1
Dottie
Theo solía decir que algún día nos convertiríamos en un huracán. Estaba convencido de que en algún momento alguien se fijaría en nuestro talento y nos daría una oportunidad, y nosotros la aprovecharíamos y lo arrasaríamos todo a nuestro paso. Decía que cambiaríamos nuestras vidas y cambiaríamos el mundo.
Theo es era mi hermano.
Y es era un mentiroso, porque ya no está.
Antes de que pudiéramos empezar nuestro propio desastre natural, él se convirtió por sí mismo en el huracán, pero el único mundo que ha arrasado es el mío. El resto, el que aguarda más allá de esta casa y que sin él parece en ruinas, sigue exactamente igual.
«Theo era demasiado bueno para este mundo», me dijo la tía Em después de que lo convirtieran en cenizas. Y él, si hubiera estado allí, habría puesto los ojos en blanco, porque amaba todo lo que lo rodeaba. Amaba ir a conciertos y cantar hasta quedarse afónico o sentarse en el puf deshilachado que tenemos en una esquina del salón-comedor-cocina y tocar la guitarra hasta que le dolían los dedos. Nadie es demasiado bueno para este mundo. Desde luego, no él, que era torpe, despistado y desorganizado; que podía tener un carácter de mierda cuando algo no salía como él quería y no reparaba demasiado en la gente porque las notas musicales le importaban mucho más.
Theo no era perfecto, pero cuando alguien muere siempre fingimos que lo fue, que todos esos defectos que lo convertían en quien era no estaban ahí. A lo mejor lo hacemos para que la presencia de quienes nos dejan no sea tan real. A lo mejor así el dolor desaparece antes.
Si es un truco, a mí no me sirve. Yo recuerdo todos sus defectos tan bien como recuerdo todo lo demás. Theo sigue en nuestra casa, en cada rincón. Recuerdo su ruido. Su caos. Su vida. Sin nada de eso, me siento justo en el ojo de ese huracán que se supone que estábamos destinados a ser, aislada de todo, bajo el sol, en un silencio casi ensordecedor.
Creo que eso es lo peor, el silencio. Estoy segura de que si lo que le pasó me hubiera ocurrido a mí, Theo habría montado un escándalo y compuesto mil canciones sobre ello y se las habría escupido al universo con la rabia que a veces acumulaba en las cuerdas de la guitarra. Pero yo siempre fui la más tranquila de los dos. Yo era quien reparaba sus desastres, así que aquí estoy, esperando hasta que averigüe cómo reparar este.
O quizá solo estoy esperando a que la puerta se abra en cualquier momento, a que él entre y me diga que lo siente, que vaya susto. Pero sé que no va a pasar. Su guitarra se ha quedado sobre el puf, abandonada junto a su cuaderno abierto, con algo nuevo a medio escribir. No me he atrevido a cerrarlo. No me he atrevido a guardar en el armario la ropa limpia que tiene sobre la cama ni a tocar la que tiene abandonada sobre la silla de su escritorio. Eso sería empezar a recoger el mayor de sus desastres, y no quiero (no sé cómo) hacerlo.
Escucho el sonido de una llave en la cerradura y por un momento siento la esperanza. Por un momento hasta veo su sonrisa y sus ojos azules. El viento deja de azotar la casa y hay calma.
—¿Cómo estás, cielo?
El hechizo se rompe con la voz de Tonya. El azul de los iris de Theo se convierte en gris tras los cristales de unas gafas y los ángulos de sus pómulos se pierden en las mejillas redondeadas de mi amiga. Me hundo en el sofá y bajo la vista a la mancha de chocolate que dejamos en la alfombra en nuestro primer día en el piso, cuando a Theo se le cayó nuestra tarta de cumpleaños.
—Bien.
Mentir se ha convertido en algo muy fácil en los últimos días. Al teléfono, cuando llama tía Em. A la cara de Tonya, cuando viene a verme. No he tenido contacto con mucha más gente desde que Theo se fue. Apenas he salido de casa desde entonces. Tengo algunos mensajes de pésame de gente de Arcadia que no voy a responder, porque no lo soporto, no soporto saber que muchas de esas personas no sabían quién o cómo era Theo.
A la única a la que le permito estar cerca es a Tonya, quizá porque ella sí lo conocía, aunque solo fuera de unos meses. Ella ha llorado lo que yo misma no he podido llorar todavía y, desde que supo lo que había ocurrido, se ha negado a separarse de mí.
—Suena tan convincente como ayer —dice mientras deja las bolsas sobre la mesa de la cocina.
No tendría por qué estar haciendo esto. Ir a la compra por mí, doblar turnos para sustituirme en el trabajo y que pueda regresar cuanto antes sin consecuencias, venir a verme todos los días y obligarme a vestirme con algo más que con el pijama. Pero esa es Tonya. Fue la primera y la última persona ante la que pude pronunciar en alto la noticia cuando la recibí.
Theo ha tenido un accidente.
Fue la que me hizo reaccionar mientras yo sentía el viento levantarse. Decía: «¿Está bien? ¿Dónde está? Vamos ahora mismo. Vamos a…». Y yo respondí:
Está muerto.
Y los cimientos de mi mundo saltaron por los aires.
Tonya sigue en casa cuando recibo la llamada. Creo que es la única razón por la que me planteo descolgar, porque sus ojos me animan. Es difícil. No solo porque no quiera hablar con nadie, sino porque el tono de llamada es la voz de Theo en la última canción que compuso, la que me grabó en un audio y me envió una noche en la que me tocaba trabajar porque no podía esperar a que yo llegase a casa para enseñármela.
Si no cogiera el teléfono, su voz seguiría sonando y yo podría fingir que él está aquí.
Mi amiga me pasa el móvil. En la pantalla encendida aparece un número que no reconozco. La voz de Theo se pierde (otra vez) cuando acepto la llamada.
—¿Sí?
—¿Dorothy Gale?
—¿Quién es?
