Utopía (Multiverso 3)

Leonardo Patrignani

Fragmento

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Contenido

Prólogo

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Un año después

Epílogo

Nota del autor

Agradecimientos

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Para Elena y Alberto,
los guardianes de mi felicidad.

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Llegará un día en que el hombre despertará del olvido y finalmente comprenderá quién es de verdad y a quién ha cedido las riendas de su existencia, a una mente falaz, mentirosa, que lo hace y lo mantiene esclavo... El hombre no tiene límites, y cuando un día se dé cuenta, será libre también aquí, en este mundo.

GIORDANO BRUNO

Nuestros éxitos y nuestros fracasos son inescindibles entre sí, igual que la materia y la energía. Si se los separa, el hombre muere.

NIKOLA TESLA

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PRÓLOGO

En otra parte, hace un tiempo, fue el duro y frío asfalto. Fueron los faros de las furgonetas que aparecían de repente del fondo de aquella lengua de tierra serpenteante en medio del boscaje. Fueron los frenos de un todoterreno que chirriaban sobre la reluciente capa de alquitrán.

Y luego el grito de un hombre, la orden de bajar de inmediato del vehículo. Los brazos de Alex, Jenny y Marco levantados en señal de rendición, las miradas de impotencia frente a la hilera de luces y armas a pocos metros de ellos.

Después, los disparos.

Bajo la mirada de asombro de la luna, en una noche que decretó el fin de la carrera, una mujer presenció la escena al abrigo de un árbol; luego huyó lejos del horror. El ruido de aquellos tres cuerpos caídos no desaparecería de su mente. Atormentaría el sueño de Anna durante muchísimo tiempo. Escapó lo más lejos posible, con la gatita asustada cogida por el cogote y las probetas con el genoma de los muchachos a recaudo en un bolsillo de la chaqueta.

En otra parte, gracias a ella, la vida pronto recomenzaría.

En las infinitas bifurcaciones del Multiverso, entre los múltiples pliegues del espacio y el tiempo, debía de haber un sitio en que crecer y vivir con tranquilidad. Un rincón protegido, para que la noria volviese a girar.

El primer gemido. El primer llanto. Las primeras respiraciones en un mundo nuevo, muy distante de aquellas armas, de la hipocresía de una sociedad de esclavos sin conciencia.

Del gélido, despiadado y letal asfalto.

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1

Sam-en-Kar, año 381 C. S.
Estación del Sol, día 38

Hoy hay demasiada luz.

Es casi cegadora, tendré que cerrar los postigos y sacar algunas velas.

Ayer oí que el tío y mamá hablaban entre sí. De mí. Estaban en el campo, sembrando, no me vieron. Desde detrás de la encina, donde me encontraba sentado con mi libro entre las manos, lo oí todo.

—¿Cómo es posible que sea tan inteligente? —decía el tío, con su vozarrón grave, ronco.

—No lo sé —respondía mi madre. O quizá debería decir mi madre adoptiva, confiando en que nunca lea este diario porque, la conozco, se entristecería—. Nunca he visto a un niño capaz de programar todo el ciclo de las estaciones, de las cosechas y de las Eras. Tiene un conocimiento de las matemáticas fuera de lo común.

Luego, otra vez mi tío.

—Y lo ha calculado hasta el año 600...

Y ella, más extrañada que orgullosa.

—Más de doscientos años de calendario... ¡y él aún no ha cumplido cinco! ¿Cómo lo hace? ¿Está poseído por algún espíritu maligno? ¿Deberíamos hablar con el Confesor?

No entiendo por qué mi familia se avergüenza o se asombra de mis capacidades. Cuando oigo semejantes conversaciones, y no es la primera vez, me pregunto si todo esto es justo. Yo no hago ningún daño. Lo sé, los otros niños no son como yo. Tal vez quisieran tener un hijo normal, que jugara toda la tarde, abajo, en el río, y solo pensara en arrojar guijarros al agua lo más lejos posible.

A sus ojos soy pequeño. Siempre esta palabra: pequeño. La usan todos, pero ¿qué significa? Pequeño en estatura, de acuerdo. No puedo rebatirlo. Pero, en mi opinión, el pensamiento tiene profundidad, no estatura. Todos los amigos de papá, que trabajan en los campos o en las tiendas del pueblo, son robustos y de elevada estatura, pero de escasa capacidad de análisis. Como mucho, pueden tener en mente las cuentas de la familia, los costes de producción o los datos de la última cosecha. Cuando observan el cielo, piensan que todas las estrellas que componen una constelación están en el mismo plano, a la misma distancia de nosotros. Creo que ni siquiera se dan cuenta del paso del tiempo, del desplazamiento de la Tierra respecto del Sol y los demás planetas. No saben mirar más allá de la próxima estación. Entonces, ¿debería ser yo quien los definiera como pequeños? Sencillamente, se dedican a las artes manuales. Así como yo me dedico al razonamiento y al cálculo. No es culpa mía si en estos cinco años me he vuelto bastante rápido al respecto.

De todos modos, estoy cansado.

Quisiera ver otros sitios, estoy seguro de que existen. Y conocer a toda clase de personas. Sam-en-Kar es un pueblo bonito, pero estoy harto de jugar siempre a las mismas cosas, de ver siempre las mismas caras. Nunca me han llevado a conocer el océano, por ejemplo. Lo he visto en numerosas pinturas, debe de ser maravilloso. Y las montañas, que observo de lejos, y en los días más hermosos descuellan con sus cumbres nevadas.

Pronto los otros niños vendrán a buscarme. Espero que mi madre les diga que estoy descansando. No tengo g

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