosse y tratando de encontrar un montón de cosas que aparentemente habían desaparecido.

—¿Dónde está mi bolsa de labor? —dijo Pat, mientras volvía boca abajo un cajón repleto de cosas—. Sé que la traje a casa a final de curso.

—Solo consigo encontrar una de mis botas de lacrosse —se lamentó Isabel—. Mamá, ¿has visto la otra?

—Sí, ayer llegó del zapatero —respondió la señora O’Sullivan—. ¿Dónde la pusiste?

—Preparar el equipaje para ir al colegio siempre es mucho más complicado que hacerlo al volver a casa —comentó Pat—. Oye, Isabel..., ¿verdad que será divertido estar en segundo este año?

—¿A quién tendréis de profesora? —les preguntó su madre, sacando la mitad de las cosas que Pat había metido en el baúl para colocarlas ordenadas.

—A la señorita Jenks —contestó Pat—. En parte, me sabe mal dejar a la señorita Roberts y el primer curso. Nos divertimos mucho.

—Apuesto a que también nos divertiremos en la clase de la señorita Jenks —dijo Isabel—. No creo que sea tan exigente como la señorita Roberts.

—¡No te creas! —comentó Isabel, tratando de introducir una lata de caramelos en un hueco—. Tal vez no tenga la lengua sarcástica de la señorita Roberts..., ¡pero es muy suya! ¿No te acuerdas de cómo manejó a Tessie cuando quiso tomarle el pelo fingiendo estornudos?

—Sí..., la envió a que el ama de llaves le diera una buena dosis de aquella medicina tan horrible que se suponía que iba a cortarle el resfriado —dijo Pat—. De todas formas, apuesto a que podremos hacer muchas cosas en el curso de la señorita Jenks.

—Espero que trabajéis —dijo la señora O’Sullivan, colocando la bandeja superior del baúl de Isabel—. Me puse muy contenta con vuestras notas del último curso. No me las vayáis a traer malas ahora que cambiáis de clase...

—Desde luego que trabajaremos, mamá —dijo Pat—. Te aseguro que las profesoras del Santa Clara no son nada blandas en lo que se refiere al trabajo. ¡Nos hacen estudiar muchísimo! Mademoiselle es la peor. ¡La verdad es que parece como si creyera que hemos de hablar francés mejor que nuestra propia lengua!

—Entonces no me extraña que vuestro acento francés haya mejorado tanto —dijo la señora O’Sullivan con una carcajada—. Ahora, Pat, déjame ver si puedo cerrar tu baúl. Será mejor que te sientes encima mientras yo trato de ajustar los cierres.

El baúl no se cerraba, y la señora O’Sullivan volvió a abrirlo para mirar qué había dentro.

—No puedes llevarte todos esos libros —dijo con firmeza.

—Mamá, tengo que llevármelos —dijo Pat—. Igual que esos juegos..., nos encantan los rompecabezas en invierno.

—Bueno, Pat, todo lo que puedo decirte es que será mejor que te lleves los libros, los juegos, los caramelos, las galletas y las labores, y dejes tus vestidos —le dijo su madre—. Vamos..., sé razonable, saca tres libros y podremos cerrar el baúl.

Pat sacó tres libros, pero cuando la señora O’Sullivan no miraba, se apresuró a meterlos en el baúl de Isabel. Entonces el suyo se cerró con facilidad y pudieron echar la llave. Luego la señora O’Sullivan fue a cerrar el de Isabel.

—Este tampoco se cierra —le dijo—. ¡Cielos, las cosas que lleváis las niñas al internado hoy día! Cuando yo...

—¡Cuando tú eras una niña, solo llevabas una maletita con todo! —exclamaron a coro las mellizas, que habían oído ese comentario otras veces—. Mamá, ¿quieres que nos sentemos las dos encima del baúl de Isabel? La señora O’Sullivan levantó la tapa del baúl con decisión y sacó tres libros de la bandeja superior. Los miró con sorpresa.

—¡Me parece haberlos visto antes! —dijo, y las mellizas rieron por lo bajo.

Se sentaron juntas sobre el baúl, que se cerró con un crujido.

—Y ahora preparad el maletín de mano con vuestras cosas de noche —dijo la señora O’Sullivan, repasando la lista del colegio para asegurarse de que no había olvidado nada—. Eso no os llevará mucho tiempo. Metieron los camisones, los cepillos de dientes, las toallitas y las esponjas en una maleta más pequeña. Las mellizas estaban ya listas para partir con sus uniformes grises de invierno, con blusas blancas y corbatas rojas. Se pusieron los abrigos y los sombreros grises con la cinta del colegio alrededor y se contemplaron mutuamente.

—Dos niñas buenas del Santa Clara —dijo Pat con aire serio.

—No tan buenas —exclamó su madre con una sonrisa—. Vamos, el coche está en la puerta a punto para llevaros a la estación. ¿Lo tenéis todo? Podéis escribirme si necesitáis algo más.

—¡Oh, seguro que necesitaremos un montón de cosas! —dijo Pat—. Eres un encanto, siempre nos estás enviando cosas. Es divertido volver al Santa Clara. Estoy contentísima de que nos hayas enviado allí, mamá.

—¡Y al principio no queríais ir! —respondió la señora O’Sullivan, recordando el alboroto que habían armado las mellizas porque deseaban ir a otro colegio mucho más caro.

—Sí, y nos propusimos portarnos tan mal que no nos quisieran en el colegio —dijo Pat—. Y vaya si nos portamos mal..., pero no pudimos hacerlo mucho tiempo... El Santa Clara fue demasiado para nosotras..., ¡y al final tuvimos que portarnos bien!

—Vamos —dijo Isabel—. ¡Perderemos el tren! Estoy deseando encontrar a todas las demás en Londres y verlas de nuevo. ¿Tú no, Pat? Me gusta mucho el viaje hasta el Santa Clara.

Por fin se fueron. Tuvieron que viajar hasta Londres e ir a la estación de donde salía el tren para el Santa Clara, que estaba totalmente reservado para las alumnas del colegio, ya que era muy importante.

En el andén había un ruido terrible y se veían veintenas de muchachas esperando el tren. Sus madres estaban allí para decirles adiós, y las profesoras iban de un lado para otro tratando de reunir a las chicas. Los mozos de estación iban metiendo el equipaje en el vagón y todo el mundo estaba excitado.

—¡Bobby! ¡Oh, allí está Bobby! —gritó Pat en cuanto llegaron al concurrido andén—. Y también Janet. ¡Eh, Bobby! ¡Eh, Janet!

—¡Hola, mellizas! —exclamó Bobby, y sus ojos alegres centellearon al sonreír.

—Cuánto me alegra volver a ver tu nariz respingona —dijo Pat, deslizando su brazo por el de Bobby—.¡Hola, Janet! ¿Has aprendido más travesuras de tu hermano?

—Espera y ver

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