Había una fiesta

Marina L. Riudoms

Fragmento

cap-1

Track #1: Sea Calls Me Home – Julia Holter

Las olas chocaban contra el casco del barco como piedras sobre un cráneo. Era un sonido seco que se sucedía de un modo continuado y cuya repetición lo volvía ausente, pese a que era ensordecedor. Resulta inquietante el modo en que asimilamos algo molesto como normal mediante su insistencia. Interiorizamos molestias para que dejen de serlo. Sin voluntad ni fin explícitos. O así se lo aplicaba María: una ráfaga de imágenes se sucedía una y otra vez en su memoria. Acudían nítidas y fracturadas, pero volvían con una insistencia tan obsesiva que enrarecía cualquier objetividad que pudieran tener. Nadie puede recordar las cosas de un modo exacto, es parte de la belleza de la imperfección humana. María era un espécimen bello en ese sentido. Ella había seleccionado aquellas imágenes que más la habían impresionado; después su subconsciente empezó a distorsionar el incidente con temores y remordimientos. El vaivén del oleaje se incrementaba a cada segundo que distanciaba el pasado del presente.

Su redención siempre había sido la incondicional amistad que guardaba con Paula, Jero y Nadia. Cuando estaban juntas, era capaz de salir de su atoramiento. Con ellas se encontraba entonces, escuchando sin atender el repiqueteo de las olas contra la chapa metálica. Era el verano de 2015.

Los últimos días antes del incidente no habían hablado de otra cosa que no fuera la fiesta en la playa de Capri. Supieron de la existencia de ese evento a través de unos alemanes que se hospedaban en el mismo albergue que ellas en Sorrento. Su economía adolescente les había obligado a quedarse en un albergue mediocre que creyeron funcional. Dicha expectativa quedaba frustrada por la realidad del lugar. Compartían habitación con otras veinte personas, almacenadas en literas chirriantes de colchón fino, que sin embargo no eran lo único que impedía a las chicas conciliar el sueño. El hecho de dormir en multitud y sus diversas prioridades nocturnas ayudaba tan poco como la proximidad de los camastros. Estos quedaban separados por unas taquillas que, con la magia de un candado barato, pretendían proteger sus mochilas de treinta litros.

La primera noche allí fue tranquila hasta la madrugada. Alrededor de las siete el grupo de alemanes irrumpió chillando en la habitación. Paula se incorporó confundida. Los gritos en la penumbra la habían prevenido desde pequeña a esperar que algo malo ocurriera. La tensión y el insomnio le habían regalado unos surcos oscuros bajo los ojos que le daban un aspecto parecido a un sapo. Los alemanes estaban extasiados, sudados y con la ropa hecha jirones. Paula se limitó a cubrirse la cabeza con el saco de dormir. Pudo notar el movimiento de su litera al descender el cuerpo de Nadia del camastro superior.

A Nadia sí le habían impresionado favorablemente las dilatadas pupilas germanas y esos colores brillantes que pintaban sus cuerpos. Envidió al instante la decadencia del grupo. Fue directa a ellos, con curiosidad, como si la mera proximidad física pudiera transferirle parte de la noche que habían pasado. Centelleaba mientras hablaban entre ellos, desinhibidos y despreocupados de cualquier factor externo que no fuera su propio ambiente festivo. La exclusión incrementó más aún el interés de Nadia por formar parte de esa experiencia.

No fue necesario que ella generara muchas preguntas para que el grupo de alemanes hablara de luces en la playa que se sincronizaban con tu estado de ánimo. Láseres que atravesaban tu cuerpo hiriendo algo menos material que un puñado de piel, tendones, cartílagos y masa muscular en acción, al son de la música en plena noche. Parloteaban con epilepsia de haber visto a las personas más bellas del mundo bailando mientras amanecía. Se interrumpían los unos a los otros contando anécdotas. Les fue imposible describir más allá de onomatopeyas inconexas cómo la luz violácea del sol fue incrementando el hechizo sobre ellos, de un modo dionisíaco. Habían sentido, por primera vez en sus vidas, la impresión de que todos los presentes eran un mismo cuerpo entregado a un espíritu común. Nadia se giró hacia la litera donde descansaban María y Jero. Ambas estaban despiertas, atentas, contagiadas por las ganas de volverse tan locas como los chicos. Ninguna de las tres pensó que la cantidad de compuestos ingeridos era proporcional a la euforia con la que narraban la fiesta. La palpitación del relato se sustentaba por sí misma con tal potencia que las poseyó.

Horas más tarde, el desfase del que presumieron los alemanes seguiría siendo el eje de sus conversaciones y el chivo expiatorio de todos sus males.

Allí se dirigía el último ferry del día.

Salieron tan tarde de Sorrento que el cielo apenas contenía los últimos resquicios de claridad. El mar mecía el ambiente de la cubierta sin calmarlo. Jero y Nadia alborotaban. Se alimentaban la una a la otra intentando impregnar con su energía a Paula y María, sin mucho éxito. Su escándalo se incorporaba al de la multitud de jóvenes con el mismo rumbo que ellas. Jero bloqueaba cualquier evocación más allá del presente. Nadia asumió que ese instante, su aquí y ahora en la fiesta, era la única manera de modificarlo. Paula no podía percibir nada. En un estado semiinconsciente, apoyaba la cabeza sobre sus brazos que, a su vez, descansaban sobre la barandilla de la proa. Pero María se había quedado paralizada por el oleaje en perpetuo impacto. Su ánimo flotaba entre las aguas de algo más profundo.

La playa de Capri quedaba tan cerca que podía oírse el bombeo de los graves de una base electrónica. Era un ruido sin melodía en el que nadie hubiera sido capaz de identificar la canción que sonaba. Los neones empezaron a imprimirse sobre la masa de cuerpos de la cubierta conforme avanzaban.

—Anímate —dijo Nadia pasándole a María una botella de plástico rellena con más ron barato que Coca-Cola.

—No puedo. No puedo pensar en otra cosa.

Nadia insistió con el mismo movimiento de brazo. En su segundo fracaso se volvió más eficiente, empotrando la botella contra el pecho de su amiga. A María no le quedó otra que agarrar el envase con desidia y darle un trago.

—Tengo todo el rato el mismo pensamiento en la cabeza.

—¿Pollas? —preguntó Nadia.

María se limitó a responder a la pregunta dibujando el gesto de una felación y todas se rieron. Nadia basculó su cuerpo por encima de la barandilla. La elasticidad de sus músculos la calibraron abocando su torso entero hacia el mar. Gritó «Pollas» como nunca antes habían visto gritar a nadie. De ese grito salió más que una irreverencia: emanó toda la represión que habita la mente de las personas y no solo la de las cuatro chicas.

Ellas que se pensaban tan inmunes a todo.

cap-2

Track #2: Low Life – Future & The Weeknd

El bullicio veraniego de las playas del centro de Sorrento no las entusiasmaba, pero la única accesible para ellas era Marina Grande: una playa estrecha y sumamente repleta. Un horror vacui veraniego compuesto por un collage de cuerpos casi desnudos, donde la arena era algo imperceptible para el ojo humano. Aunque succionaron polos de hielo

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