Monólogo desde las tinieblas

Antonio Gálvez Ronceros

Fragmento

¡Miera!

En el camino que lleva al sembrado de camotes el negro don Andrés supo que en los últimos días el caporal Basaldúa se había puesto a hablar feas cosas de él. Mientras compraba plantas en el sembrado y llenaba de camotes los serones de su burro, le dijeron lo mismo. Entonces no aguantó más: trepó al burro de un salto y enderezó por un atajo hacia la casa del caporal. Pero ahí le dijeron que se había ido a vigilar unos riegos en la Punta de la Isla y que volvería una semana después. Sin decir nada pero aguantándose, don Andrés regresó rápidamente a su casa, se bajó casi arrojándose del burro, lo dejó plantado con los serones cargados, se metió corriendo en la primera habitación y llamó a su hija mayor:

—¡Patora! —Los labios se le habían hinchado y parecían pelotas.

Saliendo de la habitación contigua, Pastora se presentó alarmada.

—Patora, tú que sabe equirbí, hame una cadta pa mandásela hata la Punta e la Ila a ese caporá Basadúa, que nuetá acá y sia ido pallá depué quiabló mal de mí. Yo te vua decí qué vas a poné en er papé.

—Ya, tata, vua traé papé y lápice —dijo la hija. Se metió en los interiores de la casa y poco después regresó.

—Ponle ahi, Patora —dijo don Andrés—, que su boca esuna miera, que su diente esota miera, su palaibra un montón de miera… Miera esa mula que monta. Miera su epuela. Miera su rebenque. Miera el sombreiro con quianda. Miera esa cotumbe e miera diandá mirando tabajo ajeno… Léemela, Patora, a ve qué fartra.

Cuando la hija acabó de leer, don Andrés tenía un gesto de duda como si ya no confiara del todo en sus propias palabras.

—Oye, Patora —dijo finalmente—, quítale un poco e miera a ese papé.

Tre clase de só

Por el callejón del Guayabo venían de un sembrado de yucas dos negras encima de sus burras. Las burras caminaban medio agachadas del lomo porque debajo de la carga negra traían los serones reventando de yucas. Era el mediodía y el sol quemaba como candela.

Como les habían cobrado un sol por cada planta de yuca, una de las negras empezó a quejarse:

—Cómo etán lo tiempo… ¡A só cada planta e yuca!

Y mirando el cielo agregó:

—Y con ete só.

Como en ese instante su burra se desvió del camino, demandó colérica:

—¡Só, borica!

Enderezó al animal y prosiguió la marcha.

La otra anduvo largo trecho pensativa. Al cabo habló en tono de sentencia:

—En eta vida hay tre clase de só: só de prata, só de cielo y só de borica.

Así dile

Dile quél no sabe agadá lampa, que su cintura se quierba como carizo pordrido y se le ariscan la mano como la jeta del buro. Que nunca se viun hombe que le recule al deyerbe. Dile que no endereza yunta, que la yuntas lo empujan a él, que se van ponde quieden y lo surco le salen pura culeirba torcida. Dile que tampoco sabe regá, que lagua en su mano es agua cruzá que se le ecapa e lo surco anegando el sembío y haciendo un charco temendo. Que la semía abre su brote pa que levante y derame su jruto, no pa ponese a nadá. Y dile tamién que su plantas se pasman, quiandan chamucá y encogía poquél no sabe ninguna cosa e gusano: quialo gusanos no se le buca de día sino de noche, poque de noche comen ariba e la planta y de día sentieran pa comé po abajo. Así dile. Y que ya e tiempo que sepa que lagua, el gusano y la yunta no mandan: quien manda es el hombe. Dile tamién que no sabe epantá pájaro, que lo pájaros andan en mancha metío en su cerco demuelándole el mai, riéndose dél, ensuciándose en su cabeza. Dile quel camote de su cerco e desabrío, el mai una boca sin muela, la yuca una raí flaca, el frijó purito cuco. Así dile. Dile que su mujé cocina a la diabra el frijó. Que esa mujé mete al fogón palo verde, se le va el día bucando candela entre el humo amarío, su frijó ta recién a la cinco e la tarde. Dile quia ella tamién se le quema el frijó, poque no sabe ecogé palo seco, ni mudá elagua que yerve, ni llevá candela pareja. Dile que esa mujé e fea, que la tarjeron al mundo mucho animale a la vez: que tiene pecuezo e culeirba, pata e gaína, pellejo e lagarto, ojo e grío, jeta e bura, bigote e muca. Así dile. Dile que su suedra esuna burja, que vuela lo vierne de madrugá. Dile que esa vieja se vuerve un pavo gandazo y, trus, trus, sale a tanteá po lo techo, baja a lo corrale, ecarba la tiera, hace un hoyo, se orina, lo entiera y dice: «Ya ta el daño». Que si no, que pegunte nomá a cualquieda diónde e su suedra: sabrá que vino de Campo Alere, tiera de gente dañera, que dan cochiná a los hombe pa que se vuervan cojú. Y dile tamién que si quiede sabé sin engaño po qué un día su suedra amaneció cojarastraa con la cadera quebrá, tendrá que hablá con Cosme Fonseca. Entonce sabrá que Cosme Fonseca regaba un brote e frijó esa madrugá y oyó que diun arbo se reían dél, con risa de mujé fregá; que Cosme Fonseca, acotumbrá a oí en la noche toa clase e ruido pero nunca burla ni meno contra su persona, agadó y liaventó una pedrá a la risa, que del arbo dijeron ¡ay! y la risa paró y se vino abajo con too. Pero que en vez de mujé, Cosme Fonseca vio caé un pavo como nunca siabía vito, gandazo, del tamaño diun buro, que aletiaba y que pa ecapase siarastró un güen trecho, creciendo y achicándose como lo cojos, y depué se levantó del suelo y se jue volando. Dile que si esa piera de Cosme Fonseca hubiera caído má aribita, su suedra esa vez no hubiera amanecío coja sino mueta. Y dile asimimo que no jue de aire quel pecuezo de Cosme Fonseca vino a torcese mese depué. Dile que jue daño que le hizo en venganza su suedra, esa mujé cacho deriabro y cara mordía puel buro, burja de Campo Alere, que dedese día tiene a Cosme Fonseca su cabeza mirando pa un lao y su cuepo en direción del oto, como sial caminá Cosme Fonseca se juera a la vez po do sitio. Así dile.

Y dile tamién quél no sabe criá a susijos, que susijos no repetan gente mayó, que hablan lisura dera

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