Espíritus del pasado (Secretos del alma 2)

Victoria Magno

Fragmento

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1

Allan caminaba por la aldea sin necesidad de abrirse paso entre la gente. Ellos se quitaban por sí solos de su camino, temerosos de su dura expresión. Con el paso de los años, Allan se había ganado un título de terror entre los miembros del clan, en especial entre los alumnos de su escuela. Ya nadie se metía con él. Le había costado años de batallas, luchas con su padre ante su desobediencia y reprimendas por parte de los altos mandos del clan. Pero valía la pena. Ser temido era mucho mejor que ser la burla de todos.

A pesar de que eso lo había conducido a aislarse al grado de no tener un amigo en el mundo. Por excepción de ella… La sola visión de su silueta en la calle corriendo hacia él le hizo borrar el duro semblante que mantenía en el rostro para adoptar una sonrisa. Madeleine. La única persona en el mundo capaz de conseguir ese efecto en él. De todos sus conocidos, Madeleine era la única que le dirigía la palabra, su única amiga sincera.

—¡Allan! —exclamó ella, colgándosele al cuello para abrazarlo a manera de saludo, como siempre solía hacerlo con él.

—¡Madeleine, no llegues tarde a casa! —le gritó su hermana mayor, montada sobre su caballo no lejos de allí.

—No lo haré, Araiza.

—¿No temes que le cuente a tu padre que te viste conmigo? —le preguntó Allan, observando partir a la joven por el camino.

—Si lo hace, me regañará como siempre —Mady se encogió de hombros—, no es nada nuevo.

—No tienes que aguantar tantas reprimendas y castigos solo por mí.

—Ya te lo dije, ni él ni nadie podrá evitar que sigamos siendo amigos.

—Eres una rebelde desobediente —le dijo Allan a manera de broma.

—Mira quién habla —rio Mady—, el burro hablando de orejas.

—Ya, hablando en serio, Mady… ¿Nunca te ha dado miedo hacer enfurecer a tus padres por ser amiga mía?

—No.

—¿Mady…?

—Allan, no te estoy mintiendo —Ella se giró para encararlo—. Amo a mis padres, pero repruebo muchas de las cosas que hacen. Sabes que por su culpa el pobre Tanek debió marcharse de casa, y todo porque ellos temían que su «condición» se supiera entre la gente.

—¿Te refieres a que es un Kinam, como yo?

—¡Sí! —Los ojos de ella se llenaron de lágrimas—. Tanek, al igual que tú, no tuvo la culpa de lo que le sucedió, y aun así ellos lo rechazaron y lo escondieron de la vista de la gente a tal grado que mi pobre hermano prefirió huir de casa.

—Tal vez sería mejor que yo hiciera lo mismo…

—¡No!

—No te enojes, era una idea.

—Me ha dolido hasta el alma perder a mi hermano mayor y solo poder comunicarme con él a través de una que otra carta que a veces me envía en secreto. No soportaría perder también a mi mejor amigo.

Allan sonrió, secando con el pulgar la lágrima que resbalaba por la mejilla de la joven.

—Tranquila, mientras me quieras a tu lado, aquí estaré.

Madeleine sonrió, aliviada, y reinició la caminata, llevando bien sujeta la mano de Allan.

—Más te vale, o tendré que ir a buscarte donde sea que te encuentres —bromeó ella, aunque por el tono que usó, sus palabras sonaron bastante en serio—. Además, tus padres no son malos contigo como los míos lo fueron con Tanek.

—No es que mi padre me adore… —bufó él, sarcástico.

—No, pero te ha entrenado y ha dicho públicamente lo que te sucedió. No se avergüenza de ti, como mis padres de Tanek.

—Eso es lo que tú piensas…

—Allan, él no te encerró como si fueras un animal rabioso, mi pobre hermano pasó años en un sótano sin poder ver la luz del sol y teniéndome como su única compañía. Tus padres jamás te hicieron eso, tu padre nunca te puso cadenas ni…

—Está bien, entiendo, mi padre es un santo, ¿contenta? —la cortó él—. ¿Podemos cambiar de tema? No es que esté de muy buen humor para hablar de mi padre.

—De acuerdo… —Mady suspiró, observando las nubes en el cielo—. ¿No te parecen hermosas? Dime, ¿son como algodón cuando te subes en ellas?

—¿Subirme en ellas?

—Ya sabes, cuando vuelas…

—Sabes que no vuelo. Mi padre no me lo permite.

Mady le dedicó una mirada seria.

—¿Y tú con quién crees que hablas para pensar que me voy a creer ese cuento? Sé muy bien que vuelas, Allan. ¿De qué otra forma podrías llegar tan rápido en las noches de mi casa y a la tuya antes de que tu padre notara tu ausencia?

—Me conoces demasiado bien, Madeleine. Tal vez sea momento de separarnos, o terminaré siendo una mala influencia para ti.

—Ya te dije lo que haré si piensas alejarte de mí. Te seguiré hasta el fin del mundo de ser necesario, así que desecha esa idea.

—Bien, bien… No me amenaces. Quizá entonces te lleve a pasear por los aires, de esa forma podrás ver por ti misma de qué están hechas las nubes.

—¡Me encantaría! —sonrió ella, aplaudiendo y levantándose de puntitas para besarlo en la mejilla como siempre solía hacerlo.

Allan rio y la tomó de la mano para llevarla con él camino al bosque, el sitio donde practicaban todos los días. Al hacerlo, sintió el tacto de un objeto extraño en la muñeca de la joven, y se volvió para observarlo con detenimiento.

—¿Qué es esto? —le preguntó divertido, al notar que llevaba puesto un brazalete plateado con la figura de un caballo grabado en él, el emblema de los Ruffian.

—Ernesto… —Mady voló los ojos con fastidio.

—¿Ha estado molestándote de nuevo? —Allan frunció el ceño.

—Puedo tolerar que me molesten, Allan, ya estoy acostumbrada. En especial a que lo haga él, que me ha tratado como su saco de pelea desde que tengo memoria.

—¿Entonces?

—¡Se me declaró!

—¿Qué…? —La expresión de Allan fue mezcla de enojo y risa.

—Como lo oyes. Llegó ayer de visita a casa de mis padres, y enfrente de toda mi familia declaró estar profundamente enamorado de mí.

Allan soltó una carcajada.

—¿Y qué le dijiste a ese pelmazo? ¿Le diste una patada en el trasero para lanzarlo fuera de tu casa?

—No, sabes que desde que el jefe del clan lo promovió, Ernesto pasó a ser «respetable» para mis padres —hizo una mueca de fastidio—. Pero a mí ese tonto no me engaña, busca el título de mi familia. Siempre lo ha admirado, era esa la razón por la que me molestaba de niña, ¿recuerdas?

—Claro—asintió Allan sin mucho ánimo. El asunto ya no le caía tan en gracia.

—Pero está loco si cree que podrá ostentar el emblema de los Ruffian en su insignia. Al menos yo nunca cederé ante sus absurdas pretensiones, aunque tenga que usar esta… cosa horrenda —Se quitó el brazalete y lo lanzó lejos—. Listo, ahora podré decirles a mis padres que lo perdí en el campo.

—¿Es que ellos te obligaron a usarlo? —Allan la miró fijamente, toda expresión divertida había desaparecido de su rostro.

—Algo así… —Mady se encogió de hombros—. Mamá dice que no sea descortés al rechazarlo sin darle antes una oportunidad. Me vi obligada a traer esa cosa solo para que él viera que la usaba en la escuela, pero ahora que él no está, puedo deshacerme de eso sin problema... Bueno, ¿co

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