—¡Buenos días! Mi nombre es Linda Grant. Trabajo para Emerald Music Entertainment, quizá has escuchado hablar de nosotros.
Tardo un segundo de más en reaccionar. Hasta mis tíos en su pequeña granja en medio de la nada de Kansas han escuchado hablar del Grupo Emerald. Lanzo un vistazo a la nevera, donde pegada con un imán está la lista de discográficas a las que Theo enviaba nuestras maquetas. Emerald está ahí, la primera, rodeada con tantos círculos que parece que mi hermano quisiera empezar nuestro huracán justo con aquel trazo.
Linda Grant sigue hablando al otro lado de la línea. Tiene una voz alegre y cantarina:
—Hace un par de meses estuve en un casting de nuevos talentos y os escuché cantar a ti y a tu hermano. Quería felicitarte, sois maravillosos, aunque con quien me interesa contactar es con Theodore. Tengo una oferta que quizá le interese, pero su teléfono siempre está apagado. Tampoco he recibido respuesta a los correos, así que he decidido hacer un último intento llamándote a ti. ¿Por casualidad está ahí o sabes cómo puedo contactar con él?
Quiero decir algo, pero las palabras se me escapan por la herida abierta. Quiero decirle que no va a volver. Que hubo un accidente. Que no pude despedirme de él. Quiero decirle que la música siempre fue su sueño. Que es muy injusto que le ofrezca algo que ahora no va a poder aceptar.
Sin embargo, lo único que consigo decir es:
—¿Una oferta?
—Quiero hacerle una audición. ¿Crees que estaría interesado?
No. Sin mí, no. Siempre lo decía: «Juntos, Dottie. Seremos el huracán juntos».
Pero yo nunca habría dejado que pasara de una oportunidad por mí, del mismo modo que estoy convencida de que él no me lo habría permitido a mí.
La mirada de Tonya me arde sobre el rostro. Sé que puede escucharlo todo; el volumen del teléfono está lo suficientemente alto. Me tiende la mano y supongo que espera que le ceda el móvil para decir las palabras por mí.
—Theo… —La voz me sale ronca—. Él no… está.
No está en casa. No está conmigo. No va a volver.
—Oh, qué lástima. ¿Podrías decirle que me llame a este número? Linda Grant, recuerda. Que sea cuanto antes, por favor. La audición sería la semana que viene y este mundo no espera a nadie, ya sabes. ¡Bueno, tengo que colgar! ¡Ha sido un placer, querida!
La llamada se corta y yo me quedo mirando a la pantalla, a la imagen que aparece cuando el móvil se bloquea: Theo y yo haciendo muecas a la cámara, con las mejillas muy juntas y dos pares de ojos azules idénticos. Con el pelo del mismo color castaño e igual de rebelde. Con la risa mezclada, aunque no pueda oírse, y los mismos sueños guardados cerca del corazón. Nuestras voces tampoco forman parte de la imagen, pero están en el fondo de mi cabeza.
«Los hermanos Gale seremos una fuerza de la naturaleza, ya lo verás», dice él.
«Todo el mundo cantará tus letras», respondo yo. «Todo el mundo coreará tu nombre: ¡Theo! ¡Theo! ¡Theo!».
Es como si pudiera escuchar ese coro de desconocidos. El coro que él se merecía. Tendría que haberlo vivido. Tendría que haber tenido la oportunidad de convertirse en una estrella.
La pantalla del móvil se apaga en mi mano.
Si la vida fuera justa, tendría que haber recibido esta llamada tres semanas atrás. Tendría que haber ido a esa audición. Tendría que haber conseguido lo que sea que fueran a ofrecerle.
—Theo habría pasado de hacer nada sin ti —dice Tonya, tras un suspiro.
Asiento, pero no respondo. En mi cabeza, ese coro imaginario continúa. Sigue ahí cuando mi amiga se marcha. Sigue ahí mientras coloco la compra en su sitio, con cuidado de no tocar las cosas que él dejó detrás. Sigue ahí por encima del sonido del agua de la ducha o cuando cierro los ojos, preparada para otra noche de dormir poco y mal.
Es el primer ruido que llena el silencio después de todos estos días.
«Theo, Theo, Theo».
2
Dottie
Su voz es una de las cosas que más echo de menos. Su voz en las canciones, pero también en los demás momentos. En los susurros cuando se repetía rimas que no le terminaban de convencer; en las conversaciones aceleradas cuando algo le emocionaba; en los días menos buenos en los que su tono era más grave porque a él el peso sobre los hombros se le iba a las cuerdas vocales.
La voz era una de las pocas cosas en las que no éramos casi idénticos.
Pero tampoco éramos tan distintos. O quizá tan solo nos conocíamos lo suficiente como para, si era necesario, poder ser iguales incluso en eso.
Y lo hicimos muchas veces. Hacernos pasar por el otro, quiero decir. Un examen en una materia en la que el otro era experto, un castigo del que puedes escaquearte con el otro ocupando tu lugar en el cuarto, las tareas en la granja que nos apostábamos entre nosotros. La mayoría de las veces cuando nos sustituíamos ni siquiera hacía falta hablar, pero cuando era necesario podíamos hacerlo con matrícula de honor.
Por eso, cuando Linda Grant descuelga el teléfono y pregunta con su tono cantarín:
—¿Sí, dígame?
Yo respondo:
—Soy Theodore Gale, mi hermana me ha dicho que me ha llamado.
Mi voz me hace un hueco en el estómago porque es casi la suya. Lo suficientemente parecida, al menos. Válida, supongo, para una persona que nunca lo conoció. Aun así, contengo la respiración, porque no sé si la tal Linda va a darse cuenta de que soy la misma chica con la que habló el otro día. Una chica que ni siquiera tiene muy claro lo que está haciendo, porque no sé qué pretendo conseguir.
—¡Oh! ¡Estaba deseando hablar contigo, Theodore!
—Puede llamarme Theo —digo, porque es lo que él habría hecho.
