Así empezó todo

Mary Nickson

Fragmento

En el primer aniversario de la muerte de Oliver Rendlesham, Isu viuda, Kate, salió de excursión, se enamoró y tomó una decisión que tendría una profunda repercusión en la vida de su familia.

El día empezó mal. Nada más despertarse, Kate sintió que se cernían sobre ella negros nubarrones. Acto seguido recordó qué día era. Pero no era solo la significación de la fecha lo que la turbaba. Al fin y al cabo, llevaba trescientos sesenta y cinco días despertándose y descubriendo que Oliver ya no estaba a su lado. ¿Qué importaba un día más? Lo que provocó que quisiera meterse debajo de las sábanas y pretender que ya no estaba en este mundo fue acordarse de que en un momento de debilidad había aceptado ir a comer con Netta Fanshaw.

Netta era una de las grandes admiradoras del difunto esposo de Kate. Al igual que con otros amigos influyentes (Netta no tenía amigos insignificantes) le gustaba presumir de su amistad con Oliver como un arranca cabelleras anudaría a su cintura los cueros cabelludos de sus enemigos. Para Netta, Kate solo era un apéndice de Oliver.

Kate no había sabido nada de ella desde el funeral. Netta se había presentado con gesto calculadamente afligido bajo una gigantesca pamela negra que habría acaparado la atención de las cámaras de televisión en las carreras de Ascot pero que estaba totalmente fuera de lugar en un funeral familiar en una pequeña iglesia rural. La pamela habría resultado práctica como protección en caso de un inesperado aguacero y, desde luego, sirvió con creces para hacer sombra a su marido, Miles Fanshaw, quien intentaba seguirle el paso a trompicones y cada cierto tiempo, cuando Netta inclinaba la cabeza compungida para saludar a algún conocido, sufría el golpe del ala del sombrero de su esposa.

Kate se había quedado tan sorprendida al oír la voz de Netta al otro lado del teléfono después de doce meses de silencio que la había pillado desprevenida.

—Tesoro, ¿qué tal estás? —El tono de voz era más empalagoso que un merengue—. Miles y yo nos hemos acordado muy a menudo de ti, pero hemos estado tremendamente ocupados últimamente. Tengo un espantoso cargo de conciencia por ello y como se acerca este triste aniversario para ti, queremos que vengas a pasarlo con nosotros. Creo que a Oliver le habría gustado.

Kate sintió una súbita y pasajera indignación, y a su pesar se oyó a sí misma aceptando con cobardía la invitación. Netta era tan insistente que había que tener preparada una sólida excusa para hacerle frente. Durante el último año, Kate había asistido conmovida, a la par que sorprendida, a las amables muestras de hospitalidad de amigos íntimos y de gente de la que no se habría esperado ese trato. Pero Netta, que solía inundarlos de invitaciones y que presumía de adorar a toda la familia, no había sido una de esas personas.

—No entiendo qué me ha pasado... Debo de estar loca. Apuesto a que de manera inesperada le ha fallado una invitada femenina. ¿Cómo se atreve a decir que le provoco un cargo de conciencia? —le había comentado malhumorada Kate a su hijo Nicholas durante el fin de semana cuando él y su esposa estadounidense, Robin, habían ido a Yorkshire a visitarla.

—Oh, vamos, mamá... Piensa en lo bien que te lo vas a pasar después contándonoslo —dijo Nicholas—. Solo por eso merece la pena. Y además, así cuando Netta vuelva a escarbar en su conciencia, la tendrá tan impoluta que podrá barrerte de su memoria. Un lujo para ambas.

—Supongo que será divertido verla revoloteando a mi alrededor en busca de información y no decirle ni pío —admitió Kate—. Imagino que querrá saber cuáles son mis planes.

—No es la única —dijo Nick arqueando las cejas.

Kate le había mirado sorprendida. Él le rodeó los hombros con el brazo y le dio un inesperado abrazo.

—Vive peligrosamente, mamá —le dijo—. Robin y yo pensamos que deberías desmelenarte un poco. No dejes que Joanna te convierta en su esclava, o que la abuela Cis te condicione. Ahora que has ganado algo de libertad, haz lo que te apetezca, para variar.

Mientras conducía hacia la casa de los Fanshaw para comer con ellos, Kate recordó las palabras de su hijo. No había pensado que nadie en su familia pudiera esperar que hiciese algún cambio sorprendente en su modo de vivir. Hasta entonces, Kate nunca se había caracterizado por ser una persona de las que dan la nota, pero en el último año había meditado mucho, y al no tener la vida ocupada con la dinámica presencia de Oliver había empezado a sentir que algunos de los instrumentos que la acompañaban en la orquesta de su vida diaria le resultaban cada vez más agobiantes. Y de pronto, se habían producido cambios inesperados, tanto agradables como desagradables. Kate estaba reflexionando secretamente sobre su futuro, pero no se sentía todavía preparada para discutirlo con su familia, y, desde luego, ni con Joanna, su hija, ni con su suegra, Cecily.

Los Fanshaw vivían en una gran casa de piedra a unas diez millas de Ripon. Todas las habitaciones habían sido decoradas con exagerado buen gusto por un interiorista de Londres por cuyos credenciales Miles había pagado un precio desorbitado, a pesar de que Netta jamás admitiera que las ideas decorativas no habían sido enteramente suyas. El interiorista se habría quedado estupefacto de haber sabido que Netta se refería a él como «el de las cortinas». A menudo parecía como si la casa surgiese románticamente en medio de las brumas de Yorkshire, pero en realidad dicha impresión óptica se debía a la continua entrada y salida de invitados que, con sus idas y venidas, levantaban el polvo de la grava que se reponía constantemente. Solo una mala hierba muy audaz habría osado asomar su verdor por entre las piedras de la entrada de casa de los Fanshaw.

Kate se sintió desfallecer al llegar y ver que ya había varios coches aparcados en la entrada a pesar de que era muy pronto. Su sentido de la puntualidad se había convertido en un hábito después de haber asistido durante años a importantes eventos con Oliver, pero no era algo innato en ella. Kate había interpretado lo de «solo un almuerzo en petit comité, cariño, para que podamos disfrutar de tu compañía» con algo de escepticismo, pero aun así no pudo evitar derrumbarse al darse cuenta de la cantidad de personas que iba a haber y comprender que no se había vestido de forma adecuada.

Netta la saludó efusivamente mostrando el grado justo de compasión y comprensión y le cogió cariñosamente del brazo.

—Dime, ¿a quién no conoces? —le preguntó mientras la acompañaba hacia el grupo reunido en el salón.

A Kate siempre le había sorprendido la facilidad con la que Netta hacía nuevas amistades constantemente. Comprobó que, para su desconcierto, había muy poca gente conocida.

—Quiero presentaros a la viuda de Oliver Rendlesham —anunció Netta a voz en grito—. Oliver era uno de nuestros viejos amigos más queridos.

Netta tenía un modo de marcar las prioridades en sus presentaciones sin parangón.

—Ven a conocer a nuestro nuevo general —continuó como si tuviera algún interés personal en el regimiento que en aquellos momentos servía en Catterick.

Mientras hablaba, conducía a Kate hacia un hombre alto de cabello ensortijado, barbilla relucientemente afeitada y zapatos elegantemente pulidos. Tenía aspecto viril y juvenil, pero Kate había observado tristemente en los últimos tiempos que los generales y los jueces, amistades de las que Netta presumía como si fuesen una colección, iban volviéndose, como los policías, cada vez más jóvenes.

—Oliver era realmente único, claro está, pero Kate también destaca en lo suyo, a su manera —dijo Netta, siempre la anfitr

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