La increíble historia de... - Los bocadillos de rata

David Walliams

Fragmento

1

ZAliento de patatas fritas con sabor a cóctel de gambas

El hámster estaba muerto.

Tumbado boca arriba.

Con las patas tiesas.

Muerto.

Con lágrimas en las mejillas, Zoe abrió la jaula. Le temblaba el pulso y tenía el corazón destrozado. Mientras dejaba el cuerpecillo suave y peludo de Bizcochito en la moqueta desgastada, pensó que nunca más volvería a sonreír.

—¡Sheila! —gritó, tan alto como pudo. Aunque su padre se lo había pedido una y otra vez, se

bocadillos de rata negaba a llamar «mamá» a su madrastra. Nunca lo había hecho, y se había jurado a sí misma que nunca lo haría. Nadie podría reemplazar a la mamá de Zoe, y la verdad es que su madrastra ni siquiera lo había intentado.

—¡Cierra el pico! ¡Estoy viendo la tele y atiborrándome de patatas! —contestó la mujer con malos modos desde el salón.

—¡Es Bizcochito! —insistió Zoe—. ¡No se encuentra bien!

Por decirlo suavemente.

Una vez, Zoe había visto en la tele una serie de médicos en la que una enfermera reanimaba a un anciano moribundo, así que, desesperada, intentó hacerle el boca a boca al hámster, insuflando aire muy suavemente en su boquita abierta. Pero no funcionó. Tampoco conectar el corazoncito del roedor a una pila AA con un clip. Era demasiado tarde.

Aliento de patatas fritas con sabor a cóctel de gambas

El hámster estaba frío al tacto, y su cuerpo se había vuelto rígido.

—¡Sheila! ¡Por favor, ayúdame! —gritó la niña. Al principio Zoe lloró en silencio, hasta que no pudo más y soltó un alarido tremendo. Solo entonces oyó a su madrastra arrastrar los pies a regañadientes por el pasillo del apartamento, situado en la planta treinta y siete de una torre de pisos inclinada. Sheila resoplaba y jadeaba cada vez que tenía que moverse. Era tan vaga que pedía a Zoe que le hurgara la nariz, aunque esta siempre se negaba, por supuesto. Era capaz de soltar un gemido de esfuerzo hasta cuando cambiaba de canal con el mando de la tele.

—Arf, arf, arf, arf... —resopló Sheila, haciendo estremecer el suelo a su paso.

La madrastra de Zoe era bastante bajita, pero lo compensaba siendo igual de ancha que de alta.

Era, en una palabra, esférica.

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Aliento de patatas fritas con sabor a cóctel de gambas

Zoe no tardó en darse cuenta de que Sheila estaba en el umbral, pues cegaba la luz del pasillo igual que un eclipse lunar. Además, reconoció el olor dulzón y empalagoso de las patatas fritas con sabor a cóctel de gambas. Su madrastra las adoraba. Hasta presumía de que, siendo pequeña, no quería comer otra cosa y escupía todos los demás alimentos a la cara de su madre. Zoe opinaba que las patatas fritas de bolsa apestaban, y ni siquiera a gambas. Por supuesto, el aliento de Sheila apestaba igual que las patatas.

Incluso entonces, plantada en el umbral, la madrastra de Zoe sostenía una bolsa de las detestables patatas en una mano, y con la otra se las zampaba a puñados mientras observaba la escena. Como siempre, llevaba puesta una larga camiseta blanca mugrienta, unas mallas negras y unas zapatillas afelpadas de color rosa. Los trozos de su piel que quedaban a la vista estaban cubiertos de tatuajes.

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Llevaba escritos en los brazos los nombres de sus ex maridos, todos tachados.

—Vaya por Dios... —farfulló la mujer con la boca llena de patatas fritas—. Vaya por Dios, vaya por Dios, qué lástima. Qué disgusto más grande. ¡El pobrecillo ha estirado la pata!

Sheila se inclinó junto a Zoe y observó de cerca el hámster muerto. Mientras hablaba, salpicó la alfombra de trozos medio masticados de patatas fritas.

—Vaya por Dios, qué pena y todo eso que suele decirse... —añadió, con un tono que sonó de todo menos triste.

Aliento de patatas fritas con sabor a cóctel de gambas

Justo entonces, un gran trozo de patata frita medio masticada salió volando de la boca de Sheila y aterrizó sobre el hocico suave y peludo de la pobre criatura. En realidad, era una mezcla de patata y saliva.* Zoe lo apartó con delicadeza mientras se le derramaba una lágrima que fue a caer sobre la naricilla rosada y fría de Bizcochito.

—¡Oye, tengo una idea genial! —dijo la madrastra de Zoe—. En cuanto me acabe estas patatas, podemos meter al pequeñajo en la bolsa. Pero yo no pienso tocarlo, te aviso, no sea que me pegue algo.

Sheila levantó la bolsa por encima de su cabeza, la volcó sobre su bocaza abierta y engulló las últimas migajas de patatas fritas con sabor a cóctel de gambas. Luego ofreció la bolsa vacía a su hijastra.

—Aquí tienes. Mételo ahí dentro, rápido. Antes de que me apeste todo el piso.

* El término técnico vendría a ser «escupatatajo».

Los bocadillos de rata

Zoe tuvo que morderse la lengua ante tamaña injusticia. Si algo apestaba en aquella casa era el aliento a patatas fritas con sabor a cóctel de gambas de su madrastra. Se podría decapar pintura con su halitosis. Era capaz de desplumar a un pájaro con un solo soplo. Según la dirección del viento, su aliento podía olerse a quince kilómetros de distancia.

—No pienso enterrar al pobre Bizcochito en una bolsa de patatas fritas —replicó Zoe—. No sé ni por qué te he llamado. ¡Vete, por favor!

—¡Pues sí que estamos buenos! —contestó la mujer a gritos—. Solo intentaba ayudarte. ¡Mocosa desagradecida!

—¡Pues no me estás ayudando! —gritó Zoe, que seguía dándole la espalda—. ¡Solo vete! ¡Te lo pido por favor!

Sheila salió de la habitación hecha una furia y dio un portazo tan fuerte que del techo cayó un desconchón de yeso.

Aliento de patatas fritas con sabor a cóctel de gambas

Zoe oyó como la mujer a la que se negaba a llamar «mamá» regresaba a la cocina, bamboleándose pesadamente, sin duda para abrir otra bolsa de patatas fritas con sabor a cóctel de gambas tamaño familiar y acabar de atiborrarse. La niña quedó sola en su cuartito, acunando al hámster muerto.

Pero ¿cómo había muerto? Zoe sabía que Bizcochito era joven, incluso en años de hámster.

«¿Podría tratarse de un hamstericidio?», se preguntó.

Pero ¿qué clase de persona querría asesinar a un pequeño hámster indefenso?

Bueno, antes de que esta historia llegue a su fin, lo sabréis. Y también sabréis que hay gente capaz de hacer cosas mucho, pero que mucho peores. El hombre más malvado del mundo se esconde entre las páginas de este libro. Seguid leyendo, si os atrevéis...

2

Una niña muy especial

Antes de presentaros a ese individuo tan retorcido, tenemos que volver al principio.

La verdadera mamá de Zoe había muerto cuando ella era un bebé, pero eso no le había impedido seguir llevando una vida muy feliz. Papá y ella siempre habían formado un buen equipo, y él la quería muchísimo. Mientras Zoe estaba en clase, papá se iba a trabajar a la fábrica de helados de la ciudad. Adoraba los helados desde que era un niño, y le encantaba trabajar en la fábrica, aunqu

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