—¡Theo entonces! ¿Supongo que tu hermana te ha contado mi interés en hacerte una audición?
Carraspeo, en parte para asegurarme de que la voz (su voz) no me falla y en parte porque no sé dónde lleva esta conversación. Mis ojos van a su guitarra y a su cuaderno abandonados en el mismo sitio en el que él los dejó.
—Sí, pero no me ha dicho para qué.
—Oh, claro, no quería darle todos los detalles. Imaginé que quizá sería un poco incómodo… No quería que se sintiera desplazada. Tiene mucho talento, pero no me encaja en este proyecto…
Ni siquiera me importa. No quiero dedicarme a la música si no es con él. No quiero las oportunidades que teníamos que haber aprovechado juntos. No quiero los escenarios si no compartimos los focos.
—¿Por qué no? —pregunto, de nuevo porque sé que él lo habría hecho—. Mi hermana y yo actuamos siempre juntos. Es tan buena como yo. Lo que haya visto en mí, seguro que también lo tiene ella.
—Desde luego. Como te digo, su talento no es ningún problema. Quizá más adelante podríamos buscarle alguna oportunidad, pero esta no es para ella.
—¿Por qué? —insisto.
—Porque es una chica.
—¿Disculpe?
Mi pregunta suena como un gruñido y no sé si me he salido del personaje. Por suerte, Linda Grant se ríe al otro lado de la línea.
—¡Lo cual solo supone un problema en este caso en particular, claro! ¡No puedo meter a una chica en una boyband!
Las palabras tardan varios segundos en tener sentido en mi cabeza.
—¿Una boyband? ¿Quiere que forme parte de una boyband?
—De momento, quiero hacerte una audición. Estoy bastante convencida de que eres un perfil perfecto, pero tendría que comprobarlo y hay más aspirantes. ¿Te interesa?
No. Sí. No lo sé. Creo que Theo se habría partido de la risa de pura incredulidad. Creo, como Tonya dijo, que se habría negado. No le habría gustado la idea de dejarme, ni de trabajar con gente desconocida. A Theo no se le daba bien la gente ni el trabajo en equipo. Conmigo funcionaba porque éramos él y yo. Siempre habíamos sido él y yo.
—¿Theo? ¿Sigues ahí?
—Sí, disculpe. —Mi respuesta es automática, aunque Theo no está aquí, no va a volver, yo no soy Theo, esto no tiene ningún sentido.
—Oh, no te preocupes, querido, entiendo que una oferta así no se recibe todos los días. Entonces, dime, ¿te interesa? ¿Quieres hacer la audición?
—Yo…
—Necesito tener los miembros decididos antes de que acabe el mes; si no estás interesado, estoy segura de que encontraré…
—No. Quiero decir: sí, lo haré. Quiero hacer la audición. Quiero la oportunidad.
Escupo las palabras casi como las escupía Theo en las canciones, y me siento mareada de inmediato. Pero no puedo dejar que la oportunidad, la última oportunidad, la reciba otra persona.
Solo que la oportunidad ya la está recibiendo otra persona, ¿verdad? Theo no puede hacer esa audición, porque sus cenizas no van a convertirse en carne y hueso de nuevo para cantar y formar parte de un grupo de chicos.
Esta oportunidad no significa nada.
Y al mismo tiempo, podría significarlo todo.
—¡Ah, magnífico! ¡Divino! Te mandaré todos los detalles de la cita a tu correo y… ¿Este es tu teléfono?
Trago saliva. De pronto el corazón me late demasiado fuerte, en el pecho y en los oídos.
—Es el de mi hermana, pero puede contactar conmigo en él si es necesario por ahora. El mío… sufrió un accidente y todavía no tengo otro de repuesto.
—¡Maravilloso! Nos vemos pronto entonces, Theo. Estoy deseando ver si eres una de las piezas que me faltan. Si lo fueras… Oh, querido, qué viaje te espera. Va a ser una grandísima aventura.
Y cuelga. Yo me quedo con el móvil en la mano, más consciente que nunca de que lo que he hecho ha estado mal, que nadie va a poder asistir a esa cita.
Sin embargo, en el fondo de mi cabeza, las voces que corean su nombre gritan más alto que nunca.
El rostro que está en el espejo del baño no parece el mío. Bajo la luz de la bombilla desnuda parece lleno de más ángulos de los que debería, con los ojos más hundidos y la piel más pálida. Me inclino hacia delante, intentando ver a mi hermano en él, pero me resulta más difícil que nunca. Puede que la voz se parezca, puede que nuestros rasgos sean casi idénticos (la nariz estrecha, los labios carnosos, las finas líneas que forman paréntesis en las comisuras de la boca), pero no sé si es suficiente. Cuando éramos niños, las diferencias resultaban menos obvias. En aquel entonces, incluso crecíamos más o menos al mismo ritmo y, de hecho, había temporadas en las que yo le sacaba varios dedos. Al final, sin embargo, Theo acabó siendo más alto, solo unos centímetros que, sin embargo, eran suficientes para que él presumiera de ello cada vez que podía. Yo siempre le decía que era porque no se peinaba, que si se aplastara el pelo contra la cabeza tendríamos la misma altura. Ambos sabíamos que no era cierto.
Toco la punta de mis trenzas descuidadas. En otro tiempo, el pelo tampoco había sido una diferencia. Tía Em insistió en cortarnos el pelo igual de corto cuando tuvimos piojos en tercer grado y, hasta los quince, aquel estilo me pareció lo más cómodo. Era otra cosa más que facilitaba el parecido y abría la puerta a las travesuras.
Antes de coger las tijeras del borde del lavabo me permito dudar. Un segundo, solo uno. Ese en el que una voz (se parece a la de Tonya) me pregunta en qué estoy pensando, si estoy segura de hacer esta locura.
Nadie puede hacerse pasar por otra persona. Nadie debería conocerte tan bien como para ser capaz de confundir a todo el mundo. Pero si hay una persona que puede hacerlo con Theo, esa soy yo.
Si una persona es parte de ti, ¿la estás suplantando o solo le estás dando espacio?
El primer tijeretazo es el más difícil. No es un corte limpio, y necesito varios más para conseguir deshacerme por completo de las trenzas, por no hablar de todo el tiempo que me lleva dejar los mechones más o menos igualados, a la altura que quiero. Corto, pero no demasiado corto, para poder peinármelo tal y como lo llevaba él. El resultado no es perfecto, pero me detengo cuando me encuentro jadeando como si hubiera corrido una maratón. El baño está hecho un desastre, con mechones en el lavabo, en el suelo y pegados a mi ropa.
Me sacudo de encima el pelo que puedo y, como en trance, me acerco a su habitación. Me quedo bajo el dintel de la puerta, muy quieta, observando. Las cortinas están descorridas, como siempre las dejaba él, y el sol le está comiendo el color a los posters y las fotos que cuelgan de las paredes poco a poco.
Avanzo hasta la ropa limpia sobre su cama. Su sudadera favorita es lo suficientemente holgada como para ocultar las formas de mi cuerpo que no se parecen a las suyas. Ni siquiera es la primera vez que le robo uno de sus pantalones negros, los que tienen mil bolsillos y son flojos y anchos. Las deportivas son mías, porque siempre he tenido el pie más pequeño, pero el resto es todo suyo, incluso el pendiente con forma de nota musical de la oreja izquierda. Por un instante, es fácil verlo a él en medio de mi habitación, robándome el espejo para mirarse por todos lados antes de una audición. Veo las diferencias (yo no tengo su confianza, yo estoy demasiado quieta, yo no estoy sonriendo), pero no son muchas y, al mismo tiempo, son demasiadas y me agobian. Estoy segura de que sus manos eran un poco más grandes, pero al menos eran igual de huesudas que las mías. Doy gracias de que no se vea que no tengo el tatuaje que él tenía con el rayo de Bowie en el interior del antebrazo derecho, aunque sí tengo el 2 en la muñeca izquierda, por el día en el que nacimos y porque siempre fuimos dos, así que ese era nuestro número, nuestra suerte.
Ya no sé qué suerte me queda a mí ahora que he pasado a ser solo una.
Me acomodo el pelo y casi oigo su carcajada. Casi lo veo justo a mi lado, con la sonrisa de las travesuras y los ojos brillantes por una aventura más. «Solo te falta una cosa», diría.
Me digo que esto solo va a suceder hoy. Me digo que es el último deseo de mi hermano.
Del puf del salón tomo su guitarra plateada y me la cargo a la espalda. Su peso resulta reconfortante y parece decirme que sí, ahora sí.
Ahora estoy lista.
Ahora podremos arrasar el mundo con una última actuación.
3
Dottie
Cuando te pasas toda tu vida en un pueblo de menos de trescientos habitantes, tus oportunidades de actuar en público se limitan a la feria anual y al bar en el que todos os conocen como «los gemelos de los Gale». Por eso decidimos mudarnos a Nueva York en cuanto cumplimos los dieciocho. No le sorprendió a nadie: nuestros tíos supieron desde que fuimos muy pequeños que un pueblo como Arcadia no podía contener todos nuestros sueños.
Cuando llegamos, sin embargo, nos sentimos un poco como el estereotipo cutre que habíamos visto mil veces en el cine. Éramos los adolescentes de pueblo que llegan con grandes ambiciones y no tardan en darse cuenta de que su pueblo era demasiado pequeño, pero Nueva York era demasiado grande. La realidad fue que en nueve meses solo conseguimos un piso diminuto y destartalado, trabajos precarios que nos permitían pagarlo y pocas oportunidades de ser vistos: noches de micro abierto en algunos pubs y la decepcionante cantidad de tres audiciones, todas para programas de talentos. No superamos ninguna. Tonya decía que lo de ir juntos, como dúo, nos jugaba a la contra, que debíamos probar alguna vez por separado. Siempre nos negamos. En parte creo que no teníamos el valor suficiente para encarar el rechazo sin el otro al lado.
Con todo, considero que tres audiciones (fallidas) son una experiencia aceptable. Lo justo para saber que normalmente se hacen en edificios o espacios abiertos organizados para el evento y no en pubs en los que nadie parece saber qué está pasando, cuando ya ha caído el sol.
El lugar se llama MUNCHKIN y es uno de esos sitios no demasiado grandes ni demasiado llenos de gente: iluminación pobre, mesas bajas y altas, una barra en la que un hombre con barba y sombrero sirve alguna que otra cerveza. Hay un pequeño escenario del que, en ese momento, se baja un chico en medio de aplausos templados por parte del público. La mayoría de los clientes siguen metidos en sus conversaciones, sin prestarle ni un poco de atención. Aquí no hay gente con números pegados a las camisetas ni cámaras grabando, al menos a simple vista. Valoro la posibilidad de que me hayan tomado el pelo y solo esté haciendo el ridículo, vestida con la ropa de un hermano que no va a volver y la nuca picándome en parte por los nervios y en parte por la ausencia del pelo que me he cortado para hacer esta estupidez.
Pero no. Linda Grant es real, la he buscado en LinkedIn. El correo electrónico con los datos parecía oficial, escrito desde un dominio de Grupo Emerald.
Así que me adelanto hacia la barra con las manos apretadas alrededor de la cinta de esa guitarra que no es mía y respiro hondo cuando el camarero me mira como si creyera que voy a vomitar.
—¿Qué te pongo, chico?
Una parte de mí quiere reírse. De pura histeria, supongo, porque es el momento en el que tomo consciencia de lo que estoy haciendo. También es un poco emocionante. Me parece escuchar la risa de Theo cada vez que su disfraz o el mío funcionaban. A él le hacía sentir eufórico. Una vez le pregunté si le gustaba que lo percibiesen como una chica y se quedó pensando en ello durante mucho rato. Mucho rato son días. Al final, una semana después, en medio de la cena, mientras se llevaba un trozo de pizza a la boca, cuando a mí ya se me había olvidado nuestra conversación, respondió: «Me gusta que me perciban como tú, porque me parece la mejor cosa que puedo ser». Yo lo miré, sorprendida, y luego él emitió esa risa suya de acorde de guitarra y concluyó: «Y el género es una construcción».
