Siempre pagamos los mismos

Paco Pastor

Fragmento

 

1.ª edición: septiembre 2012

 

© 2012, Francisco Pastor

© Ediciones B, S. A., 2012

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

Depósito Legal:  B.22778-2012

ISBN DIGITAL:  978-84-9019-230-6

 

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Contenido

Portadilla

Créditos

 

PRÓLOGO

LOS VERDADEROS CULPABLES

LOS POLÍTICOS

EL DINERO

SOLUCIONES Y DERROCHES

LA SANIDAD

LA EDUCACIÓN

EPÍLOGO: La hora de las personas

Otros títulos de la colección

DEFIENDE TU DINERO

CRISTINA

LA DIETA ANTI-DUKAN

 

PRÓLOGO

 

Llevamos ya unos años de crisis, pero muchos más oyendo a los políticos, siempre hablando de sus cosas, pero nunca de lo que nos importa. Ya estaba harto e incluso, en cierta manera, inmunizado ante sus discursos. No obstante, en los últimos tiempos iban subiendo el tono, cada día la sensación de que nos tomaban por tontos era mayor y más evidente. Estaba indignado, pero también cabreado como pocas veces lo he estado. Hasta que superaron mi límite; habían llegado demasiado lejos. El presidente de la Comunidad Valenciana, Alberto Fabra, llegó a decir que todos «habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades», como si nada. Al mismo tiempo, la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, nos pedía un esfuerzo más a todos los ciudadanos, sobre todo a los trabajadores. No podía ser, por ahí ya no podíamos pasar, alguien tenía que decirles que habían traspasado la raya. Nos culpaban de la crisis y nos querían endosar los «esfuerzos» para solucionarla.

Entonces decidí decirles lo que pensaba de ellos y sus intentos de culparnos de la crisis. No se me ocurrió otra cosa que escribir una carta al director al periódico El País, algo que había pensado muchas veces pero que jamás había hecho. Así que un sábado por la mañana escribí la carta y la envié. Un minuto después de enviarla, pensé que había sido una tontería, ni siquiera la iban a publicar e incluso si se publicaba no iba a tener ninguna repercusión, así que me olvidé por completo. Pero la publicaron el lunes, no me enteré hasta que mi madre llamó por la tarde para preguntar qué era eso de la carta, alguien por la calle la había felicitado por la carta de su hijo. Al principio no lo entendí, pero luego caí en la cuenta y fui a ver la web de El País. La carta tenía cientos de visitas y recomendaciones en Facebook y Twitter, no podía creerlo. Por la noche las visitas a la carta seguían aumentando, hasta que al día siguiente la situación se descontroló por completo. De cientos de visitas y recomendaciones pasó a miles; la carta se reenviaba constantemente por Twitter y correo electrónico. De hecho, se situó como lo más visto en la web de El País, algo que no había pasado antes con una carta al director, y se mantuvo así durante varios días. En los días siguientes, la carta seguía enviándose tanto o más y se reproducía en blogs, foros y páginas de Internet. Me llegaban mensajes de gente que me felicitaba o me daba las gracias por expresar lo que ellos sentían, por ponerles voz. Esos mensajes fueron lo más gratificante y emocionante de todo; les estoy muy agradecido a todos. También hubo mensajes o comentarios en Internet que me criticaban, algunos muy duramente, pero está claro que no podía gustar a todos.

La increíble repercusión de la carta fue desmesurada; me alegró, pero también me abrumó. Me alegraba saber que había gente que pensaba o sentía como yo, incluso gente con ideales diferentes a los míos, y me abrumaba la responsabilidad de haberme convertido en portavoz involuntario de tanta gente. Me llamaron de radios y periódicos para entrevistarme; se lo agradecía, pero no sabía si atenderles o no. Mi objetivo no era representar a nadie ni tener ninguna notoriedad. No era importante quién fuera yo, sino lo que piensa la gente. Afortunadamente, con el transcurso de los días la carta dejó de ser noticia y dejaron de insistir, aunque la gente seguía enviándola y comentándola.

Y entonces pasó lo más extraño de todo. Recibí una llamada que jamás había imaginado que recibiría; me llamaban de una editorial para proponerme escribir un libro. Carmen Romero, la editora de este libro, me habló de la carta, me felicitó y me contó la emoción que le había producido, cómo había puesto palabras a muchas cosas que ella pensaba. Y me pidió que escribiera un libro siguiendo el espíritu de la carta, cosa que aún me cuesta creer. No supe qué decir, me sorprendió tanto que me quedé en blanco. Me preguntó qué me parecía la idea de escribir un libro y tan solo pude decir «raro». No lo comprendía, ¿cómo iba a querer nadie que yo escribiera un libro? Me parecía tan extraño que no era capaz de entender si aquello estaba pasando de verdad. Como la vi tan convencida e ilusionada con la posibilidad del libro, me supo mal negarme a las primeras de cambio, así que le dije que me lo pensaría y le llamaría en unos días, con la intención de decirle que no más adelante. ¡Cómo iba yo a escribir un libro! No soy más que un ciudadano normal, mis ideas y sensaciones no tienen por qué coincidir con las de nadie ni por qué interesarles. Solo me represento a mí mismo.

Esos días lo pensé y al final me decidí, así que llamé a Carmen y, para su sorpresa, acepté su propuesta y me puse a escribir, aunque en el fondo seguía y sigo dudando de que pueda interesar a nadie. Con tod

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