Óscar y las mujeres (Episodio 5)

Santiago Roncagliolo

Fragmento

Oscar-22.xhtml

 

Siempre era de noche en el interior del puticlub. La ausencia de ventanas y la iluminación estilo discoteca de los setenta creaban la ilusión de una madrugada sin fin. Pero aun así, durante el día perdía parte de su espíritu. Su mística se debilitaba. Se le recalentaba el glamour.

Antes del anochecer, ninguna luchadora peleaba en el ring ni servía alcohol en manguera. Tan sólo algunas somnolientas casquivanas deambulaban cual zombis del amor por un cementerio de sillas. Si tropezaban con algún hombre que no fuese camarero o proxeneta, musitaban algunas desangeladas palabras de cariño. Y sus movimientos provocativos funcionaban como cervezas sin alcohol: tenían el mismo sabor que las originales, pero no causaban el mismo efecto.

Esta vez, Óscar había tenido que llegar solo. Marco Aurelio Pesantes, aunque cliente habitual del lugar, nunca lo frecuentaba a esas horas. Según le había dicho por teléfono, haciendo gala de su delicadeza y sobriedad:

—A la luz del día y sobrio, te das cuenta de que las putas son muy feas.

Pero Óscar, que al fin y al cabo, y a su extraña y quizá deforme manera, era un idealista, había respondido:

—Me da igual, Marco Aurelio. Necesito ir ahí. Necesito ir ahí ahora.

Al otro lado de la línea, Marco Aurelio rió con la actitud comprensiva que empleaba cada vez que no comprendía nada:

—Así que vas a inspirarte. Fornicarás un poco con Nereida y luego le traerás al tío Marco Aurelio unos capítulos fresquitos, ¿verdad?

—Algo así.

—Genial. ¿Matarás al personaje de Cayetana? Si la matas, te pago yo el burdel.

—Ya te he dicho que no, Marco Aurelio. Es una regla inviolable. La mala no puede morir. Nos exponemos a plagas inimaginables, a catástrofes bíblicas, a castigos infernales. Nadie lo ha hecho nunca, y no seré yo el primero.

—Óscar, tienes que hacer algo. Fabiola está fuera de control. Se ha puesto histérica en tres escenas de Grace. Y en su propia grabación, simplemente, no apareció. Llevamos dos días de retraso en las grabaciones. Ni siquiera sabemos si tendremos los capítulos a tiempo para la emisión. Y por la noche, entró en mi despacho y rompió mi computadora con un bate de béisbol.

—Marco Aurelio, ¿no se te ha ocurrido simplemente divorciarte?

—De momento, no. Al menos hasta que resuelva algunos temas financieros, no me puedo permitir otra ex esposa. Son más caras que las esposas.

—Comprendo, pero tus problemas me tienen sin cuidado. ¿Me puedes dar la dirección del puticlub, por favor?

—Te puedo dar la dirección de un local mejor, con más clase... Es importante variar, ¿sabes? Explorar nuevas experiencias. Mantenerse joven.

—El mismo local, Marco Aurelio. Sólo quiero ir ahí.

Pesantes soltó un mugido de preocupación. Mantuvo un largo silencio, durante el cual a Óscar le pareció escuchar que abría su pastillero y se comía una dosis de paz. Luego se animó a preguntar:

—Óscar... No te estarás enamorando de Nereida, ¿verdad?

—Oh, mierda.

—Cuando te hablé de enamorarte me refería a amor-de-media-hora. No a amor del otro. Ya sabes.

—¿Me puedes dar la dirección?

—Sólo tengo un consejo que darte, ¿OK?

—No quiero tus consejos.

—Te lo daré de todos modos: si te acuestas con una mujer y después de eyacular sigues queriendo estar con ella...

—Marco Aurelio...

—Escucha: si después de eyacular quieres seguir ahí tumbado con ella, y abrazarla y hacerle mimitos y darle besitos...

—¿Sí?

—Huye.

—Que huya.

—Sal de ahí corriendo. El amor está bien un rato. Pero luego sólo trae problemas.

—¿Ya me das la dirección?

—Recuerda: el sexo te hace olvidar las tensiones. El amor te las crea.

—Trataré de recordarlo.

—¿No quieres cambiar de chica?

—No.

Finalmente, Marco Aurelio le dio la dirección, y algunas indicaciones para ir en coche. No obstante, en consideración de sus limitaciones prácticas y su tacañería, Óscar se vio obligado a tantear el transporte público.

Se equivocó dos veces hasta que un autobús lo dejó a un kilómetro y medio del lupanar, y a lo largo de todo el camino, descubrió barrios insospechados de Miami. Algunas calles parecían arrancadas de un documental sobre la miseria de alguna ciudad centroamericana. Otras tenían aspecto de reality show sobre policías que persiguen a afroamericanos, pero sin policías, sólo con maleantes oscuros y enormes. En Downtown, o incluso en Little Havana, caminar por la calle era una extravagancia. Pero en estos barrios, a juzgar por la cara que le ponían los nativos, debía ser una ofensa.

Después de ese recorrido, ni el parking vacío ni el frío pabellón de la casa de citas le parecieron decadentes. Muy por el contrario, los guardias perezosos y el maquillaje descascarado de las mujeres confortaron su ánimo, aunque sólo fuese porque el local tenía aire acondicionado. Con la camisa empapada por el sudor, pidió en la barra una Coca-Cola de quince dólares y paseó la vista por la sala semivacía. La única transgresión legal chocante que encontró fue el humo de una mesa, donde un anciano y una jovencita fumaban sendos habanos.

Nereida vegetaba sobre un taburete de la barra, y ni siquiera hizo el gesto de reconocer a Óscar. Pero lo saludó con algunas fórmulas más o menos rutinarias del tipo «qué hace un hombretón como tú tan solito».

—Nereida, tenemos que hablar —dijo él, sin un ápice de coquetería. Las únicas urgencias que lo acuciaban estaban dentro de su cabeza.

—Lo que quieras, mi amol —masculló ella, y le aplicó un apretón de entrepierna, para medir sus requerimientos. Sólo entonces recordó quién era Óscar, quizá por la falta de baterías en el cargador—. ¡Hola, papi! Al final te has animado... —se esperanzó durante un segundo, pero de inmediato sopesó la falta de reacción en la masilla inerte que seguía entre sus manos, y suavizó un poco el tono—. Bueno, no te has animado tanto.

—Ya. Yo sólo quiero hablar.

—¿Hablar de qué, mi amol? Yo agarré mi dinero y es mío. Lo que tú hayas hecho o dejado de hacer es cosa tuya.

—No vamos a hablar de eso.

Ella alzó las cejas. Allá abajo, sus manos redujeron los movimientos giratorios, sin detenerlos del todo. Óscar añadió:

—Tengo que resolver

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos