{

Me llamo Goa 4 - Go, go, Goa!

Míriam Tirado

Fragmento

 go_go_goa-2

CubiertaNo hacía ni dos días que había empezado el instituto, y Goa ya quería que volviera a ser Navidad. Estar de vacaciones otra vez, levantarse tarde y no tener que hacer exámenes ni pasar frío en el patio… Pero, sobre todo, quería retroceder en el tiempo porque había sido en Navidad cuando había podido ver a Klaus, justo antes de que él se fuera a Alemania a pasar unos días con su padre.

La noche del 24 de diciembre, Julia, la madre de Goa, había invitado a Alberto, Carla y el pequeño Martín a cenar sin decirle nada a su hija. Había pensado que estar todos juntos sería una buena sorpresa que la haría feliz, y había acertado. Además, aquella misma tarde, cuando Zu había llamado a Julia para contarle que habían anulado el vuelo a Berlín de Marcus y Klaus, no se lo había pensado dos veces y le había dicho: «Si tenéis que pasar la Nochebuena solos en casa, venid a pasarla con nosotros. ¡Nos encantará!».

CubiertaHoras más tarde, cuando Goa los vio a todos en su casa, casi se desmaya. Ella, que creía que iba a cenar solo con su madre y su abuela, no se lo podía creer.

Así habían empezado unas fiestas fantásticas: Goa se lo había pasado muy bien durante las celebraciones familiares, le regalaron cosas que le habían encantado (ropa nueva, unos auriculares…) y, sobre todo, pudo quedar con sus amigos ¡y dormir sin tener que escuchar el despertador caaaaaada mañana!

¿Por qué tenía que ser tan corta la Navidad? ¿Por qué no podía durar cuatro semanas? ¿O diez? Pensaba en todas estas cosas, sentada en clase al lado de Ana. Debería estar escuchando atentamente a la bomba Judit, pero la nostalgia de la Navidad era demasiado grande y solo oía de fondo la voz de la profesora, que les decía:

—Chicos, empieza el segundo trimestre y ahora sí que toca ponerse las pilas. Ya os habéis adaptado al instituto y, si no lo habéis hecho, espabilad, porque ahora la cosa se pone seria. Durante el primer trimestre hemos tenido manga ancha con vosotros porque somos conscientes de que el cambio de primaria al instituto no es fácil, pero ahora creemos que ya habéis tenido tiempo suficiente para adaptaros al ritmo de secundaria. ¿Entendido?

Judit iba vestida con un jersey negro de cuello alto, unos vaqueros azul marino y unas botas que tenían pinta de ser muy calientes y, probablemente, un regalo de Navidad, porque Goa no se las había visto nunca, y ella se fijaba en este tipo de cosas. No se la veía tan contenta como de costumbre, pero ¿quién estaba contenta después de volver de vacaciones?

Ana, que miraba estupefacta a la bomba Judit sin entender lo que les intentaba decir, dio un codazo a su amiga y le dijo:

—Goa, ¿de qué manga ancha habla? ¡Si yo casi suspendo mates! ¿Qué significa eso de que «la cosa se pone seria»? Pero ¡si en el primer trimestre no paramos de hacer exámenes! De verdad que no puedo…

—Ana, ¿quieres decir algo a toda la clase, que te oigo refunfuñar mucho? —dijo Judit.

—¿Eh? Ah, no, no…, perdón… Ya me callo.

imagen

—A ver si es verdad —dijo Judit, guiñándole un ojo.

CubiertaAna hablaba por los codos, siempre le había costado guardar silencio durante las clases. Por eso cada año, en los informes, solía poner: «A Ana le gusta mucho hablar y a menudo se despista charlando con los compañeros que tiene cerca». Era un clásico.

Cuando Judit terminó su discurso, se puso a repartir unas hojas de lengua con unas normas ortográficas apuntadas. Goa aprovechó el jaleo de aquella pequeña pausa para decirle a Ana muy flojito:

—¡Qué palo todo! ¡Yo quiero que vuelva a ser Navidad!