—Busco a Linda Grant —digo.
El hombre asiente.
—Tendrás que esperar tu turno.
—¿Mi turno?
—Para la audición.
No es el camarero el que responde, sino otro chico a mi lado. Tiene la piel morena, el pelo recogido en un moño desarreglado del que escapan algunos rizos y los ojos oscuros perfilados de un plateado tan brillante como el que tiene la guitarra que cuelga a mi espalda, escondida en su funda. Llama la atención no tanto por el maquillaje como por la camiseta de rejilla también plateada que lleva. Es guapo y viste como si lo supiera o quisiera demostrarlo, o tal vez ambas cosas.
El chico está bebiendo una lata de una bebida energética que en ese momento deja sobre la barra, mientras hace un gesto con la barbilla hacia el escenario. Me cuesta un segundo de más apartar la vista de él, pero al final me fijo en la persona que en este momento se sitúa detrás de un pie de micro.
—Esto no parece una audición —digo.
—Y por eso es la mejor audición del mundo —responde él.
No parece que esté bromeando. De hecho, mira al escenario con expresión concentrada. La música empieza a sonar. El que está sobre el escenario no lleva instrumentos consigo, pero tampoco le hacen falta: cuando empieza a cantar Rolling in the deep de Adele con una técnica vocal perfecta, tengo claro que el ganador está más que decidido esta noche. Varias personas del público levantan la cabeza para mirarlo y las que faltaban lo hacen cuando llega el estribillo.
Siento el sabor amargo de la derrota por adelantado.
A mi lado, sin embargo, el chico de plateado aparta la vista con desinterés y le da otro sorbo a su bebida.
—¿Apuestas por él? —pregunta.
—¿Lo estás oyendo? No hay nada que hacer contra eso.
—No vas a muchos castings, ¿verdad?
Yo lo miro, un poco ofendida, aunque sea cierto.
—Gente con voces increíbles capaces de llegar a notas altas las hay a miles —me explica—. No es suficiente con eso.
—¿Te refieres a que no lleva instrumentos?
—No, también hay muchas personas que saben tocar.
Chasqueo la lengua y lanzo otro vistazo hacia el escenario, donde ese desconocido le grita a alguien que podrían haberlo tenido todo. El chico de plateado junto a mí no vuelve a dedicarle ni una ojeada y me molesta un poco.
—No entiendo por qué lo tienes tan claro. Es bueno.
—No he dicho lo contrario —dice él, tras encogerse de hombros—. Pero has apartado la vista.
—¿Qué?
—Que has apartado la vista. No te ha costado. Y a la mitad del público tampoco.
Es cierto. Aunque muchas personas le siguen prestando atención, la gran mayoría han vuelto a sus cosas, a sus conversaciones, a la pantalla del móvil. Me siento un poco culpable al ver que es cierto, que yo misma estoy conversando con un absoluto desconocido mientras ahí arriba alguien se deja la voz por el mismo sueño que Theo y yo compartíamos.
—No vale solo con una canción increíble y llegar a las notas.
—Entonces, ¿qué se supone que se necesita?
—Ser la persona a la que escucharías sin importar la canción.
Los aplausos puntúan su frase cuando el aspirante termina. La gente parece más entusiasta que con el chico que estaba antes que él y yo me uno a ellos en un intento de disculparme por haberme distraído. Pero es cierto, los aplausos tampoco son una pasada. No hay felicitaciones ni gritos ni nada que se le parezca.
El chico de plata se pone en pie, le da otro trago a su lata y le dice al camarero:
—¿Me pones otra?
Ni siquiera se ha terminado la que tiene en las manos y me pregunto si tendrá algún tipo de adicción: he leído en algún lado que hay gente que se toma las bebidas energéticas como si fueran otra droga más. Sin embargo, cuando el hombre de la barra le deja otra delante a la velocidad de la luz, él me la tira para que la pille al vuelo. Lo miro, con un parpadeo incrédulo, y él ladea la cabeza con esa expresión desinteresada.
—Quizá te ayude con esos nervios. Vas después de mí.
Y con eso, se dirige al escenario.
Cuando empieza a actuar (no solo cantar, no, este chico no solo canta) entiendo dos cosas: a qué se refería antes y que es contra él contra el que no tengo nada que hacer.
Supongo que el chico de plateado viene del mundo del teatro, porque solo así se explica la manera en la que clava Razzle Dazzle de Chicago y se gana la atención de todo el mundo. Es como si se transformase. El muchacho serio y de voz monocorde que estaba a mi lado hace unos minutos se convierte en alguien sarcástico, extravagante y un poco altanero, acorde con el personaje que interpreta. Sabe moverse, sabe bailar y sabe cantar. Y sabe hacerlo muy bien, tanto que no puedo dejar de mirarlo en ningún momento.
En comparación, yo soy solo una persona con una guitarra que ni siquiera es suya.
Theo podría haber hecho algo contra él. Theo tenía esa personalidad que eclipsaba todo lo demás. Se le daba de pena bailar, pero no le importaba hacer el ridículo intentándolo.
Pero yo no soy Theo. Yo no tendría que estar aquí.
Ese chico consigue justo lo que me dijo: nadie puede apartar la mirada, ni siquiera yo. Se gana la atención al saltar del escenario, al moverse entre las mesas, al interactuar con la gente, guiñar el ojo y hacer algún juego con la voz en el que cambia incluso el ritmo original, para provocar sorpresa. Es irónico, porque hace justo lo que dice la canción: deslumbrarnos con un par de trucos.
