Las damas de Shanghai (Flash Relatos)

Marian Izaguirre

Fragmento

El primer libro que leí de Doris Lessing tiene ahora las páginas amarillentas. Al abrirlo las hojas sueltan un sonido abarquillado, como si se quejaran del paso del tiempo. Es una encuadernación rústica y un poco primitiva, cosida con hilo vegetal gris. Compré este libro en Cuba, a principios de los años ochenta, en una de esas librerías destartaladas de la calle O’Reilly. Eran tan baratos y había tan poco donde elegir que recuerdo haber adquirido indiscriminadamente un diario del Che, la historia de las armas, grados, uniformes y organización del Ejército Libertador, varios cuentos infantiles de la Editorial Progreso de Moscú, algunos libros de arte entre los que había un volumen de pintura veneciana (con una preciosa lámina de Caterina Cornaro, la reina de Chipre, pintada por Gentile Bellini y que con el tiempo se transformó en la historia de uno de mis libros), y también esta recopilación de los primeros cuentos y novelas de Doris Lessing que los editores cubanos agruparon bajo el título de El hormiguero. Son dos cuentos y tres novelas breves, todos de ambiente africano. Ahí está la génesis de la escritura de esa mujer que fue galardonada con el premio Nobel.

Sí, ese es el comienzo. África. Un país que se llama Rhodesia y que es el antiguo reino de los zimbabwes. En el momento de la conquista británica Zimbabwe (en el lenguaje shona quiere decir el recinto de un jefe) estaba dividido en dos territorios: el de los shona, al norte, y el de los matabele, al sur. Ambos territorios eran codiciados tanto por los bóers como por los ingleses, pero fue el avispado Cecil John Rhodes quien conquistó las tierras que fueron llamadas Rhodesia del Norte y Rhodesia del Sur en su honor. Y a ese territorio llega la familia Tayler, el padre mutilado en la Primera Guerra Mundial, la madre, una enfermera que le cuidó en el hospital, y los hijos. Una pequeña de seis años que crece entre la granja, en la que los negros cultivan maíz y tabaco, y el colegio de monjas donde la obligan a bañarse con una tabla en el cuello para que no pueda ver su propio cuerpo desnudo. Conocer, saber, ver, penetrar en ese mundo que hay al otro lado… de la vida de los colonos blancos. Y eso es lo que ve. Eso será lo que guarde en su mente de escritora que a

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