—¡Tú lo que quieres es volver a ver a Klaus, espabilada!

—¡Pues claro!

—¿Y qué? ¿Cuándo podrás?

—¡Ni idea! Esto es una mierda…

—¡Si te buscaras a uno de la clase, no tendrías que sufrir tanto!

—Pero ¡¿qué dices?!

—Mírame a mí, la tengo tan cerca que estoy todos los días contenta. —Ana miró hacia donde se sentaba Laura, y un poco más y se le cae la baba.

Cubierta—Ana, eso no se elige. Te enamoras de quien te enamoras, y ya está.

—GUAU… ¡E-N-A-M-O-R-A-D-A! OH, MY GOA!

—Ay, quiero decir que me gusta.

—Has dicho «Te enamoras de quien te enamoras»… Qué mona, Goa… ¡Me encantas! ¡Eres tan romántica!… —Y se le acercó para darle un beso en la mejilla.

—¡Ay, no te rías!

—¡No me río! Me encanta que POR FIN lo hayas reconocido. ¡Ya era hora!

—Ay… ¡Va, déjame!

—Se nota que, en estas vacaciones, aunque haya estado en Berlín, ¡no ha pasado de ti!

Cubierta Ana tenía razón. Klaus no había pasado de ella. Se habían escrito y visto por videollamadas, y eso había supuesto que para Goa esa Navidad fuese la mejor que había pasado nunca. Allí sentada, pensó que daría cualquier cosa para que Klaus fuera a su instituto. Verlo cada día, quedar algunas tardes… Mientras de fondo Judit les explicaba las faltas ortográficas que a partir de entonces bajarían nota en los exámenes, Goa pensó que aquel mes de enero se le iba a hacer muy muy largo.

CubiertaHacía una semana que había vuelto de Berlín. Las vacaciones con su padre habían ido muy bien: había podido ver a sus amigos y comprobado que, aunque hiciera bastante tiempo que no compartía con ellos el día a día, todavía le tenían en cuenta y le echaban de menos, y eso le hacía sentir bien. Lo mejor de todo, sin embargo, había sido que su abuelo se había recuperado totalmente y habían podido celebrar la Navidad como siempre, y con nieve. Sí, aquellos días había nevado, y eso, a Klaus y a su hermano Marcus, ¡les encantaba! Siempre decían que una Navidad sin nieve era menos Navidad.

Además, como había compartido la noche del 24 con Goa y se lo habían pasado tan bien, no le había costado nada seguir en contacto con ella durante todos aquellos días, evitando distanciarse.

Siempre tenía la sensación de que después de verse era más fácil continuar escribiéndose y llamándose como si nada. Lo que costaba de verdad era mantener la misma conexión cuando pasaban semanas y semanas sin verse o cuando a ambos les pasaban cosas que, a veces, resultaban difíciles de contar por mensaje o por llamada. Por suerte, empezaba a tener algún amigo en el instituto, y eso le ayudaba a sentirse mucho más integrado. Con quien mejor se llevaba era con Víctor, un chico muy alto y delgado que ya estaba a punto de cumplir catorce años, porque había nacido en el mes de enero. Se sentaban juntos en clase y se reían mucho. Víctor era directo y claro.

—¿Has visto cómo te ha mirado hoy Susana cuando has entrado con la chaqueta nueva? —le susurró aquel día mientras daban clase de matemáticas.

—¿Cómo?

—¡No me digas que no te has fijado! Cuando te ve, ¡se le cae la baba, bro!

—Pero ¡qué dices!

—Que sí, ya sé que a ti te gusta la chica aquella del nombre raro, pero Susana no está nada mal, ¿no? ¡Ya me gustaría a mí que me tirara los tejos!

—¡A mí no me gusta Susana!

