Almas condenadas (Trilogía Dhampyr 3)

Karen Delorbe

Fragmento

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INTRODUCCIÓN

Sed

El vampiro miró a su alrededor y las contó. Eran siete. Se dejó caer en el sofá de terciopelo verde y emitió un quejido.

—¿Es que nunca dejaré de tener sed? —Posó la mirada con lentitud sobre las muchachas. Todas se habían entregado a él sin oponer resistencia. Sin embargo, su sangre no había bastado para saciarlo.

Cansaba jugar a lo mismo una y otra vez.

Se aproximó al espejo y acomodó su roja cabellera, la cual se había atado con una cinta dorada para lucir más aristocrático. Durante unos instantes se quedó inmóvil, contemplándose. Tanta sangre le daba un aspecto saludable, casi vivo. Aunque, si lo estuviera, no necesitaría matar cada noche para satisfacer su apetito.

—Los humanos son tan insulsos —se lamentó, pensando en la única que había logrado calmar su sed e, irónicamente, la única que no había muerto en sus manos.

Llevó una mano al lugar en donde, se suponía, se encontraba su corazón y la dejó ahí esperando percibir un latido inexistente. Aquel no latiría nunca más, por mucha sangre que bebiera... y por muchas jovencitas que asesinara.

La diabólica presencia en el interior de sus venas se desvanecía poco a poco. Matar se estaba convirtiendo en una molestia, un hábito sin sentido. Ya no lo divertía como antes. Incluso, a veces, sentía pena por ellas.

«¿Qué me está pasando?».

En ocasiones, recibía atisbos de pensamientos, de sueños que no le pertenecían porque él no soñaba. Había perdido la capacidad para hacerlo. Tampoco dormía. Sin embargo, durante el día cerraba las ventanas y se acostaba en la cama para fingir que aún quedaba algo de humanidad en él.

Y cuando cerraba sus ojos, allí estaba ella.

—Me has condenado, Natasha Dorcas. ¿Qué me has hecho? —Se quedó pensativo.

—¿Monsieur Ruthven? —Una chiquilla lo llamó desde el otro lado de la puerta.

—Aquí estoy, mon cher. —Se dio vuelta—. Puedes pasar, pero no grites.

—¿Gritar? ¿Por qué habría de hacerlo? —Ella rio y entró en la habitación de ese lujoso hotel.

Él le cubrió la boca antes de que un alarido escapara ante la sangrienta escena: esas mujeres se encontraban tiradas por toda la habitación y en distintas posiciones, como muñecas rotas. Sus ojos vidriosos contemplaban la nada. Las ropas manchadas de rojo ocultaban una gran cantidad de mordidas en sus cuerpos, de las cuales apenas un par asomaban.

El corazón de la muchachita se aceleró.

—Dije sin gritos —susurró el vampiro, sosteniéndola entre sus brazos. ¿Cuántos años tendría? ¿Catorce? ¿Quince?—. No te preocupes, no habrá dolor. Te lo prometo.

Dorian acarició el largo y negro cabello de su víctima. Siempre las pedía así. Pronto acabaría con todas las morenas de París, se dijo con una sonrisa melancólica.

Al igual que sus predecesoras, la niña se puso a llorar.

—Lo siento, pequeña —dijo él.

Con cuidado, torció hacia un lado la cabeza de la joven y ella, sin poder moverse, gimió al sentir los colmillos clavándose en su tersa piel.

Por unos minutos, sus pensamientos se nublarían y experimentaría el placer más sublime. Ella lo disfrutaría antes de perecer. Sería una muerte dulce. Solo una había sobrevivido al beso del vampiro: la más deliciosa y hermosa de todas.

Ruthven soltó el cuerpo de la joven cuando sus latidos se detuvieron. Ella se desplomó a sus pies. Así de sencillo era matar. Miró, una por una, a las muchachas muertas y rio con amargura.

—Vaya carnicería.

Se limpió las comisuras de los labios con un pañuelo de seda y marcó un número telefónico.

—Hola, Akira. Necesito que me hagas un favor.

Luego de hablar, salió del cuarto. Atravesó el pasillo, bajó las escaleras y dejó el hotel, todavía sediento.

Nadie más que ella podría saciarlo.

Akira la encontraría para él.

—Te haré mía, Natasha Dorcas. O moriré en el intento.

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1

Puedes confiar en mí

—¡Holaaa! Estamos en casaaa —gritó Grimm, cerrando la puerta.

Hacía días que no dormía y había conducido sin parar durante toda la noche. Lo que más necesitaba era una cama mullida.

Viki apareció en lo alto de la escalera. No tenía muy buena cara.

—¿Qué quieres decir con estamos?

Él contestó:

—Estamos, del verbo «estar». Significa, entre otras cosas, «hallarse en algún lugar». Y usado en primera persona del plural, quiere decir que no me hallo solo aquí, sino con alguien más. Espero haber sido lo suficientemente claro. No me gusta que no se me entienda cuando hablo.

Era obvio que regresaría a casa con Natasha. Ella había dejado todas sus cosas allí. ¿Acaso Victoria pensaba que la dejaría en la universidad?

Además de Nat, Grimm había tenido la osadía de invitar a su exnovio a vivir con ellos. La muerte de Ranni le había dejado un mal sabor de boca. En cierto modo, se sentía responsable por Andy. Ese chico necesitaba la guía de un adulto responsable porque aún era un niño a los ojos de la comunidad vampírica. Le faltaban unos cinco años para alcanzar la madurez. Cuando le crecieran los colmillos, debía estar cerca de alguien que le enseñara a comportarse y a controlar la sed. No es que él supiese mucho al respecto (era un sangrepura nuevo), pero suponía que sería más sencillo afrontar los cambios teniendo el apoyo de un vampiro adulto. Porque Frederick ya lo era, a pesar de su corta edad. Su sangre de licántropo lo había ayudado a desarrollarse más rápido.

—Más que claro —contestó Viki.

Si las miradas matasen, él habría caído muerto en ese instante.

La chica se asomó por la ventana e hizo un gesto de fastidio. Natasha conversaba con Andrew en el jardín.

—Esta casa parece cada día más un hotel —se quejó ella—. ¿Quién es el rubio con cara de niña?

—Andrew Carmichael, Sangre Azul en vías de desarrollo, exnovio y valioso aliado. Y no te confundas, Victoria, esta casa es de Natasha. Somos nosotros los invitados.

La muchacha se asomó de nuevo. No había forma de que ese chico fuera un Sangre Azul.

—¿Me tomas el pelo?

—No. De veras, es el ex de Natasha. No sé qué le vio, pero bueh.

—Qué me importa ella. ¿De veras es un vampiro? —Seguía mirándolo.

—Sí. Aunque —reflexionó él— es inofensivo. No bebe, no fuma y le gusta la leche blanca. Ah, y adora a los perritos. Así que no trates de aprovecharte de él. Mi plan es mantenerlo casto hasta que cumpla la mayoría de edad vampírica: ciento veinte años. —La señaló—. Tienes prohibido acercártele a menos de un metro.

—¿Casto? —Rio Viki—. ¿Natasha y él no…

—Ni lo digas —la interrumpió.

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