Cuphead 2 - Una montaña de problemas

Ron Bates

Fragmento

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Cuando Cuphead abrió los ojos vio a un oso. Cómo entró el oso en la cabaña es un misterio, pero eso no importa ahora. Lo que importa es que estaba allí, en carne y hueso, elevándose osunamente por encima de la hamaca en la que Cuphead había estado durmiendo felizmente hasta hacía un momento. Era un oso grande, como suelen ser los osos de las cabañas. ¿Y sabes qué hizo Cuphead? Pues lo que habría hecho cualquiera que se despertase de repente y se encontrase mirando unos dientes del tamaño de las teclas de un piano.

Bostezó.

Fue un acto de lo más normal; mucha gente bosteza cuando se despierta por la mañana. Es una forma muy agradable de empezar el día. Por lo que respecta al oso, sonrió, se puso la pajarita derecha (ah, por cierto, el oso llevaba pajarita) y agarró una piña gorda y jugosa. Después de sacudir la fruta acercándosela a la oreja derecha y luego a la izquierda, le arrancó la parte de arriba y clavó con cuidado una pajita y una pequeña sombrilla.

Entregó el refresco a Cuphead, quien dio un sorbo largo y sustancioso.

—¿Le abro la puerta, señor? —preguntó el oso.

—No te molestes, tomaré el atajo —dijo Cuphead, y saltó por la ventana.

El único problema es que esa ventana en concreto estaba en el tercer piso (era una cabaña muy grande), y todo hacía pensar que le esperaba una caída terrible. Pero quiso la suerte que, justo debajo de él, un tejón de aspecto distinguido estuviera llevando una cama con dosel recién comprada a su madriguera. De modo que, después de un emocionante descenso, Cuphead tuvo el aterrizaje más mullido del que había gozado en mucho tiempo, saltó en el colchón y cayó de pie.

Como hacía un día tan bueno, se fue a pasear, y adondequiera que iba veía algo gracioso. Había caballos que lanzaban herraduras y herraduras que lanzaban caballos, hormigas que disfrutaban de un almuerzo campestre, y árboles del chicle que hacían globos de todos los tamaños y sabores. Vio cangrejos violinistas que tocaban el violín, llamas que llamaban, taxímetros que corrían, boxes que boxeaban, mangos que mangaban, moscas que se mosqueaban y un ejército de ranas toro que jugaban a un juego que llamaban croaquei (que es igualito al cróquet pero más ruidoso).

Más adelante, el hermano de Cuphead, Mugman, daba clases de vuelo a un grupo de gallinas. Las cargaba de una en una en un tirachinas gigantesco y las lanzaba a la estratosfera, donde soltaban sus huevos como bombarderos sobre un objetivo. Mientras tanto, Ms. Chalice, que era una excelente arquera, disparaba flechas al aire, rompía los cascarones en pleno descenso y atrapaba las yemas en una sartén para preparar el desayuno. Cuando Cuphead pasó, le sirvió los huevos en un plato, y él se los comió alegremente mientras seguía por el sendero.

Finalmente llegó a un arce que tenía un botón grande en un lado. Ponía ARRIBA. Cuphead, que no podía resistirse a un buen botón, lo pulsó, y de inmediato dos puertas se abrieron como un ascensor. Entró. Un instante después, apareció en la copa del árbol; salió a una de las largas y elásticas ramas, y saltó. Saltó no una vez, ni dos, sino tres, luego realizó un clavado perfecto en el lago (ah, por cierto, había un lago) y desapareció bajo el agua fresca y transparente. Cuando salió a la superficie, iba sobre unos esquís de agua tirados por dos serviciales castores en una lancha motora. Después de una rápida travesía por el estanque, esquió sin problemas hasta la orilla, se puso unas gafas de sol y se desplomó en una tumbona debajo de un grande y llamativo letrero de neón que decía:

CAMPAMENTO CHINCHILLA NEGRITA.

UN SITIO IDEAL PARA TOCARSE LAS NARICES
Y NO HACER NADA.

(PROHIBIDO HOLGAZANEAR).

Mientras estaba allí tumbado bebiendo zumo de piña y relajándose acariciado por la brisa, el pájaro cantor más bonito que había visto en su vida abrió su lindo pico y...

—¡Cuphead! ¡CUPHEAD!

Madre mía, eso no sonaba para nada como un trino. Sonaba como la voz de su maestro, el profesor Lucien, porque era precisamente eso. De repente, el Campamento Chinchilla Negrita y todas sus maravillas se desvanecieron, y Cuphead se encontró sentado en su vulgar pupitre rodeado de compañeros igual de vulgares.

El profesor Lucien estaba delante de la pizarra. Parecía enfadado.

—Cuphead —dijo con severidad—, si no estás demasiado ocupado pensando en las musarañas, ¿podrías venir aquí y decirnos la solución al problema de matemáticas?

¿Problema de matemáticas? ¿El último día de clase? Tenía que estar de broma. Cuphead no podía hacer cálculos ahora. Ya había despejado la mente de todo contenido mínimamente educativo. Se había pasado la noche anterior vaciando el cerebro de datos históricos, conocimientos aritméticos y la ubicación de su taquilla del gimnasio. Como comprenderás, no era algo que le apeteciese hacer, pero tenía que dejar espacio para cosas más importantes: por ejemplo, apodos de campamento. Al fin y al cabo, no podías presentarte en un sitio espectacular como el Campamento Chinchilla Negrita sin unos cuantos apodos pegadizos para repartir. De momento se le habían ocurrido Cigüeña, Ricitos, Canijo, Sabelotodo, Tapón, Rayo de Luna, Empollón y Zarzaparrilla Kid. Estaba deseando encontrar campistas a los que ponérselos. De modo que, en ese momento, responder a una pregunta que no estuviese relacionada de alguna forma con apodos sería toda una pérdida de tiempo.

Le sorprendió que el profesor Lucien, una de las personas más listas de las islas Tintero, no se hubiese percatado. Claro que nadie es perfecto.

—¿Me has oído, Cuphead? —preguntó el profesor.

—Sí, claro, le he oído —contestó Cuphead—. Estaba, ejem, atándome los cordones.

El profesor Lucien se frotó las sienes de la bombilla.

—Tú no tienes cordones, Cuphead.

Era una excelente observación. Cuphead se examinó los pies.

—Ah —dijo finalmente—. Por eso debe de estar costándome tanto.

Al verse sin alternativas, se levantó de la silla y emprendió una lenta y sinuosa caminata a la parte delantera de la clase. Por el camino, se esforzó mucho por no pensar en el Campamento Chinchilla Negrita porque eso haría los cálculos mil veces más difíciles, pero...

—Psss, Cuphead —dijo Ms. Chalice—. ¿Cuál es el saludo secreto del campamento?

Cuphead suspiró. Ms. Chalice era su mejor amiga, pero tenía la molesta costumbre de meterlo en líos. Por ejemplo, ahora. Ella sabía perfectamente que el saludo secreto del Campamento Chinchilla Negrita consistía en dos apretones de manos, un grito de alce y un porrazo en la cabeza con un mazo de goma. ¡Por lo que más quisiera, lo habían ensayado un montón de veces! Pero, como el resto de los alumnos de la clase, se moría de ganas de ir al campamento y quería asegurarse de que nada salía mal. Evidentemente, Cuphead le habría ayudado con mucho gusto, pero su amiga no podía haber elegido un momento peor. ¡El profesor Luc

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