—Ya, pero ¡tú a ella sí! ¡El mundo está mal repartido! ¿Por qué no le puedo gustar yo, que estoy disponible?

—Anda, cállate, que al final nos van a expulsar si nos pillan hablando tanto.

Klaus no tenía miedo de que le expulsaran, lo que quería era que Víctor dejara de hablarle de Susana. Ya había notado que le gustaba, y eso le hacía sentir mal. No quería que ella se hiciera ilusiones, y por eso intentaba hablar con ella lo menos posible.

Él estaba enamorado de Goa.

CubiertaKlaus no lo había reconocido delante de nadie, pero estaba absolutamente colgado de aquella chica de pelo rizado e ingobernable. Le gustaba cómo le hacía sentir cuando estaba a su lado y le gustaba que fuera su amiga. Pero ¡qué difícil era estar enamorado de alguien a quien ves tan poco…! Y más cuando tienes trece años y muchas ganas de pasar mucho tiempo con esa persona, pero no tienes la libertad de moverte como los adultos. Klaus vivía a más de una hora en coche de la casa de Goa y no podía coger el tren e ir a verla cuando le petara, por ejemplo. Deseaba ser mayor y tener coche… «¿Te imaginas?», solía decirle a Víctor. «¡Algún día tendremos coche y podremos ir a donde nos dé la gana!».

El 24 de diciembre, la noche en que Goa se llevó la gran sorpresa, Klaus fue muy feliz. Después de cenar subieron a la habitación de ella, y cuando estuvieron solos, él decidió sacar un tema que hacía días que le rondaba por la cabeza.

Un tema que ella no esperaba y que la había dejado de piedra.

CubiertaAquella Nochebuena hubo una cena buenísima, cocinada por la abuela Mercedes y por Julia. Habían preparado aperitivos de toda clase y un pollo relleno que les había gustado a todos. De postre, piña, turrones y barquillos de los normales y también de chocolate, que, especialmente los dos adolescentes de la cena, devoraron. Al terminar, Mercedes y Alberto se pusieron a preparar infusiones y un café descafeinado, mientras Zu, Julia y Carla charlaban en la mesa. Martín, en brazos de su madre, dormía plácidamente cuando ellas comentaban todo lo que suponía la llegada de un hijo al hogar. A Carla le iba muy bien escuchar a Zu y a Julia, porque constataba que lo que sentía era normal, y que ellas también habían vivido el revoltijo emocional que estaba experimentando desde la llegada de Martín.

A Goa y a Klaus, en cambio, aquella conversación les aburría soberanamente.

—¿Vamos arriba? —le había preguntado Goa a Klaus en cuanto vio que la sobremesa iba a ser muy aburrida para ellos.

Marcus estaba tan entretenido con un juego que ella le había dejado que ni siquiera se dio cuenta de que los dos subían al piso de arriba.

CubiertaCuando entraron en la habitación, Goa recogió rápidamente unos calcetines sucios del suelo y le dijo:

—No mires mucho, no sabía que ibas a venir.

—O sea que tú, Goa, aparte de tener pelo de leona, también vives en una leonera. ¡Tiene todo el sentido del mundo!

—¡Eh, no te metas con mi pelo, que tengo una cabellera que ya la querrían muchos! —Goa pensó que era preferible hablar de su pelo que del desorden que había en la habitación.

—¡Me encanta, ya lo sabes! Pero te imaginaba más ordenada, la verdad, ja, ja, ja… —Klaus, que era francamente desordenado, se sintió muy bien al ver que no era el único.

Los dos iban descalzos. Habían dejado los zapatos abajo y se sentaron encima de la cama. De pronto, Klaus la tomó de la mano y le dijo:

—Tenía muchas ganas de verte. Me alegro de que haya habido huelga en el aeropuerto.

—Y yo —respondió Goa.

Notaba que le hervían las mejillas, debía de tenerlas rojísimas. Notar el contacto de las manos de Klaus la hacía estremecer. Le encantaban la

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos