La enzima para rejuvenecer

Dr. Hiromi Shinya

Fragmento

La enzima para rejuvenecer

1

¿Por qué escribí este libro?

Desde hace muchos años, he hablado a mis pacientes y escrito en mis libros acerca de la importancia de alimentarse de forma correcta. Literalmente, uno es lo que come y bebe. Sigo diciendo esto porque nadie ve los efectos que la dieta tiene sobre el cuerpo más claramente que yo al examinar los intestinos.

Cuando empecé a ejercer, no sabíamos tanto como ahora acerca de la relación entre nutrición y salud. Como soy gastroenterólogo, es natural que empezara a pensar acerca de lo que mis pacientes estaban comiendo y su relación con el estado de su colon. Comencé a preguntarles a mis pacientes lo que comían y cuánta agua bebían. Al mismo tiempo, fui notando un patrón en el estado de los intestinos de quienes consumían muchos lácteos y carne, distinto al de los que comían principalmente verduras y granos enteros. También llegué a entender que mucha gente –quizá la mayoría– está deshidratada por no beber suficiente agua.

Desde 1963, he ejercido la mitad del año en Estados Unidos y la otra mitad en Japón, y empecé a notar una diferencia entre los intestinos de japoneses y estadounidenses. También advertí la diferencia entre los intestinos de japoneses que habían adoptado una dieta occidental, en especial los de aquellos que estaban comiendo carne y bebiendo leche, y los de quienes todavía consumían principalmente arroz y pescados pequeños.

Los japoneses no acostumbraban beber mucha leche de vaca hasta después de la Segunda Guerra Mundial, y sus estómagos no habían evolucionado a lo largo de generaciones de manera que pudieran digerirla fácilmente. Mi historia personal sobre la forma en que llegué a detectar esto es muy triste. En 1963, me vine a vivir a Nueva York con mi joven esposa para empezar un programa de residencia en cirugía en el Centro Médico Beth Israel. Mi mujer no estaba bien, y como pasaba mucho tiempo enferma, no podía amamantar a nuestra hija recién nacida, así que empezamos a darle leche de fórmula para lactantes hecha a base de leche de vaca. La bebé lloraba mucho y con frecuencia producía heces acuosas. Luego le salió una erupción en toda la piel. Tenía comezón y se sentía terrible. Mi esposa se embarazó de nuevo y nació mi hijo. Estábamos felices, pero al poco tiempo él desarrolló sangrado rectal. Alrededor de esas fechas, yo estaba ayudando a desarrollar el primer colonoscopio, y con cuidado utilicé una versión minúscula y rudimentaria para examinar a mi hijito. Su colon estaba inflamado y tenía lo que llamamos “colitis ulcerosa”.

Empecé a investigar qué podría estar causando esos problemas. Pensé que quizá era la leche de vaca en la fórmula para bebés. Así que les retiramos esa leche y mi hijo y mi hija rápidamente mejoraron. De niña, mi esposa había asistido a una escuela conventual de tipo occidental en Japón. Como gesto de buena voluntad, Estados Unidos donaba leche a la escuela para ayudar a los niños japoneses. Desafortunadamente, en ese entonces nadie entendía lo suficiente para detectar que muchos niños japoneses no podían digerir la leche y empezaron a tener problemas estomacales e intestinales. Ahora sé que mi esposa era alérgica a la leche, al igual que lo fueron después nuestros dos hijos. La exposición en repetidas ocasiones a este alimento le desató una reacción alérgica y su sistema inmune se volvió excesivamente sensible. Luego, se le diagnosticó lupus, una enfermedad autoinmune.

Para estas alturas, ya era médico y trabajaba en un hospital muy conocido en Nueva York, pero nada de lo que mis colegas o yo probábamos ayudaba a mi bella y joven esposa. Cuando falleció, se me rompió el corazón por ella, por nuestra familia y por las limitaciones que percibía en mí mismo y la profesión que había elegido, en la que me había adentrado con tanta fe, pasión y amor.

Decidí ir más allá de los tratamientos que en ese momento realizábamos, principalmente enfocados a aliviar los síntomas de la enfermedad. Yo quería saber por qué algunas personas estaban enfermas, mientras muchas estaban sanas; por lo que me propuse entender cómo un cuerpo sano se protege a sí mismo contra la enfermedad. Quería aprender cómo trabajar junto con el cuerpo para fomentar la salud y curar la enfermedad.

Las observaciones que hacía cada día al comparar la dieta y la salud del colon me convencieron de que los alimentos que comemos y el agua que bebemos se relacionan directamente con la salud que manifestamos. He dedicado más de cincuenta años a ampliar esta área del conocimiento. Muchos científicos excelentes están explorando ideas similares, con resultados prometedores. De hecho, la medicina nutricional se está beneficiando gracias a descubrimientos sobre lo que sucede en el cuerpo, incluso a nivel celular. En la actualidad, ése es uno de los campos más emocionantes para los investigadores. En especial, a mí me interesan las nuevas investigaciones que demuestran que las células senescentes (yo las llamo zombis) pueden provocar muchos de los efectos del envejecimiento. Numerosos investigadores habían pensado que estas células sólo eran desechos muertos no perjudiciales que flotaban en el cuerpo. Ahora empiezan a darse cuenta de que esas células dañadas y sucias no están muertas en absoluto, sino que, de hecho, pueden ser una de las razones por las que nuestro cuerpo envejece.

Mis observaciones me han convencido de que la eliminación de desechos en las células es tan importante como la eliminación de desechos del colon. He estado trabajando con una nueva clase de enzimas que llamo “nuevas enzimas” o “enzimas rejuvenecedoras”. Pienso que estas enzimas rejuvenecedoras pueden desencadenar un proceso corporal que destruye las células zombis, en un proceso que ayude a mantener la piel suave y flexible, así como conservar huesos fuertes, sangre sana, arterias lisas y un colon limpio de color rosa.

Cuando yo era niño, mis padres me enviaron a estudiar artes marciales. En Japón, las artes marciales eran consideradas como parte esencial de la educación de un joven. Las habilidades que aprendí entonces resultaron inmensamente valiosas en mi vida posterior. Por ejemplo, gracias a ese entrenamiento, aprendí a usar bien tanto mi mano derecha como mi mano izquierda. Este talento fue una de las razones por las que me volví un cirujano muy hábil y fui elegido cuando apenas iniciaba mi carrera para fungir como asistente del famoso doctor Crohn en el quirófano del Hospital Beth Israel, lo cual me colocó en el camino para convertirme en gastroenteró

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