Obra periodística 1974-1986 (Obra periodística 2)

Manuel Vázquez Montalbán

Fragmento

cap-1

Prólogo

La vida no es como la esperábamos

Este segundo volumen de la Obra periodística de Manuel Vázquez Montalbán cubre los años decisivos en su vida profesional. Entre 1974 y 1986 el escritor participa en diversas publicaciones progresistas que defienden las ideas políticas que desembocarán a partir de 1974 en la transición, cuando el mercado periodístico español sufre un largo período de convulsiones. Vázquez Montalbán se consolida en este tiempo como un columnista de referencia de la izquierda española que, una vez concluyen las cortapisas y las limitaciones políticas, desarrolla el grueso de su pensamiento político en la prensa.

No son tiempos sencillos. Buena parte de los periódicos tradicionales desaparecen. La radio se convierte en un medio de información de prestigio y la televisión lucha por desembarazarse de la carga de ser considerada una servidora del poder político. Por su parte, Vázquez Montalbán impulsa durante estos años algunos proyectos periodísticos diseñados a su medida, ideales, ya sea por la configuración del equipo de trabajo o por la tendencia política del semanario. Funda Por Favor (1974-1978), Arreu (1976-1977) y La Calle (1978-1982), pero no consigue el éxito deseado y las tres revistas cierran. Además, desaparecen otras publicaciones en las que colabora en medio del clima de volatilidad editorial que caracteriza esta década: Catalunya Express (1977), Primera Plana (1977) o Siesta (1976), y a su vez, deja de colaborar en diarios como Mundo Diario (1977) o en Tele/eXpres (1974) por diferentes razones. Sin embargo, también durante estos años se incorpora a alguna de las publicaciones más importantes de la democracia, como Interviú (1976), El Periódico de Catalunya (1978) y El País (1984). Como colofón, gana el Premio Planeta en 1979 con Los mares del Sur y a partir de ese momento el escritor de ficción convive con el columnista.

Hasta 1986 todavía publica cuatro novelas más de Carvalho. De la mano de su personaje más conocido, que protagoniza una columna en Interviú a lo largo de 1977, el perfil profesional de Vázquez Montalbán se desplaza en los años ochenta. El periodista deja paulatinamente el trabajo diario en las redacciones, abandona la dirección de semanarios y de secciones y se convierte en un colaborador externo de la prensa. Del trabajador incansable que durante los setenta era capaz de publicar una docena de artículos semanales en cinco o seis publicaciones diferentes, pasa a partir de 1984 a trabajar en exclusiva para El País y se convierte en uno de los periodistas más influyentes de la prensa española. Mantendrá la columna semanal que firma en la última página de El País hasta su muerte.

Desde otro punto de vista, estos doce años marcan para Vázquez Montalbán el camino de una progresiva desilusión ideológica que en su día se conoció como «desencanto». Dado que en España no se llega a establecer la democracia de corte social y participativa que el periodista espera, ni tampoco se transforma la estructura económica que dejan casi cuarenta años de franquismo, se expande entre determinados círculos de izquierda la sensación de que la nueva configuración política es una simple democracia formal que no resuelve los conflictos fundamentales. Por ejemplo, no se reconoce a los perdedores de la Guerra Civil la dignidad de víctimas, y ni siquiera se juzgan los excesos cometidos en la dictadura.

Por lo demás, en este período aflora en la prensa su pensamiento político sin necesidad de utilizar elipsis ni mensajes implícitos. En los años setenta todavía debía protegerse de los sistemas de control gubernamental sobre la opinión, pero en la segunda mitad de esta década se instaura progresivamente la libertad en los medios informativos. Vázquez Montalbán defiende una democracia que cumpla todas las garantías legales, un sistema político que pueda transformar la realidad y propiciar una auténtica justicia social. No hay otro camino que reformar la económica capitalista, la creadora de injusticias estructurales. Además, hay que restañar —y no sepultar— las heridas que se abrieron en la Guerra Civil, cuyo final, en realidad, no se cumple hasta que en 1975 muere el vencedor de la contienda. La Constitución de 1978 no satisface estos objetivos.

Vázquez Montalbán defiende a lo largo de estos años la llamada «apertura», rechaza las asociaciones políticas que propone Carlos Arias Navarro, no se fía de las intenciones democráticas de Adolfo Suárez cuando es nombrado presidente del Gobierno y pide la abstención en el referéndum por la Reforma política que se celebra en diciembre de 1976. Para legitimar los cambios legislativos formales reclama una amnistía política completa, así como el desarrollo de un sistema jurídico de libertades y de los estatutos de autonomía de los considerados territorios históricos: Cataluña, el País Vasco y Galicia, en ocasiones también Andalucía. Pone como modelo de «ruptura» que debería seguirse en toda España las reivindicaciones que se manifiestan en Cataluña durante 1976. Denuncia el transfranquismo, la transformación en «demócratas de toda la vida» de buena parte de la administración de la dictadura, un movimiento interesado que, pese a su falsedad, queda legitimado porque los políticos «transfranquistas» son capaces de aceptar la democracia, al contrario de los comandos ultraderechistas, de quienes denuncia la impunidad con que se mueven en las calles, en los cuarteles y en el poder. En 1977 llora por el crimen de Atocha y celebra tanto la legalización del PCE como la desaparición de los controles políticos sobre la información. Sin embargo, denuncia la lentitud del retorno de los exiliados y cómo suelen ser demonizados los comunistas en los medios informativos. Los resultados de las elecciones de ese año le ilusionan, si bien denuncia la pinza que se da entre el transfranquismo, es decir, la democracia posible e incompleta que tan bien representa Adolfo Suárez, y el ruido de sables que se empieza a oír en los cuarteles. Entonces explica la jugada: si vamos muy lejos, el ejército le cortará las alas a la democracia. Si nos quedamos cortos, generaremos descontento y desilusión. El referéndum de la Constitución de 1978 expresa perfectamente esta contradicción. Las fuerzas políticas de izquierda se han vendido a cambio del reconocimiento político y renuncian a las transformaciones sociales profundas. Y semejante renuncia no aplaca el desasosiego que el terrorismo y las autonomías generan en los cuarteles. El Estado es contemplativo con las fuerzas regresivas y no depura ni desactiva un búnker que no deja de conspirar. Al final, todo se disipa en la noche del 23 de febrero y en su continuación natural —una vez superada la interinidad de Calvo Sotelo—, las elecciones del 28 de octubre de 1982, cuando Felipe González obtiene una mayoría electoral histórica que parece cerrar la transición. En medio se han dado indudables avances. Se ha aprobado la Ley del Divorcio, la reforma fiscal, se ha abolido la pena de muerte y muchas mujeres mantienen un incipiente camino de liberación. Pero la sociedad presenta las mismas fisuras económicas y sociales que durante el franquismo. El mundo, básicamente, es el mismo que el de los acuerdos de Potsdam, en 1945. La guerra fría se ha tecnificado con nuevos ingenios que empeoran el equilibrio del terror y ah

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