Índice
Cubierta
El señor Malaussène
I. En honor de la vida
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
II. Cissou la Nieve
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
III. Hijo de Job
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
IV. Suzanne y los cinéfilos
Capítulo 12
Capítulo 13
V. La caverna de Epilepsia
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
VI. Barnabooth
Capítulo 17
Capítulo 18
VII. Gervaise
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
VIII. La ley de lo peor
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
IX. Entreacto
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
X. Se acabó el entreacto
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
XI. El regreso del chivo
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
XII. Cárcel (en presente)
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
XIII. Todo el cementerio habla de ella
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
XIV. El señor Malaussène
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Biografía
Créditos
Acerca de Random House Mondadori
Para Odile Lagay-Préaux
y Christian Mounier.
A Belleville
(o a lo que queda).
En la esfumada sonrisa
de Robert Doisneau.
Hagan ojos, señores, no ve más.
Christian Mounier
Que un diluvio de agradecimientos caiga sobre Françoise Dousset y Jean-Philippe Postel; si ellos no saben por qué, el autor lo sabe. Por lo que se refiere a Roger Grenier, Jean-Marie Laclavetine y Didier Lamaison, gracias les sean dadas por su innnnnnmensa paciencia.
I
EN HONOR DE LA VIDA
«¿Es usted capaz de escribir, Malaussène? No, ¿verdad? Claro que no… Pues entonces, dedíquese a lo rollizo, un bebé por ejemplo; ¡sería tan bonito, un hermoso bebé!»
1
El niño estaba clavado en la puerta como un pájaro de mal agüero. Sus ojos de luna llena eran los de una lechuza.
Ellos eran siete, y subían los peldaños de cuatro en cuatro. Naturalmente, ignoraban que esta vez les habían clavado un mocoso en la puerta. Creían haberlo visto todo y corrían, pues, hacia la sorpresa. Dos rellanos más y un Jesusito de seis o siete años les cerraría el paso. Un niño-dios clavado vivo en una puerta. ¿Quién podía imaginar algo así?
Belleville les había hecho ya pasar por todas, ¿qué más podía hacerles? Habían sido recibidos a golpes de carnaza y mondaduras, hordas femeninas les habían arañado el rostro lanzando sus yuyús, cierto día habían tenido que despejar seis pisos de un rebaño de corderos, unos centenares de ovejas enamoradas, acompañadas por carneros celosamente polígamos, otra vez habían encontrado el edificio desierto, abandonado a reculones por una marea humana que, vaciar po