Cuentos completos 1

Isak Dinesen

Fragmento

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Nota de los editores

En 2011, el sello Alfaguara, ahora parte de Penguin Random House Grupo Editorial, y por lo tanto, compañero de andadura de Debolsillo, publicó un volumen de cuentos en el que se incluía la casi práctica totalidad de los cuentos de Karen Blixen, uno de los autores, pues como hombre firmó su obra, ya fuera Peter o Isak, más relevantes del siglo XX, cuya obra engarza con fina orfebrería, la tradición oral y la vanguardia, la necesidad de narrar y de narrarse. En aquel volumen los editores optaron por excluir aquellos cuentos publicados tras la muerte de la autora, de manera póstuma, por considerar que, si habiéndolos escrito en vida, no había querido publicarlos, alguna razón de peso tendría. En esta ocasión, los editores han optado por recuperar estas obras para ofrecerles a lectoras y lectores una edición completa, en dos volúmenes, de toda la obra de la baronesa Von Blixen. Hemos considerado que tanto el volumen titulado Carnaval y otros cuentos como Ehrengard han sido calificados en los años posteriores a la publicación de Cuentos reunidos, como obras significantes y de tal calidad que difícilmente pervertirían la grandeza de su autora.

Para finalizar esta nota, los editores quieren recordar a Miguel Martínez-Lage, autor de la magnífica introducción publicada en el volumen de Alfaguara, porque no encuentran palabras mejores que las suyas para definir, en pocas líneas, a Karen Blixen:

«La serie de fotos en las que aparece brindando con Carson McCullers, Marilyn Monroe y Arthur Miller en 1959, lo dice todo. Devastada, decrépita, a duras penas sostenida por las anfetaminas, la narradora de las perlas en bruto compone el centro único de la imagen. En esa misma estadía neoyorquina, la baronesa Von Blixen fue solicitada por retratistas de la talla de Avedon y Beaton, rodeada como una diva por los admiradores a la salida de la ópera, festejada por Truman Capote, E.E. Cummings, Steinbeck y tantos más de tanto nombre. Una fuerza de la naturaleza que se forzó por sí sola al artificio del cuento magistral.»

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Las perlas del collar

Isak Dinesen encarna a la narradora por antonomasia, en el sentido que da Walter Benjamin al concepto o la categoría en su ensayo así titulado, «El narrador», sobre el ruso Leskov, o en el sentido más llano, al ser lo que hoy se conoce por una cuentacuentos o relatora oral. Si alguna figura emblemática la distingue no es otra que la de Sherezade: en las largas veladas de la sabana, en la plantación de cafetos que gestó con su marido, cuando sus acompañantes y criados ya no se tenían en pie, seguía contando sus historias al aire de la noche africana. Sin embargo, Dinesen posee ciertas particularidades que la diferencian por completo de la figura del narrador convencional. Teniendo en cuenta el momento histórico en que se mueve —la convulsión de las vanguardias—, no cabe sino decir que Isak Dinesen era una anacronía andante. Pese a tener el reconocimiento merecido de una figura mayor de la literatura del siglo XX, todavía le hacen sombra, como dice Vicente Molina Foix, «no sólo su vida errante y retirada, su mestizaje cultural y confusión de lenguas, sino, especialmente, la anomalía de su obra narrativa».

Para ella, al decir de Vargas Llosa, «contar era encantar, impedir el bostezo valiéndose de cualquier ardid: el suspense, la revelación truculenta, el suceso extraordinario, el detalle efectista, la aparición inverosímil».

«Los cuentos de Isak Dinesen —dice Vargas Llosa— son siempre engañosos, impregnados de elementos secretos e inapresables. Por lo pronto, es difícil saber dónde comienzan, cuál es realmente la historia, entre las historias engarzadas por las que va discurriendo el subyugado lector, que la autora quiere contar. Ella se va perfilando poco a poco, de manera sesgada, como de casualidad, contra el telón de fondo de una floración de aventuras disímiles que, algunas veces, figuran allí como meras damas de compañía».

Ha comentado Vicente Molina Foix que «mientras la Europa de los narradores destruía con estudiado genio los patrones vigentes de la novela en las tres grandes lenguas de la crisis —el francés analítico de Proust, el alemán alegórico de los austrohúngaros, el inglés extraterritorial de Joyce—, una danesa paciente y memoriosa se dedicaba en África a recoger los restos de un logos vapuleado para recomponerlo como mythos (en el último cuento de sus Últimos cuentos resume en una página esa heroica tarea), recuperando también, en la contracorriente de los lenguajes rotos y las vastas empresas novelescas, la unidad del cuento y el repleto escenario de una Europa romántica».

Según apunta Mario Vargas Llosa con su perspicacia lectora de costumbre, «Dinesen fue, como Maupassant, Poe, Kipling o Borges, esencialmente cuentista. Es uno de los rasgos de su singularidad. El mundo que creó fue un mundo de cuento, con las resonancias de fantasía desplegada y hechizo infantil que tiene la palabra. Cuando uno la lee, es imposible no pensar en el libro de cuentos por antonomasia: Las mil y una noches. Como en la célebre recopilación árabe, en sus cuentos la pasión más universalmente compartida por los personajes es, junto a la de disfrazarse y cambiar de identidad, la de escuchar y contar historias, evadirse de la realidad en un espejismo de ficciones».

No es de extrañar que el único escritor del que Hemingway habló siempre con una admiración sin reservas fuera Isak Dinesen: cuando se le concedió el Nobel al norteamericano, comentó de buenas a primeras que quien de veras lo merecía era ella. Y no contento con esto aún abundó en la cuestión en su discurso de recepción del Nobel: «Me habría quedado más contento si este premio se hubiese otorgado a una magnífica escritora, Isak Dinesen».

Su territorio natural es el de la ficción sin contaminar por lo real. En «El poeta», último de los relatos de Siete cuentos góticos, hallamos el siguiente pasaje:

… no es posible pintar un objeto concreto, digamos una rosa, sin que yo, o cualquier otro crítico inteligente, podamos determinar, al cabo de veinte años, en qué período fue pintado o, más o menos, en qué lugar. El artista ha pretendido plasmar una rosa en abstracto, o una rosa determinada; jamás ha tenido la intención de ofrecernos una rosa china, persa, holandesa o, según la época, rococó o puro Imperio. Si le dijese que era eso lo que había hecho, no me comprendería. Quizá se enfadaría conmigo. Diría: «He pintado una rosa». Sin embargo, no lo puede evitar; así que soy superior al artista, ya que lo puedo medir con un baremo del que no sabe nada. Pero al mismo tiempo yo no sabría pintar, y mal podría ver o concebir una rosa. Podría imitar cualquier creación suya. Podría decir: «Voy a pintar una rosa al estilo chino, holandés o rococó». Pero no tendría el valor de pintar una rosa tal cual. Porque ¿cómo es una rosa?

Igual sucede con la religión, sigue diciendo el narrador de Dinesen. (Ésta es también una observación de Robert Langbaum, que en The Gayety of Visio

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