Katerina

James Frey

Fragmento

cap-2

París, 1992

Vivo en la rue Saint-Placide. El suelo está cubierto de botellas de vino vacías y ceniceros, el colchón está tirado en un rincón. La pintura de las paredes se ha desconchado y las ventanas no ajustan. Estamos a finales del siglo XX y vivimos en lo que se supone una sociedad avanzada. Nuestros deseos, sin embargo, nuestros deseos son los mismos. Los mismos desde el primer día en que uno de nosotros salió de una puta cueva. Amar follar comer beber dormir. Y eso es lo que hago aquí, en la ciudad más bella y civilizada de la Tierra. Amar follar comer beber dormir.

Anoche Louis ató un pañuelo rojo al picaporte. A Louis le gustan los chicos árabes, lo más cerca de los dieciocho años que pueda encontrarlos. El pañuelo significa que no debes molestar, aunque los oía a través de la puerta y lo adiviné sin necesidad de ver el pañuelo. Salí a dar una vuelta y comprar un par de botellas de vino barato y sentarme en un banco en Saint-Germain y ver pasar a las chicas guapas e imaginarme cómo sería estar con ellas, besarlas, hacerlas sonreír o reír, flirtear con ellas, follármelas, enamorarme de ellas. Con algunas sabía que jamás ocurriría. Otras podrían ser mías. Me senté y bebí y miré e imaginé hasta que ya no pude pensar más y dejé de recordar y me desperté debajo de un árbol en el Quai Voltaire y volví caminando a casa. El pañuelo rojo había desaparecido.

Louis está preparando café. Se tiene por filósofo, meteorólogo, astrónomo, políglota, artista. Vivimos en una pelotita, dice, una pelotita azul de un sistema solar menor en una pequeña galaxia de un universo infinito. Nada de lo que yo, tú o cualquiera hagamos importa un carajo. Deberíamos ser felices y dedicar los días a perseguir el placer y el dolor y todas las formas de lujuria y deseo existentes. Deberíamos asegurarnos de tener la polla dura y el coño mojado y el corazón acelerado, latiendo rápido, muy rápido. Pero no lo hacemos porque somos burros y porque todos nos consideramos importantes, pensamos que importamos, que lo que hacemos importa, de modo que dedicamos el tiempo a trabajar en empleos sin sentido, luchar y pelear y tratar de ser algo o alguien distinto a lo que somos, es decir, animales. Todo el mundo lo hace, la humanidad entera, la masa ingente, idiota y boba, todos menos yo. Yo, Louis, el Príncipe de Saint-Placide, soy más listo. Sigo los dictados de mi corazón y mi polla, y lo único que me importa son las cosas que los alegra. Así que atiende, chico. Y aprende de mí. Sigue a tu corazón y a tu polla. Y recuerda que nada de esto importa. Y serás tan feliz como yo.

Llevo en París un mes. Tengo veintiún años, he venido solo, no conocía a nadie, no hablaba una palabra de francés, hice la maleta y me largué. Lejos de los amigos, de la familia, de América. Mi vida, o lo que se suponía que era mi vida, ya no existe. Nací y me criaron para formar parte de la máquina. Un radio. Un pequeño engranaje. Un piñón obediente atrapado para siempre en su mierda de puesto. Ve a la escuela, acata las normas, consigue empleo, trabaja ahorra vota obe­dece, cásate compra una casa ten hijos, trabaja ahorra vota obedece enseña a tus hijos a hacer lo mismo, trabaja ahorra vota obedece, muere y púdrete en un puto agujero en el suelo. A la mierda la máquina. A la mierda la gente que la construyó. A la mierda los que la dirigen. A la mierda los que eligen formar parte de ella. Yo estoy aquí, en la ciudad más bella y civilizada de la Tierra. Creo en Louis, en sus ojos dementes, sus manos temblorosas, su voz atronadora, en su visión del tiempo y las estrellas. Sigo los dictados de mi corazón y sigo los dictados de mi polla. Cuando quieren cantar, cantamos. Cuando quieren sonreír, sonreímos. Cuando quieren bailar, bailamos. Cuando quieren arruinarse, nos arruinamos. Da igual lo que quieran, adonde quieran ir, cuánto placer o dolor encontremos, nunca trabajaremos ahorraremos votaremos obedeceremos. A la mierda la máquina. El único objetivo debiera ser quemarla. Prenderle fuego y danzar a la luz de sus putas llamas.

Así que recorro calles antiguas repletas de gente que habla un idioma que no entiendo en busca de algo que jamás encontraré, podría llamarlo libertad pero es algo más que eso, podría llamarlo iluminación pero quiero sentirme más que iluminado, podría llamarlo todo porque lo es todo para mí, amar follar comer beber dormir sentir vivir vivir vivir. Lo es todo. Quiero reducir a cenizas la puta máquina. Quiero vivir.

cap-3

Los Ángeles, 2017

Mi césped está verde. Veo el océano desde algunas ventanas y una bruma amarilla encima de las relucientes torres de acero desde otras. Hay árboles y pájaros y una piscina. Tres coches en el garaje, dos niños en sus dormitorios, una esposa que duerme a mi lado. Pago la hipoteca puntualmente cada mes, igual que el resto de los recibos. Una mujer de la limpieza viene a diario, y hombres que se ocupan del jardín y los árboles y la piscina y recogen las mierdas de perro que la mascota de la familia va dejando por doquier. Tengo un pequeño cobertizo, o cabaña, o estudio, como quieras llamarlo, al fondo de la finca, lejos de la casa, lejos del ruido, lejos de la gente, lejos del mundo. Paso los días en esa pequeña edificación enfrente del ordenador, escuchando música y viendo la tele, leyendo o jugando a videojuegos, a veces trabajando, se supone que ocupado en cosas que importan, que son importantes, que la gente quiere leer y que otra gente me da dinero para que produzca. Me dan cantidades ridículas de dinero. Hago lo que quieren y les doy aquello por lo que me pagan y me odio. Y cuando me paro a pensar en lo que estoy haciendo y en cómo he llegado hasta aquí y en cuánto tengo y en cuánto he malgastado, cuando pienso en lo perdido que me siento cada segundo de cada día, en lo absolutamente perdido que estoy y me siento, joder, me dan ganas de comprarme una pistola y volarme los putos sesos. Pero no soy tan valiente. Así que paseo por el césped y me quedo mirando los árboles y escuchando a los pájaros y contemplo el océano y los rascacielos y sonrío por mis hijos y porque duermo junto a mi mujer y pago los recibos y hago mi trabajo. Y me odio. Cada minuto de cada día. Me odio.

cap-4

París, 1992

Abre la puerta.

Sal.

La vida espera.

Sexo y amor y libros y arte. El sol levantándose o poniéndose. Risas y música. Un lugar tranquilo para sentarse. A leer o pensar o ver pasar el día. O no. Caminar. Entre el caos, la gente, el ruido. El claxon de un coche. Una moto. Gente charlando. Las campanillas de las puertas al abrirse y al cerrarse. Una pelea de pareja, el llanto de un bebé. Caminar o bailar o saltar o correr, hacer lo que quieras hacer, ir a donde quieras ir. Puedes encontrar algo magnífico o terrible o nada en absoluto. Éxtasis o desengaño. Aventura o aburrimiento. Abre la puta puerta.

La vida espera.

Sal.

Mi día siempre empieza de la misma maner

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