Santa Clara 5 - Tercer curso en Santa Clara

Enid Blyton

Fragmento

 Tercer curso en Santa Clara. Capítulo 1

De vuelta a la escuela

—¡ENSEGUIDA LLEGAREMOS AL SANTA CLARA! —exclamó Isabel O’Sullivan mirando por la ventanilla del coche.

—Sí. Hace apenas unas semanas que nos marchamos, pero ¡a mí me han parecido meses! —suspiró Pat, su hermana gemela.

—Cualquiera diría que para vosotras es un suplicio volver a casa por vacaciones —se lamentó su madre desde detrás del volante.

—¿Qué dices, mamá? ¡Nos gusta mucho volver a casa! —repuso Pat—. Es solo que…

Y entonces descubrió la mirada burlona de su madre reflejada en el retrovisor y se echó a reír.

—Me pregunto quién será la delegada de clase este trimestre —comentó Isabel.

—Quizá sea una de vosotras dos —sugirió su mejor amiga, Carlota Brown.

Carlota vivía a unos kilómetros de la casa de las dos mellizas y se llevó una enorme alegría cuando supo que la señora O’Sullivan había llamado y se había ofrecido a acompañarla de vuelta a la escuela. Su padre estaba fuera y a ella no le apetecía nada tener que hacer el viaje acompañada de su abuela, una mujer estricta a la que nada le parecía bien.

—Seguro que yo no —prosiguió soltando una risita—: La señorita Theobald piensa que aún soy demasiado irresponsable y atolondrada.

—Tal vez te elija precisamente por eso —sugirió la señora O’Sullivan—. Quizá te venga bien asumir responsabilidades. Puede que te ayude a sosegarte un poco.

Carlota no parecía muy convencida. ¡La verdad es que no quería sosegarse!

—¡Espero que no seamos ninguna de las dos, Pat! —confesó Isabel—. Si te eligieran delegada a ti, me moriría de envidia, y me sabría fatal que la elegida fuera yo y tú te quedaras fuera.

Pat se echó a reír y confesó:

—Sí, a mí me pasa lo mismo.

—La verdad, no me sorprendería nada que volviera a ser Hilary —declaró Carlota—. Tiene mucha experiencia y siempre lo ha hecho de maravilla.

—Entonces tal vez ya vaya siendo hora de que le den la oportunidad a otra persona —opinó la madre de las gemelas—. Hilary ya ha demostrado que sabe llevar la voz cantante y asumir responsabilidades.

—Mmm… Pues ¿quizá Janet? —aventuró Isabel—. ¡Bobby seguro que no! ¡Si hubiera que elegir a alguien alocado e irresponsable, las únicas candidatas posibles seríais ella y tú, Carlota!

Carlota sonrió de oreja a oreja y luego, de repente, abrió mucho los ojos y ahogó un grito.

—¡Eh…! ¡Mirad eso! Señora O’Sullivan, ¿le importaría parar un momento, por favor?

Mientras la madre de las mellizas acercaba el coche al arcén, Pat e Isabel volvieron la cabeza, impacientes por descubrir la razón del entusiasmo de Carlota.

—¡Vaya! ¡Alguien ha comprado Los Robles! —exclamó Pat—. Y lo han convertido en unos establos. ¡Genial!

Los Robles era una hermosa casa situada a poca distancia del colegio Santa Clara y rodeada de varios acres de campos verdes. Había estado vacía y abandonada durante mucho tiempo, pero ahora la puerta estaba recién pintada y las ventanas resplandecían. Sin embargo, lo que más despertó el interés de las chicas fueron los obstáculos que había repartidos por el campo de al lado, donde una chica galopaba a lomos de un caballo blanco.

—¿Podemos pararnos un momento a echar un vistazo, mamá? —preguntó Isabel con impaciencia.

—Sí, tenemos tiempo de sobra —respondió la señora O’Sullivan—. Yo os esperaré en el coche, leyendo el periódico.

Las gemelas y Carlota enseguida se bajaron del vehículo y corrieron hacia la valla que rodeaba el campo. La muchacha que montaba el caballo las vio y trotó hacia ellas, con su gorra de montar y su larga cabellera.

—¡Hola! —las saludó ofreciéndoles una amable sonrisa—. ¿Queréis acercaros a ver a Copo de nieve?

—Si no te importa… —respondió Carlota embelesada por la estampa del caballo—. Vaya, ¡menudo bellezón!

Este comentario Carlota se lo dedicó a Copo de nieve, mientras acariciaba el pelaje níveo que le recubría el cuello.

—¿No seréis alumnas del Santa Clara, por casualidad? —les preguntó mientras desmontaba del caballo.

—Pues sí —respondió Carlota—. Y te aseguro que más de una se dejará caer por aquí a menudo, entre ellas yo.

La muchacha se echó a reír.

—¡Me parece que nos veremos con más frecuencia de la que crees! Mañana, mi prima y yo nos incorporamos en tercero, en el régimen diurno. La señorita Theobald ha aceptado que estudiemos en la escuela pagando una cuota reducida. A cambio, mis padres les harán un precio especial a las alumnas del Santa Clara que quieran venir a montar aquí. Oh, por cierto, me llamo Libby Francis.

Las dos gemelas y Carlota estaban encantadas con el giro que habían dado los acontecimientos y se apresuraron a presentarse.

—Nosotras también estamos en tercero —la informó Pat enseguida.

—¡Qué suerte! —exclamó Libby—. Aunque me temo que no pasaremos mucho tiempo con vosotras. Fern (mi prima) solo se alojará en casa los meses que sus padres estén en el extranjero y, en otoño, yo haré un intercambio con una chica norteamericana.

De repente, todas fijaron la mirada al otro extremo del campo: un chico y una chica se acercaban a la valla.

—¡Fern! —gritó Libby—. ¡Ven, deprisa!

La chica abrió la puerta de la cerca y se dispuso a cruzar el campo, y el chico se paró en seco y, después de darse la vuelta, se encaminó hacia los establos.

—Ese es mi hermano Will —aclaró Libby—. Va a la escuela de Lowchester, a unos kilómetros de aquí. —Libby bajó la voz y prosiguió—: Fern lo tiene idealizado y se pasa todo el día pegada a él como una garrapata. Will no soporta a las niñas (salvo a mí, claro) y Fern le parece una tonta rematada.

—Pues no debió de alegrarse mucho cuando se enteró de que se quedaría aquí con vosotros —se rio Isabel.

—¡Decir eso es quedarse muy corta! —exclamó Libby—. Mira, todo empezó cuando éramos muy pequeñas: yo le arranqué la cabeza a la muñeca preferida de Fern y Will se la arregló. Desde entonces, ella lo ha tratado como una especie de héroe.

Fern también se parecía a una muñeca, pensó Isabel cuando la tuvo cerca. Era como una hermosa muñequita de porcelana, con la piel clara y rosada, los cabellos rubios y unos enormes ojos azules. A diferencia de su prima, que llevaba ropa de montar, Fern lucía un hermoso vestido de verano y se había puesto unos zapatos con tacones que la obligaban a avanzar a trompicones, balanceándose sobre ese terreno desigual. «¡Parece que vaya a una recepción al aire libre», pensó Pat.

—Fern, ven a conocer a Carlota, Pat e Isabel, del colegio Santa Clara —le dijo su prima—. Estaremos todas juntas en tercero.

Fern las saludó con su vocecilla aguda. Pat se fijó en que se mantenía a una distancia prudencial del caballo

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