Crónicas de Barcelona (Colección Endebate)

Manuel Vázquez Montalbán

Fragmento

Crónicas de Barcelona

FIESTA A BORDO

La II Gran Gala de la Sedería Española en el trastlántico «Cabo San Roque»

Las gentes estaban concentradas hacía ya rato. En la puerta de la comandancia de Marina el movimiento ondulante del público indicaba la cima de su expectación. Los coches se sucedían y dejaban sobre el asfalto del puerto barcelonés su cargamento de «buena sociedad» vestida con las mejores galas. Como fondo, ocupando todo el próximo horizonte, la mole blanca del Cabo San Roque y una música, vibrante, oculta aún a mi vista, pero que hendía el aire con sones marciales.

Llega la duquesa de Alba. Como todos los asistentes, asciende la escalinata de la comandancia de Marina y se dispone a embarcar en el buque desde el primer piso del edificio. Es ahí donde está la banda militar y de donde sale la música que empaqueta la noche y le pone etiqueta de producto importante.

La duquesa de Alba no penetra todavía en el barco, a través de la pasarela entoldada. Aguarda en conversación con su esposo y algunos amigos. El afluir de invitados es incesante. El buque tiene fijado su horario de partida para las nueve y cuarto de la noche… El tiempo se alarga. Los organizadores de la fiesta lanzan miradas inquietas a diestro y siniestro. Sería una lástima que por inconvenientes retrasos se alterara el ritmo de la fiesta. Dos muchachas vestidas con el atuendo tradicional catalán colocan rosas blancas y rojas en las solapas de los caballeros y las damas, respectivamente. Las muchachas miran de reojillo hacia la escalinata por si ven aparecer al anhelado último invitado.

Por fin se decide que ya llegó. Las gentes que aguardaban abajo, suben las escaleras en tropel. Algunos empleados de la comandancia imponen la barrera humana a su avance arrollador. Los ojos, no obstante, no se ven limitados por la barrera. Los ojos de las gentes humildes que miran permanecen clavados en el barco, que inicia la maniobra de levar anclas, en el espectáculo de sus cubiertas repletas de un público elegante que se dispone a iniciar la aventura social más importante del año barcelonés: La II Gran Gala de la Sedería Española.

El buque se despega del muelle. Aún se escuchan acordes musicales, como prendidos en el cielo negro por misteriosos alfileres. Pero dentro del Cabo San Roque el rumor de tumulto invade totalmente nuestros oídos, con un suave fondo crispado de botellas y vasos sostenidos en ágiles, nerviosas manos de una legión de camareros. Mil quinientos invitados se disponen a trasegar el cock-tail.

II Gran Gala

Barcelona, España entera ha vivido estos últimos tiempos pendiente de esta II Gran Gala. El año anterior estas páginas ya informaron de las incidencias de la primera, celebrada en el Palacio Nacional de Montjuich. Este año la fiesta ha tenido un marco sorprendente, inaudito… Un barco.

El mejor trasatlántico español se preparó para recibir el fabuloso contingente de público y enmarcar los acontecimientos que este público presenciaría o protagonizaría: un cock-tail, una cena, desfile de modelos, atracciones musicales, ballet… El proyecto inicial era que la fiesta se desarrollara mientras el buque rodeaba la Costa Brava y después emprendía viaje de regreso a la ciudad. Tal vez, fieles a este primer propósito, dos señoras, compañeras de cena, se pasaron una hora tratando de adivinar a la altura de qué población costera nos hallábamos…

—Alberto, ¿verdad que aquello es Calella? Mira, mira… el hotelito donde estuvimos el verano.

—Sí, sí… —añadió la otra— y aquello Arenys de Mar. ¿Qué bonito, verdad?

Los maridos, muy serios y ceñudos, como corresponde a un perfecto marido español, extrañados un tanto de la osadía verbal de sus cónyuges, pero con un deje de condescendencia, oteaban el horizonte y asentían. De pronto uno carraspeó y lanzó un tímido comentario.

—Me parece que esto es…

—Y a mí, no sé…, pero también…

Las damas les miraban interrogadoramente y después volvían su vista al paisaje.

—¡Oh! Qué montaña más grande… ¿Qué montaña es ésa, Alberto?

—Montjuich, mujer, Montjuich… Estamos entrando otra vez en el puerto. Debe hacer mala mar… O sea que de Calella y Arenys nada de nada.

Pero el público no paraba su atención en la derrota del buque frente al mar. Seguía cenando y esperando el anuncio del desfile de modelos. Por fin, a través de los altavoces, la voz anunció que el desfile y las atracciones iban a iniciarse en proa. Fue la señal de la hégira. Un río humano se puso en movimiento hacia la proa.

En proa

Se había dispuesto un entoldado sobre la pasarela del desfile y en derredor lo mejor de la sociedad barcelonesa y española ocupaba sus sillas plegables. En un entarimado, Bernard Hilda y el célebre saxo Alix Combelle, al frente de las orquestas, amenizaban la espera del paso de las maniquíes. La canta

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