El público estalla en aplausos y vítores cuando acaba su actuación. Son aplausos de los fuertes, de los que hacen que el lugar parezca más lleno, y él los agradece con la tranquilidad y la sonrisa de quien está acostumbrado a ellos. Es un profesional, no hay ninguna duda. Sabe lo que hace y que lo hace bien, y aunque a una parte de mí le gustaría decir que no es para tanto, soy consciente de que eso sería mentir.
Justo antes de abandonar el escenario, lo veo coger la lata que ha dejado en el suelo y beber un trago. Su mirada me encuentra entonces y levanta su bebida hacia mí. Como si brindase. Como si me desease suerte.
—Te toca, chico.
Es el camarero el que habla y me trae de vuelta a la realidad. A la razón por la que estoy aquí, a la apariencia que tengo, al peso de la guitarra de mi hermano en mi hombro. Y es demasiado.
No sé si puedo subir ahí. No sé si tiene sentido hacerlo.
Todo esto ha sido una terrible idea.
—Eh, chico, ¿me has oído? —insiste el camarero.
Sí, pero quien tendría que estar oyéndole es otra persona. Una que no va a volver. Y aunque he venido aquí buscando un poco de justicia para él, una manera de hacer que al menos alguien más lo recordase tal y como lo recuerdo yo, ni siquiera sé si puedo convencer a nadie. A lo mejor el disfraz funciona a simple vista, pero no tengo su voz, no tengo su actitud, no tengo nada de lo que él realmente tenía.
Y a la vez…
A la vez, quizá no se trata de sustituirlo. Quizá se trata solo de vivir una última actuación con él. Con su guitarra en mis manos y su ropa abrazándome puedo fingir que somos otra vez los dos, que cumplimos el sueño y sacudimos el mundo, aunque sea solo durante tres minutos y para unas pocas personas.
Por eso respiro hondo justo antes de que el camarero vuelva a abrir la boca y subo al escenario. La guitarra de Theo lleva tanto tiempo conmigo que es algo estable a lo que aferrarse, lo único que no ha cambiado en estos días. Su tacto es el mismo, su color es el mismo, conozco incluso las marcas de desgaste y los arañazos. Esta guitarra es Theo. La única parte de su cuerpo que no han quemado. Las cuerdas pueden ser sus dedos y yo solo tengo que entrelazarlos con los míos para sentirme segura e ir a cualquier parte.
Los primeros acordes de Zombie son fáciles porque es la canción que siempre sonaba en casa, una de sus preferidas. Lo más complicado es encontrar la voz. La mía y, al mismo tiempo, la suya. O una que sea los dos. Una que tenga su fuerza, que le grite al público que nos tienen que mirar, que somos los hermanos Gale, que van a recordar nuestros nombres, que vamos a hacer que todo estalle.
Miradnos, queremos ser lo único en lo que penséis.
(Theo se ríe a carcajadas después de tirar la tarta de cumpleaños sobre la alfombra).
Miradnos, queremos que veáis todo lo que podríamos haber sido.
(Theo escribe canciones en el puf del salón).
Miradnos, queremos ser las personas a las que escucharíais sin importar la canción.
(Theo entra de golpe en mi cuarto gritando que tiene una nueva idea).
Miradnos, aunque no estemos los dos.
(Theo rasga su guitarra con fuerza).
Miradnos.
(Theo no se mueve más).
La última nota vibra en el aire y ni siquiera entiendo en qué momento o cómo ha terminado la canción, no sé cómo lo he hecho, con qué voz, pero los ojos me pican casi tanto como la garganta.
El mundo permanece en silencio. Exactamente el mismo silencio en el que llevo días varada, el del ojo del huracán, el silencio que me dejó él después de toda una vida llena de ruido.
Y después, el sonido vuelve en forma de aplausos.
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witchofthenorth En el pub en el que estaba hoy ha habido un par de actuaciones impresionantes, pero me quedo con la de este chico. ¿Alguien sabe su nombre? ¿Cuándo va a actuar de nuevo, @BogOfTheMunchkinPub?
10 minutos
bogofthemunchkinpub @WitchOfTheNorth Esto era un evento especial pero, teniendo en cuenta que todo el mundo se lo pasó tan bien, igual repetimos en algún momento. A poder ser, con él y con el chico de plateado que cantó justo antes…
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witchofthenorth @BogOfTheMunchkinPub Ojalá un dúo, aunque no podrían tener estilos más diferentes
2 minutos Responder
VERSE 1
There’s a road going nowhere
and me, following a possibility.
No thoughts,
no feelings,
just regrets.
Don’t I deserve a chance?
Won’t everything keep falling apart?
De: Grant, Linda
Para: mí, Raven Harris, Valentín Ramos, Leo Stewart
Asunto: Bienvenidos a Wizard
¡Buenos días, chicos!
Os escribo este primer correo a todos para presentaros formalmente y daros por fin la bienvenida a WIZARD, la nueva boyband de Emerald Music Entertainment destinada a hacer magia.
Como ya os he comentado uno a uno, tenía el ojo puesto en muchísimos perfiles distintos, pero vosotros cuatro habéis demostrado que tenéis justo lo que estamos buscando en Emerald: conocimiento musical, presencia en el escenario y mucha, muchísima personalidad. Estoy muy feliz de embarcarme en una aventura tan emocionante a vuestro lado. Todavía tenemos por delante un largo camino juntos, pero os auguro un gran futuro y sé que no me decepcionaréis.
Nos vemos la semana que viene para la firma del contrato y la mudanza. Estoy deseando empezar a trabajar con vosotros, y espero que vosotros también. Sabéis que no será fácil, que tendréis que dedicarle la mayor parte de vuestro tiempo, pero os recuerdo: esta es una oportunidad que solo aparece una vez en la vida.
Me muero de ganas de daros la bienvenida a Emerald en persona.
Un fuerte abrazo,
Linda Grant
Manager
4
Dottie
—Dios, Dorothy, ¿qué has hecho?
Esa ha sido la primera frase de Tonya al verme, con la cara tan pálida como si hubiera visto a un fantasma. Puede que lo sea. Eso explicaría por qué, aunque llevo mi propia ropa, sigo sin sentirme yo misma. No del todo.
