Za Za, emperador de Ibiza

Ray Loriga

Fragmento

libro-1

Índice

Portadilla

Índice

Dedicatoria

Va a suceder muy deprisa o nunca

Un simio feliz

Za Za, mientras tanto...

Muerto arriba, muerto abajo

Muy lejos del río Zawe

El jardín de la alegría

Zulema

Después del diluvio

Dry en el Dorchester

Política local

Condenado

Maldita niña

Sexo, drogas y ball pagès

Por favor, no follar con los monos

Las moléculas agonistas

Leviatán

Zewiss vs. Zlatan

Un buen abogado

Zlatan vs. Za Za

Sobre el autor

Créditos

Grupo Santillana

libro-2

Para mi padre José Antonio,

para Kay y Willem,

y para Fátima.

libro-3

Va a suceder muy deprisa o nunca

Sí que sucedió. Y no nunca.

Sucedió exactamente durante el verano en el que de pronto empezó a llover a cántaros sobre las islas Pitiusas y la tierra empantanada de las cañadas bajaba negra y furiosa hasta el mar e incluso las viejas payesas que saben, o al menos presumen de saber, de dónde ha salido cada rana, andaban desconcertadas. Y Dios sabe lo difícil que es desconcertar a una payesa, o distinguir entre dos ranas.

El Papa acababa de renunciar a lo que se suponga que fuera lo que hacía, pero Za Za, nuestro individuo principal, había perdido la fe mucho antes. Era junlio y llovía con inquina.

Tiempo de setas, lo llaman los ancianos de las islas.

Llueven ratas, que diría Za Za.

Cuestión de isobaras... o tradiciones. O política local. O emociones. Subjetivo en cualquier caso.

También afectó a la moda. Y hasta hay quien jura que el yate de un modisto italiano zozobró.

Como bien sabe, o debería saber, cualquier costurera, alrededor de un botón no muy bien hilvanado puede y quiere crecer una jungla. O una tormenta. O el fin del mundo.

Aviso a marineras y costureras y a marineros y costureros, y en general a gente de bien: «Lo llamaban Leviatán porque era un monstruo (Dios lo hizo) y porque no tenía pareja (Dios se la quitó), y de su piel se haría un toldo con el que cubrir a mil comensales, y de sus entrañas una cena para todos los justos».

Sigamos con lo que íbamos.

A las 17.30 del 16 de junlio (junio y julio se habían fundido recientemente en un solo mes por culpa de los recortes estructurales y las ampliaciones fiscales), festividad, en cualquier caso y todavía, de Nuestra Señora del Carmen, patrona de los marineros, empezó el diluvio, rugió el viento y se movieron las barcas. Cundió el pánico, y no era para menos. Se encharcaron los prados, falló el drenaje, rebosaron las cloacas y las piscinas, se fundieron las luces de las discotecas, se calló el DJ, y hubo al menos siete muertos en las islas Pitiusas, no todos ellos ahogados. No todos ellos culpables.

Las tormentas de verano casi nunca se ven venir de lejos, por eso primero sorprenden, luego refrescan y al final, si son violentas, y las tormentas tienden a serlo, asustan.

En cualquier caso (que es una de esas expresiones que no significan nada pero da gusto decir, e incluso repetir), si quieres saber lo que pasa en una isla, pregúntale a un pescador. Cuando la televisión dio por fin con un pescador nativo entre la flota de turistas, tunantes, tahúres, prostitutas, hooligans y falsos patrones de yate, el pescador nativo no pudo sino confirmar los peores presagios.

Lo que le preguntó la reportera de televisión al pescador, agitando de manera incongruente las manitas (como hacen siempre, y sólo Dios sabe por qué, las reporteras), no tiene demasiada importancia. Sí es importante, en cambio, la respuesta del susodicho pescador (quien, por cierto, no se molestó en sacar las manos de los bolsillos de su impermeable).

Habla ahora el pescador:

«Los barcos se agitan en el puerto, pero no se mueven del puerto, y eso siempre es mala señal.»

A lo que la reportera ni quiso ni supo añadir nada. Se limitó a devolver la conexión (otra expresión absurda del presente) y, después de las noticias del tiempo, vinieron por fin los deportes.

A veces, para saber cuánto llueve no hay que mirar al cielo, sino al suelo.

Son los charcos los que intuyen o confirman el diluvio, las verdaderas vísceras parlantes de Dios sabe qué futuros.

O Dios sabe qué pasados.

Dos días antes, Zacarías Zaragoza Zamora, alias Za Za, dudaba entre dos camisas en una de esas falsas tiendas de moda que abundan en el puerto de Ibiza (la ropa devuelta de toda Europa se vende aquí como si fuera de la próxima temporada). Ni que decir tiene que nadie en su día le dio importancia a la absurda obsesión de este tal Za Za por encontrar las siete diferencias entre dos camisas aparentemente idénticas. Ni siquiera él.

Hay una tendencia equivocada que nos impulsa a separar la historia del detalle, pero como bien sabe, o sabía, el primer pollo muerto bajo el peso de un fornido paracaidista de la RAF llovido del cielo veintiséis horas antes del desembarco de Normandía, esta línea historiográfica ha demostrado más de una vez su ineficacia. Por cierto, que el paracaidista que mató al pollo se llamaba William Hosbit, pero debido a este extraño accidente pasó a figurar en los márgenes de la historia con el nombre de Bill Chicken Hosbit. (Este dato, por supuesto, puede ser comprobado.) En fin, como dijo Walter Bazauck, jefe de radiotelegrafistas de la línea de defensa alemana en los territorios ocupados, «Cuando una bota enemiga aplasta por sorpresa a un pollo, es que algo está pasando» (y no sólo le está pasando al pollo, cabría añadir). Nadie le hizo caso al bueno de Walter Bazauck, y así es como se unen siempre el detalle, la sorpresa, la desgracia y la historia. Hay quien lo llama destino.

El caso es que Za Za estaba dudando entre dos camisas muy similares en el puerto de Ibiza, y mientras comprobaba la deficiente costura alrededor de los botones (puede que los niños chinos ya no sepan coser o puede ser que se hayan cansado), el mundo había cambiado tanto que Za Za no sabía qué pensar. El puerto era el mismo pero abierto a un mar diferente, yates similares pero viajeros extraños. Otra época. Otro futuro.

Antes, es decir entonces (hacía menos de seis años en realidad), el barril de petróleo costaba seis veces más que ahora, es decir que entonces, es decir antes, las cosas iban mejor, sobre todo para los productores de petróleo. También la cocaína era más ca

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