¡Gol! 43 - Un partido en Central Park

Luigi Garlando

Fragmento

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Las vacaciones de Navidad están a la vuelta de la esquina y en el barrio de La Florida sopla un viento gélido. Los Cebolletas y muchos de sus padres se han reunido en el Pétalos a la Cazuela, pero no para cenar. Es una velada realmente especial. Y la prueba de ello es que Gaston Champignon no está con ellos, sino en la pantalla del televisor...

Como recordarás, el cocinero-entrenador ha ideado una estratagema para que su restaurante vuelva a estar en el mapa. Y es que en los últimos tiempos el número de clientes se ha reducido considerablemente a causa de la apertura del Molécula, un local de cocina molecular que de la noche a la mañana se ha convertido en el último grito de la restauración.

Pero la manera de lograrlo no ha sido gracias a una competencia honesta y leal: el pobre Gaston ha pagado cara su ingenuidad y ha tenido que cerrar su local durante varias semanas, tras una inspección de la Subdirección de Higiene de la Comunidad de Madrid en la que descubrieron al gato Cazo dormido en su olla favorita y acusaron al míster de falta de limpieza. Champignon está convencido de que Leo León, el propietario del Molécula y celebridad mundial de la cocina molecular, fue quien dio el soplo a la administración con la esperanza de obligar a cerrar el Pétalos a la Cazuela.

De hecho, Leo había tratado de convencer a Gaston de mil maneras para que le vendiera el Pétalos a la Cazuela, pero al no conseguirlo es probable que buscara un modo para que lo cerraran y poder inaugurar su restaurante sin que otro cocinero le hiciera sombra.

Obviamente, en la revisión de las instalaciones efectuada tras la inspección inicial no se encontró ninguna irregularidad en la cocina del Pétalos a la Cazuela, que pudo volver a abrir. Pero mientras tanto, la noticia de la supuesta insalubridad del restaurante dio la vuelta a la ciudad y, como siempre pasa en estos casos, al pasar de boca a oreja se fue haciendo cada vez mayor.

En resumen, en parte por el golpe bajo de Leo León y en parte por la indudable pericia de este como cocinero (¡incluso logró conquistar al mismísimo Fidu con sus helados!), en los últimos tiempos el local de Gaston se ha quedado vacío a menudo, de modo que este ha hecho un movimiento inesperado.

Hay un programa de televisión en el que la gente puede medirse con una celebridad en cualquier terreno: la pintura, la literatura o la cocina. Quizá recuerdes que hace poco participó un niño de seis años que retó a un concurso de toques ni más ni menos que al gran Isco. En la edición que está a punto de emitirse, Gaston Champignon se medirá con Leo León, el maestro de la cocina molecular.

Los Cebolletas se han congregado en el Pétalos a la Cazuela para seguir la aventura de su entrenador y apoyarlo como si estuvieran en un estadio.

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—Amigas y amigos, espero que no hayan cenado mucho, porque el concurso de esta noche es de los que llenan la barriga. Se me está haciendo la boca agua, así que no perdamos más tiempo y demos la bienvenida a los dos concursantes. Señoras y caballeros, tengo el honor de presentarles al Picasso de los fogones, el científico que ha revolucionado nuestras mesas y nuestros paladares, el cocinero más célebre del mundo, el gran maestro de la cocina molecular, ¡el sin par Leo León!

Una estruendosa ovación del público saluda la entrada del cocinero leonés, vestido de negro de la cabeza a los pies, que agradece la acogida con una elegante reverencia.

—¿Qué le ha parecido el recibimiento? —inquiere el presentador.

—Lo mínimo para un genio de mi talla —responde Leo León, provocando las sonrisas de los espectadores.

En el Pétalos a la Cazuela, en cambio, se eleva un murmullo de indignación. Chus silba en dirección a la pantalla, mientras Fidu comenta:

—Ese cuervo negro me resulta tan simpático como los deberes del cole.

Antes de presentar al otro concursante, el conductor del programa hace una breve entrevista al célebre cocinero:

—¿Cómo definiría su cocina molecular, señor León?

—Una batalla por el progreso y la libertad —afirma el propietario del Molécula—. Nos habíamos quedado estancados en el fuego de nuestros antepasados, que vivían en las cavernas. Cuando hemos descubierto nuevos métodos para freír o para refrigerar un alimento, cuando la química nos ha propuesto nuevas técnicas y sustancias para combinar con nuestros platos, nos hemos vuelto más libres. Más libres para descubrir nuevos sabores, menos encadenados a las viejas tradiciones.

—Eso es precisamente lo que le reprochan sus detractores: la química. ¿De verdad es inocua? ¿No es mejor seguir utilizando los productos de la huerta y la granja?

—Mire, yo hago helado con nitrógeno líquido, un gas que está en el aire que respiramos —explica León—. ¿Hay algo más puro que el aire? Cuando inventaron las bombillas, la gente se preguntaba si podían fiarse de ellas. ¿Usted sigue usando lámparas de petróleo o ilumina su casa con bombillas?

—Con bombillas.

—¿Lo ve? Le aseguro que pronto solo comerá cocina molecular —concluye tajantemente el chef.

El público le dedica un generoso aplauso.

—Un tipo duro este León... ¿Qué les parece, amigas y amigos? —pregunta el presentador dirigiéndose a la cámara—. Tengo la impresión de que el otro concursante las va a pasar canutas. Ha llegado el momento de que lo conozcan: viene de Madrid, pero representa en parte la gran tradición de la cocina francesa, una de las más apreciadas del planeta. ¡Les presento a Monsieur Champignon, chef del Pétalos a la Cazuela!

Una ovación propia de un estadio de fútbol hace estremecerse las paredes del restaurante del paseo de la Florida.

Aparece Gaston que agradece los aplausos, mientras se quita el sombrero de cocinero y se atusa el bigote por el lado derecho.

—Hay que decir que los platos del señor Champignon tienen ingredientes tan sorprendentes como los de Leo León, aunque son completamente distintos: se trata de flores —anuncia el responsable del programa—. ¿Cómo se le ocurrió la idea, Gaston?

—¿Dónde ponemos las flores cuando nos las regalan? —pregunta el chef francés—. En el centro de la mesa, ¿verdad? Es el lugar adecuado cuando la mesa está lista, ya que siguen aportándonos aroma y belleza.

—¿Está usted de acuerdo, señor León?

—No, para mí las flores y la hierba siguen siendo comida para vacas —replica Leo, mirando a cámara con aire soberbio.

El público presente en el estudio ríe pero los Cebolletas reaccionan con indignación.

—¡Qué maleducado! —salta Sofía.

—Me corrijo: ese cuervo me resulta tan antipático como los deberes del cole y los exámenes.

—León ha asestado el primer zarpazo —interviene el presentador, contento por el aumento de la tensión entre los dos concursantes—. Demos a Gaston el derecho a réplica: ¿qué opina de la cocina molecular?

—Creo que el gas para lo que sirve es para inflar globos —responde Champignon, acariciándose el bigote por la punta izquierda.

Esta vez el público del plató aplaude con ganas la contraofensiva del cocinero-entrenador, que prov

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