Quizá nunca vuelva a hacerlo.
Eso, por supuesto, no se lo he dicho. Como tampoco lo bien que me he sentido fingiendo ser Theo. Ni le he dicho que tocar su guitarra ha sido lo más parecido a reencontrarme con mi hermano y que, al regresar al apartamento tras la experiencia en el pub, me sentí más sola que nunca y lloré por primera vez desde que lo perdí.
Pero le he contado todo lo demás: que me hice pasar por él, que quería darle una oportunidad. Y que ahora quieren que Theo forme parte de ese futuro grupo.
—Dime que no te lo estás planteando en serio.
Yo miro hacia la taza de café que ha puesto entre mis manos. He venido yo a su casa porque no quería que ella viera que la guitarra vuelve a estar en su pequeño altar sobre el puf y que he abierto el armario de Theo para ver qué podría ponerme para la primera reunión con el grupo.
No necesita que responda antes de añadir:
—¿Has perdido la cabeza?
Hago una mueca sin contestar, en parte porque no sé cómo empezar y en parte porque todas las cosas que iba a decirle se pierden cuando se levanta del sofá y empieza a pasear por la habitación.
—Dottie, no necesito ser abogada para saber que hacerte pasar por otra persona es ilegal. Y no pasa nada por hacerlo en esa audición, de acuerdo. Entiendo que era importante para ti, una especie de cierre o de homenaje o… lo que sea. Pero no puedes estar planteándote de verdad lo de firmar un contrato en nombre de tu hermano.
Lo sé. Sé que es una locura. Y aun así…
—¡Dorothy! —Mi amiga se gira de golpe hacia mí ante mi silencio—. ¡Es fraude! ¡Es usurpación de identidad! ¿Quieres engañar a una multinacional que podría dejarte sin nada antes de mandarte de una patada a la cárcel?
—No, solo quiero…
—Theo está muerto, Dorothy.
Las palabras duelen. Nadie lo había dicho así hasta ahora. O puede que lo hayan dicho, pero yo no he querido escucharlo. Tampoco quiero hoy; sin embargo, ella no me da otra opción. Me estremezco y levanto la vista para enfrentarla por primera vez. La mirada de Tonya me está atravesando, con lástima, pero también con dureza. No sé si quiere que lo repita o que me enfade o que discutamos. Al final, lo único que me sale es un ahogado:
—Ya lo sé.
—Mira, sé que esto es muy duro, para ti más que para nadie. Pero no es sano. No sois la misma persona, Dottie. No puedes fingir que eres Theo y hacer las cosas que a él le habría gustado hacer si hubiera tenido un poco más de tiempo.
Intenta cogerme las manos, pero yo las aparto con la excusa de dejar la taza sobre la mesa.
—Solo quiero que la gente conozca su nombre. Solo será… un poco más. Sé que no puedo hacerme pasar por él para siempre. Sé que no puedo vivir su vida por él. Pero tal vez… —Me trago el nudo que intenta subirme desde el estómago a la boca—. Tampoco es como si fuéramos a grabar un disco mañana e, incluso si lo hiciéramos, puede ser… nada. No nos vamos a convertir en BTS, por mucho que quieran vendernos que podemos ser gigantes: es solo una empresa haciendo grandes promesas. De momento solo nos prepararán para el escenario y luego tendríamos que ganarnos todo poco a poco… ¿Sabes la de grupos que no salen adelante?
—¿Y si os hacéis famosos? ¿Y si alguien empieza a buscar información sobre ti? No, no sobre ti: sobre Theo. Hay gente ahí fuera que sabe que tu hermano está muerto, Dottie.
Resoplo y me giro hacia ella. No hay tanta gente. Ese es el problema: más personas en el mundo deberían ser conscientes del hueco que ha dejado Theodore Gale al marcharse.
—¿Quiénes? ¿Su jefe de la tienda de discos, que la boyband más reciente que ha escuchado son los Beatles? ¿La gente de Arcadia, donde las noticias llegan de milagro porque la conexión a Internet tiene la misma velocidad que una tortuga y la media de edad de la población es de 140 años? Esto ni siquiera va a ser para siempre. Si se hace demasiado grande, lo dejo.
—¿Crees que será fácil abandonar el grupo que una gran multinacional quiere potenciar si empieza a dar resultados?
—Los miembros de grupos famosos cambian constantemente. Si Zayn se marchó de One Direction, yo también puedo.
Tonya me mira como si fuera idiota. Tiene que respirar hondo para no explicarme por qué no soy Zayn Malik. Y que Zayn Malik no es ninguna mujer haciéndose pasar por un hombre, hasta donde sabe.
Al final, tan solo se deja caer de nuevo en el sofá y se pasa las manos por la cara.
—Dottie, te estás haciendo daño. Esto no te va a ayudar en nada, esto solo…
—Por favor —la interrumpo. La voz me sale mucho más suplicante de lo que querría—. Por favor, escúchame. Sé que para ti es una locura, pero para mí tiene sentido. Es… Yo… No pude despedirme. No pude hacer nada por él. Pero ahora puedo hacer esto.
—A Theo no le gustaría que te arruinaras la vida por su culpa.
—¡Theo quería que llegáramos a lo más alto juntos! ¡Y esta es la única manera que nos queda!
Veo las palabras que se calla tras los labios apretados. Las veo, pero no quiero aceptarlas y ella no se atreve a pronunciarlas. Juega nerviosamente con las pulseras que lleva en las muñecas y guarda silencio por lo que parecen siglos. Después, susurra:
—Pongamos que consigues convencer a la mánager y a tus compañeros en esa primera entrevista. Vas a tener que estar con esos chicos muchísimas horas al día. Por mucho que conozcas a tu hermano, el riesgo…
—¿No has visto Mulán? ¿Ella es el chico? ¿Victor o Victoria? ¿Noche de reyes? Puedo hacerlo. A lo largo de la historia ha habido muchas mujeres que han hecho lo mismo y nunca las descubrieron.
