Las 12 pruebas de Esmeralda Kelly

Carole Anne Eschenazi

Fragmento

cap-1

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Nombre: Esmeralda

Apellido: Kelly

Apodo: Emmy

Edad: 33 años

Color de pelo: pelirrojo (¡mi lado salvaje!)

Color de ojos: verde (como nací con los ojos verdes, me pusieron el nombre que me pusieron)

Estatura: 162 cm

Peso: 61 kg (¡lejísimos de la talla de las modelos!)

Profesión: jefa de producto en el área de marketing para la empresa Regaderas Dulac

Situación sentimental: ahora mismo, ¡cero patatero!

Película favorita: Mary Poppins

Aficiones: leer, ver películas, acariciar a mi gato... Y, bueno, practicar tiro con arco, pero hace siglos que no toco una flecha

Placeres inconfesables: el chocolate blanco

Rasgos particulares: odio los vestidos y tengo vértigo

Credo: «Para ser feliz, es mejor pasar desapercibido»

cap-2

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Viernes por la noche

El último mono

Color de uñas: gris rata

—¿Troussevache? —pregunta el taxista, atónito—. No lo había oído en mi vida. ¿Y dónde queda, exactamente?

—En el Distrito XVI. La callecita adoquinada que serpentea desde la calle de Passy hasta la avenida Paul-Doumer —le respondo sin dudar, acostumbrada a completar la información—. Ya le iré indicando cuando estemos cerca.

—¡Qué nombre tan raro! —sigue diciendo el conductor al tiempo que enciende el taxímetro—. ¡Cualquiera pensaría que se está choteando de uno!

El taxi inicia la marcha. Con la cabeza apoyada en el asiento de atrás, voy observando por la ventanilla la noche parisina sembrada de luces.

Todavía no tengo claro si la velada que he pasado en compañía de los Cuatro Fantásticos, el grupo de inseparables que formo con mis tres mejores amigos: Andy, Marjorie y Nina, ha sido genial o horrorosa. Los cuatro nos entendemos a las mil maravillas. Nos conocemos desde hace más de diez años y a menudo nos encontramos en casa de uno o de otro. Bebemos, comemos, compartimos unas risas y arreglamos el mundo. Nos contamos nuestras penas y nuestras alegrías. Me siento feliz cuando nos vemos.

Andy es profe de fitness en un gimnasio de Beaugrenelle y Marjo es ni más ni menos que la directora del Grand Hôtel Royal de la avenida Foch (que no es moco de pavo). Los dos son un año mayores que yo. En cuanto a Nina, es interiorista y trabaja en un estudio de arquitectura por la zona de Ternes. Es la más joven de los cuatro: tiene treinta y un años.

El encuentro de esta tarde ha sido en casa de Andy. Vive en el Distrito XV, muy cerca del gimnasio donde trabaja. Yo estaba ansiosa por ir porque he tenido una semana terrible. Henrietta, mi jefa, no ha dejado de atosigarme. No nos llevamos demasiado bien. Esa mujer me horroriza, con su pelo rubio siempre pulcramente recogido en un moño, sus ojos de acero y sus trajes entallados. Parece una institutriz presta a desenfundar la regla de hierro para atizarte en las manos.

Un ejemplo: ayer se presentó en el despacho abierto que compartimos el equipo de marketing, el de comercial y el de contabilidad, vociferando (para que todo el mundo lo oyera bien):

—¡Esmeralda! ¿Dónde está el estudio de mercado que tenías que entregarme esta mañana?

—Encima de tu mesa, Henrietta. Donde lo dejé ayer por la tarde...

—¡Pues ponme un mail! —siguió ella, histérica—. ¡Así luego no tengo que perder el tiempo persiguiéndote!

—Pensé que lo verías nada más llegar.

—¡Quién te manda a ti pensar! Haz bien tu trabajo y deja que yo haga el mío y punto.

—Pero si eso es justamente lo que he hecho: mi trabajo. Incluso lo he acabado antes. Yo no te impido...

—¡Basta! La próxima vez, en lugar de hacerte la alumna modélica, limítate a seguir mis directrices. Así no iré de un lado para otro inútilmente.

¡Qué mala uva! Dicho esto, se largó, pisando con fuerza con los tacones y con su perfume excesivamente dulzón, dejando el rastro de su presencia furibunda. Por mi parte, sentía tal vergüenza por aquella bronca tan injusta que hubiese querido que me propulsaran hasta la otra punta del mundo. Vi que Chérazade y Salomé, de comercial y de cuentas respectivamente, cruzaban una mirada. Luego se levantaron y se acercaron a mi mesa.

—¿Estás bien? —me preguntó Chérazade en voz baja.

—Sí, ya estoy acostumbrada —respondí yo suspirando.

—¡Menudo bicho, esta Henrietta! —se sumó Salomé—. ¡Cómo me gustaría aplastarla con una chancla!

La ocurrencia nos arrancó una sonrisa a las tres. Suerte que las tengo a ellas...

Después del encontronazo con mi jefa como broche de oro de la semana, una velada en compañía de los Cuatro Fantásticos me parecía el mejor remedio para soltar tensión.

Llegué un pelín tarde porque antes había ido a comprar unas cosas para Clyde, mi gato, a una pet store de Les Halles. Como los viernes por la tarde no trabajo, aprovecho para leer, ir al cine o callejear por París. Encontré un cesto supermullido y un árbol para gatos que seguro haría las delicias de mi bolita de pelo. Me llevó diez intentos montar el chisme, así que llegué a casa de Andy más tarde de lo previsto.

Nada más llegar noté una efervescencia en el ambiente poco habitual. Habían empezado ya con el aperitivo: unos ti-punch que Andy había preparado con ron blanco que Marjo había traído de Guadalupe. Nina y ella tenían los ojitos brillantes, cada una a su manera. No me dio tiempo a averiguar el porqué de esos extraños brillos porque Marjo tomó la palabra:

—Ahora que ha llegado Emmy —dijo—, podemos pasar a los asuntos serios. Tengo que daros una noticia increíble. —Esperó unos instantes, con cara de conspiradora, y luego dijo—: Esta semana me llamó el big boss de mi cadena. Me felicitó por mi excelente trabajo como directora del Grand Hôtel Royal Foch. ¡Estaba que no cabía en mí de orgullo, imaginaos! Pero ahí no acaba la cosa. Agarraos: además del GHR de la avenida Foch, ¡me ha propuesto asumir la dirección de los otros dos hoteles que tiene el grupo en la región de París! Subida de sueldo incluida, como debe ser. ¡Podré cambiarme de coche y de piso e ir dos veces más al año a ver a mi gente a Guadalupe!

—¡Qué bien! —exclamó Andy al momento—. Habrás dicho que sí, espero.

—¿Tú qué crees? —respondió Marjo soltando una carcajada.

—¡Eres la mejor! —dijo Andy abalanzándose sobre ella para felicitarla con un megahug.

—¡Qué orgullosas estamos de ti! —declaró alegremente Nina.

—¡Bravo, bravo, bravo! —exclamé yo aplaudiendo.

Brindamos por ella. Nina se levantó.

—Pues yo también tengo una cosa superimportante que anunciaros —dijo con una sonrisa extasiada, recogiéndose detrás de las orejas sus rizos morenos—. He conocido a alguien...

—¿A quién? ¿Cuándo? ¿Cómo

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