Santa Clara 7 - Claudina en Santa Clara

Enid Blyton

Fragmento

CAPÍTULO 1

Pat E Isabel O’sullivan entraron en la clase de cuarto grado del colegio Santa Clara mirando a su alrededor.

—Cuarto grado... —comentó Pat—. ¡Madre mía! Vamos progresando, ¿verdad, Isabel?

—Sí. Me parece que ha pasado mucho tiempo desde que estuvimos en la clase de primero —respondió Isabel—. ¿Te acuerdas de cuando estábamos allí? ¡Hace siglos de eso! Entonces nos llamaban «las estiradas». Las dos odiábamos este colegio y solo queríamos marcharnos de aquí.

Las mellizas evocaron los días en que habían sido las «novatas». Se acordaban muy bien de cómo habían ido adaptándose al Santa Clara, de la mala impresión que al principio les causó el colegio, de cómo aquel injustificado aborrecimiento se fue transformando en orgullo y admiración... ¡Y allí estaban ahora, convertidas en alumnas de cuarto grado, al comienzo de un nuevo curso!

—¿No te parecen las alumnas de primero, ahora, muy niñas? —preguntó Pat—. Cuando llegamos aquí nos teníamos por mujeres hechas y derechas, y, sin embargo, ahora me parecen increíblemente pequeñas. Estoy contenta de estar ya en el cuarto grado. ¿Tú no, Isabel?

—Claro que sí —contestó—. Espero que sigamos aquí hasta acabar nuestros estudios. Y me gustaría que también a nuestras amigas les ocurriera lo mismo.

—Pues la verdad es que algunas de ellas ya se han marchado —observó Pat—. Pam no volverá ni tampoco Sheila. Lucy Oriell se ha ido también a una escuela de arte. Su idea era seguir entre nosotras, pero es muy brillante en eso y no le ha costado mucho conseguir una beca para cursar estudios en la mejor escuela de arte del país.

—¡Bien por Lucy! Claro que la echaremos de menos. ¿Habrá chicas nuevas en este curso?

—Lo más seguro. —Pat echó un vistazo por aquella gran habitación—. Oye, es bonita la clase, ¿verdad? Hasta ahora no habíamos tenido ninguna tan bonita. Desde las ventanas hay una vista espléndida.

En efecto, así era. Ante las mellizas se extendían kilómetros y kilómetros de hermosa campiña. Al pie del ventanal se divisaban los terrenos del colegio: las pistas de tenis, la piscina..., las muchachas vieron también los jardines de la institución y la huerta, llena de verdes y frescas plantas.

—¡La de veces que me he sentado frente a estas ventanas! —exclamó Pat—. ¡Mira! ¡Por allí aparecen Bobby y Janet!

Roberta y Janet entraron en la clase sonriendo. El rostro de Bobby, cubierto de pecas, tenía una expresión infantil, como la de un muchacho, y eso es lo que parecía en muchos aspectos por sus bromas y travesuras.

—¡Hola! —saludó Bobby—. ¿Habéis venido a ver nuestra nueva clase? Es estupenda, ¿verdad?

—¿Con quién nos las tendremos que ver aquí? —preguntó Pat—. Con la señorita Ellis, ¿no? ¿Qué opináis? A mí me parece una mujer agradable.

—¡Ah, sí! La señorita Ellis es tranquila, seria...—dijo Bobby—. Creo que nos entenderemos bien con ella.

—¿Se te han ocurrido algunas diabluras nuevas, Janet? —preguntó Isabel.

Janet siempre tenía alguna broma nueva en mente que llevaba a la práctica a lo largo del curso. La mayor parte de ellas se las había enseñado su hermano, que debía de ser un pieza de cuidado. La muchacha sonrió.

—Esperad, ya veréis —contestó—. Aunque me imagino que ahora que ya estoy en cuarto grado tendré que andar con más cuidado. A estas alturas no se puede ser tan infantil. Además, voy a tener que trabajar de firme, así que no me quedará mucho tiempo libre para pensar en bromas.

—¡Bah! Supongoque seguirás siendo la misma —declaró Pat—. ¿Sabéis si han venido chicas nuevas?

—Dos o tres —les hizo saber Bobby—. ¡Hola, Hilary!

Hilary Wentworth acababa de entrar en la clase. Era una joven morena. Al entrar, sus labios se habían distendido en una sonrisa. Llevaba más tiempo en el Santa Clara que las dos mellizas.

—¡Hola! ¿Sabéis ya quién es el ángel?

—¿Qué quieres decir? —le preguntaron las gemelas y Bobby a un tiempo.

—¡Ah! ¿Es que no la habéis visto aún? Acaba de llegar. Su equipaje se compone de un baúl nuevo, tres raquetas de tenis y un bolso de mano en el que aparecen bordadas en oro sus iniciales. ¿Qué os apostáis a que vuestra prima Alison no tarda en pensar que es una de las siete maravillas del mundo? Tiene la piel blanca y el pelo de un rubio dorado. Se peina como los angelitos de las estampas. Su cara, alargada, recuerda la de un hada y su voz es como la de una princesa.

—¡Demonios! ¿Dónde está ahora? —preguntaron las otras, interesadas—. ¿Estará en nuestro mismo grado?

—En estos momentos se encuentra en el vestíbulo —replicó Hilary—. Llegó aquí en el coche más grande que he visto en toda mi vida, con un escudo en las puertas. La acompañan dos chóferes.

—Vamos a verla —propuso Pat.

Las chicas salieron al pasillo y se asomaron por encima de la barandilla de la escalera para poder ver a la recién llegada.

Seguía allí, en efecto. Ciertamente, su aspecto recordaba un poco al de un ángel, si es que había alguien capaz de imaginarse a un ángel vestido con uniforme escolar, ¡llevando además entre los brazos tres hermosas raquetas de tenis!

—Es guapa, ¿verdad? —comentó Bobby, que como no era muy atractiva siempre admiraba la belleza en las demás chicas—. Sí... Yo también apostaría cualquier cosa a que Alison no tardará en seguirla a todas partes como si fuera un perrito. Vuestra prima solo se siente feliz cuando da con una persona superior, cuyas supuestas cualidades son tan maravillosas que no pueden expresarse exactamente con palabras.

Alison subía en aquel momento. Era prima de las gemelas. Se trataba de una chica de facciones agradables, menuda y no demasiado espabilada.

—¡Hola! Creo que estabais hablando de mí.

—Sí —contestó Hilary—. Estábamos diciendo que con toda seguridad esa muchacha con aspecto de ángel que hay ahí abajo te caerá bien. ¿Has visto a alguna como ella?

Alison se inclinó sobre la barandilla. Exactamente, como las otras se habían imaginado, se sintió cautivada por su nueva compañera.

—Parece una princesa de cuento de hadas —fue la opinión de Alison—. Voy a bajar para preguntarle si quiere que le enseñe el colegio.

Alison bajó la escalera a toda prisa. Las otras se miraron sonrientes.

—A Alison le acaba de suceder lo que en tantas ocasiones anteriores. ¡Pobre Alison! La de amistades memorables que lleva hechas... y perdidas. ¿Os acordáis de Sadie, la chica americana? Alison iba siempre de un lado para otro diciendo: «Sadie dice esto, o lo otro...

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