—¡Todos los que has mencionado son personajes de ficción! —exclama ella, exasperada—. ¿Quieres que busquemos casos de mujeres reales a las que sí descubrieron?
—No, no es necesario.
Tonya chasquea la lengua y me observa con los brazos cruzados y los ojos entrecerrados. Me juzga. Pero quizá de alguna forma también lo vea a él al mirarme y por eso acaba apartando la vista, como si no pudiera soportarlo. Yo, en cambio, llevo todos estos días buscándole al otro lado de los espejos.
—Si se desmadra, lo dejas —me advierte—. Si corres peligro de ser descubierta, lo dejas.
—Te lo prometo.
Hay un silencio tenso. Me parece ver cómo cae la última de las barreras de Tonya.
—Está bien —masculla—. Pero tendremos que encontrar la manera en la que pueda estar más o menos cerca de ti. No voy a dejarte sola con esto.
Aunque no le gusta cómo estoy actuando, sé que siempre puedo contar con ella.
5
Dottie
El edificio de Emerald Music está en el centro de la ciudad, en uno de esos puntos de Nueva York en los que la gente de negocios y los turistas caminan lado a lado: los primeros, con la seguridad de quien conoce las calles; los segundos, con los móviles en la mano y los ojos grandes, como si la ciudad los hubiera hechizado. Supongo que yo paso por parte del segundo grupo hoy, cuando me detengo delante de la entrada del edificio y miro hacia arriba. El corazón me late en la garganta y mi estómago parece contraerse en el momento en el que mis ojos caen sobre el logotipo de la empresa, sobre el cartel verde. Y después, cuando bajo la vista un poco más y me veo reflejada en las puertas opacadas. Durante un instante soy yo, demasiado pequeña delante de este edificio, vestida con la ropa de alguien que ya no está. Parezco triste, perdida, nerviosa. Las manos me tiemblan y todo lo que quiero hacer es desaparecer.
En lugar de sucumbir a la tentación de huir, me enderezo. Trato de ver a Theo en el reflejo en el cristal, con el asomo de una sonrisa, aunque sus ojos sigan siendo tristes. Intento recordar cómo se movía, cómo (rara vez) se quedaba parado. Y de repente es como oír su risa en mi oído. No me digas que te dan miedo unos chicos que ni siquiera conoces. Fingir que no, que lo tengo todo controlado, es lo más difícil. Porque no son solo los chicos, aunque ellos también me imponen. Con ellos es con quienes voy a pasar más tiempo. Ellos tendrán más experiencia que yo en todo. Ellos podrían descubrirme en cuanto abra la boca. Mientras me acerco a la recepción y doy el nombre de mi hermano, de hecho, pasan por mi cabeza mil escenarios en los que se dan cuenta de que me estoy haciendo pasar por otra persona. Cuando entro en el ascensor, mientras subo y dejo la ciudad a mis pies, me digo que la que lo descubra también podría ser Linda Grant. Para cuando me acompañan hasta la puerta cerrada de una sala de reuniones ya he dado por hecho que este podría ser el principio de un sueño o de una pesadilla.
Y entonces la puerta se abre y me encuentro con la cara de una mujer muy sonriente y los rostros de mis nuevos compañeros de trabajo.
Raven
Ser parte de la industria del entretenimiento desde antes de aprender a andar tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Algunas de las ventajas solo se convierten en inconvenientes con el tiempo y algunos de los inconvenientes pueden convertirse en ventajas dependiendo del día y de la gente con la que te encuentres.
Por ejemplo, trabajar en una serie de televisión rodeado de adultos con once años puede ser una mierda si no te gusta que te traten como a un niño, pero también puede enseñarte una lección de vida importantísima: que te infravaloren puede convertirse en una oportunidad si sabes jugar tus cartas. Podrías enterarte de un chisme sobre alguien que se dedica a molestar a otras personas del set y que podría arruinar su carrera. Podrías soltarlo, como si se te escapara, en una reunión con los productores y conseguir que lo despidan, si quieres hacer el bien. O quizá quieras hacer el mal: no serías la primera persona que consigue un papel a costa de guardar los secretos adecuados a la gente adecuada. Al fin y al cabo, en el mundo del espectáculo hay oportunidades que llegan de manera natural y otras que cada cual se busca por sí mismo.
Esta oportunidad ha sido de las naturales, porque yo jamás me habría esforzado demasiado para terminar formando parte de una boyband. Nunca se me habría pasado por la cabeza, siquiera. Sin embargo, cuando llegó la propuesta de Linda Grant para una audición, me hizo gracia. Me interesó el cambio de aires y sabía que Linda me iba a querer en su proyecto: soy atractivo, tengo presencia en el escenario, carisma e incluso un club de fans propio que me seguirá allá a donde vaya. Puede que no sea el mejor cantante, pero bailo de maravilla y confío en lo que puedo llegar a hacer con algunas clases de técnica vocal. En realidad, no sé qué hago en un grupo en vez de lanzando un disco como solista, pero supongo que puedo compartir el éxito con mis nuevos… compañeros.
Aunque no estoy seguro de cuánto van a durar ellos. Esa es otra ventaja de haber crecido entre cámaras y estrellas: rara vez me equivoco en mis primeras impresiones sobre los recién llegados a este mundo, y un vistazo en nuestra primera reunión es todo lo que necesito para crearme mis propias opiniones sobre la gente con la que me han juntado.
Por ejemplo, sé que el chico de la camiseta gris sin mangas, el que se sienta con la espalda tan recta como si le hubieran metido el palo de una escoba por el culo, aguantará la presión, pero no llegará lejos a menos que aprenda a sonreír.
También sé que el otro chico de la mesa, el que parece el más musculado de nosotros pero no mira a nadie a los ojos y apenas ha hablado más que para murmurar su nombre, no está hecho para esto. Ese se va a romper tan