Madrid, con perdón

Varios autores

Fragmento

Índice

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Cubierta

Madrid, con perdón

Prologuillo, de Mercedes Cebrián

Se busca señorita para trabajo selecto, de Juan Sebastián Cárdenas

Necesidad de doblar esquinas, de Natalia Carrero

Gaudeamus porque no nos queda otra, de Mercedes Cebrián

Los hombres que no nacieron en Madrid, de Álvaro Colomer

Lazaroviana, de Jordi Costa

Segundas partes. Nuevos Ministerios, de Roberto Enríquez

El Chino de Cuatroca, de Óscar Esquivias

La M-30, gran velada, de Esther García Llovet

Los ojos, de Iosi Havilio

Puerta Bonita. La forja del barro, de Grace Morales

La extraña libertad, de Elvira Navarro

Fenomenología de La Moraleja, de Carlos Pardo

Putos modernos, de Antonio J. Rodríguez

Una bolsa llena de cómics, de Jimina Sabadú

Al principio Dios creó La Vaguada, de Fernando San Basilio

Notas

Los autores

Créditos

Acerca de Random House Mondadori

Prologuillo, de Mercedes Cebrián

Prologuillo

Vámonos de lo oscuro, Manolo: panorámica soleada de Madrid

Mercedes Cebrián

En uno de los textos que figuran en esta antología se reproduce un diálogo del relato Balada del Manzanares, de Ignacio Aldecoa. En él, Pili le ruega a su novio: «Vámonos de lo oscuro, Manolo», nada más asomarse al río Manzanares por la noche.

Y es que Madrid, a pesar de su luz a menudo intensísima, es también lo oscuro para aquellos que la conocen en profundidad, y no solamente tras la puesta de sol. Este «reseco puerto de cuarta categoría», como aparece definido en otro de los textos de la antología, no acaba de ser fácilmente retratable: se mueve demasiado al posar y le cuesta mostrar su mejor perfil, si es que lo tiene. Asumámoslo entonces: Madrid va a salir entonces un poco feúcho en cualquiera de los retratos que los participantes de este libro ofrecen, pues ninguno ha decidido emplear una variante textual del Photoshop para camuflar sus defectos.

Lo que sí vamos a encontrar en este atlas a todo color de la ciudad van a ser cañas, hectolitros de cañas bien y mal tiradas, servilletas grasientas, huesos de aceituna, y hasta el recuerdo de los omnipresentes gofres de los noventa. Y chonis y pijos y locutorios regentados por latinos. Y reaparecerán una y otra vez, como en una letanía, los materiales que otorgan parte de su identidad a Madrid: mucho asfalto, mucho PVC, pero también hormigón, granito y, cómo no, el popular ladrillo color canela que ya empleaban en Mesopotamia en su versión más rústica. Sí, ese mismo bloque de arcilla que todos consideran detonante de la insostenible situación en la que nos encontramos a día de hoy.

Ese día de hoy, ese afrancesado aujourd’hui, se deja ver con claridad en todos los textos que aquí figuran. ¿Y entonces —se quejarán algunos—, para leer sobre todo eso que vemos a diario en la ciudad hemos venido hasta este libro? Probablemente sí: para leer sobre ello, pero también para mirarlo a través de las gafas de los participantes —servidora incluida— y quizá para poner un poco de orden en ese amasijo de materiales y personas que representa Madrid. Para enterarnos de que en el Ensanche de Vallecas existe la calle del Arte Conceptual, que transcurre paralela a la del Arte Pop, o para obtener un completo elenco de los personajes excéntricos que merodean por detrás de Gran Vía, elenco que incluye, como toda lista de seres inquietantes, su correspondiente payaso.

De acuerdo: no queremos que nadie nos imponga explicaciones, pero nunca viene mal una asesoría, un arrojar luz sobre unas coordenadas espacio-temporales, para que nos den entonces ganas de acercarnos a darnos un garbeo por aquel andurrial que desconocemos o, más probablemente, para que se nos quiten por completo esas ganas. Ese podría ser uno de los usos de esta antología.

Pero no todo el collage que aquí figura es tan desolador. Si bien no aparecen los bartolillos de crema ni las tertulias del Balmoral que mencionaba Manuel Longares en su novela Romanticismo, por supuesto que se dejarán caer por estas páginas centros comerciales bien refrigerados —El Corte Inglés, La Vaguada—, o zonas nobles como La Moraleja, la calle Barquillo o el Argüelles plagado de cafeterías en las que acudir a merendar unas reconfortantes tortitas con sirope. Pero en esta ciudad siempre hay que andarse con ojo, no vaya ser que, como ocurrió en 1978, en una de esas cafeterías cercanas a Moncloa se encuentre merendando un señor con bigote que planea, junto a otro amigo militar, dar un golpe de estado. Pues todo eso es Madrid, con perdón.

Se busca señorita para trabajo selecto, de Juan Sebastián Cárdenas

Se busca señorita para trabajo selecto

Juan Sebastián Cárdenas

Cuando algo se mueve en la comisura del ojo siempre volvemos la cabeza para mirar.

Una sombra se ha posado en la antena del tejado vecino. Es una urraca.

Supongo que descansa. Mira en todas direcciones, el pico amenazante, los ojos como dos cabecitas de alfiler. Su graznido ronco es contestado desde algún lugar cercano en un tono rutinario y marcial.

De pronto la urraca se revuelve, agita las alas y de un salto se echa a volar.

La antena queda vacía, como un signo al que le acabaran de quitar un acento. O mejor, parece una cosa escrita en el aire con uno de esos caracteres chinos. Algo que vendría a ser más o menos así: . El deseo de significado vibra ahí afuera como si acabaran de tocar una campana. Pero la vibración cesa. Y por unos segundos uno se siente sinceramente gratificado, sin saber qué pensar.

Luego recupera una función, por decirlo así, y vuelve a se

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