Entre cachacos

Gabriel García Márquez

Fragmento

cap-1

PRÓLOGO

La llegada de García Márquez a Bogotá y su ingreso a El Espectador como redactor de planta deben situarse en enero de 1954, pero es posible que transcurriera un plazo relativamente largo —algunas semanas—, ya que su admisión definitiva tendría lugar al cabo de un tiempo de prueba. En todo caso el primer texto atribuible es de principios de febrero de ese año. García Márquez recuerda que, terminado el breve período de su colaboración en El Nacional de Barranquilla, lo invitó a pasar unos días en Bogotá Álvaro Mutis, entonces responsable del servicio publicitario de la Esso. Pasaba los días en la oficina de Mutis, y al cabo de algunos días ya no sabía muy bien qué hacer. El local de El Espectador se situaba entonces en el mismo edificio de la Avenida Jiménez y más de una vez durante esa estadía que debía ser breve, los responsables del periódico pidieron a García Márquez que les escribiera notas breves, «porque faltaba un redactor» y para sacarlos de apuros. Cuando ya se aburría en Bogotá, pensando que no hacía nada y le hacía perder tiempo a Mutis, y decidía volver a la costa, los dueños de El Espectador le ofrecieron un puesto de redactor con un sueldo de 900 pesos mensuales. La oferta y el sueldo eran más que tentadores, si se piensa que en los años anteriores una «jirafa» le era pagada a tres pesos. Con 900 pesos mensuales podía no solamente vivir a sus anchas, sino también ayudar a sus padres. De modo que aceptó esa oportunidad y se quedó en Bogotá, cuando primitivamente no había pensado alejarse por mucho tiempo de la costa Atlántica. Años después llegó a sospechar que la invitación de Mutis formaba parte de una maniobra de El Espectador para atraerlo a Bogotá y contratarlo.

*

Lo más constante de la colaboración de García Márquez en El Espectador se sitúa en una anónima labor de redacción. La revisión de las colecciones del periódico permite pensar que muchas noticias reescritas a partir de cables de agencias informativas lo fueron por García Márquez, parcial o totalmente: la calidad estilística, un giro, una fórmula, el énfasis puesto sobre un detalle anecdótico o un tema, le parecen a veces familiares a quien ya leyó detenidamente la serie de «La Jirafa» y los reportajes firmados de los años 1954 y 1955 (no hay un parecido claro con aspectos de la obra literaria). Pero esos elementos de identificación son tan íntimos, en calidad y cantidad, en el seno de esos textos de pura información que nunca se puede pensar seriamente en atribuirle a García Márquez la redacción de esos textos impersonales e intranscendentes.

Donde sí se debe tomar el riesgo de un rastreo y una atribución de textos anónimos de El Espectador, es a propósito de la columna «Día a día» que durante años fue una institución en las páginas del periódico, tan inconmovible como el editorial. Cuando García Márquez se incorporó a la redacción, solían participar en esa columna Guillermo Cano, Gonzalo González («GOG») y Eduardo Zalamea Borda («Ulises»). Ninguno de ellos firmaba sus colaboraciones en «Día a día». Los primeros signos de que García Márquez también escribió en «Día a día» se encuentran en el mismo curso de una lectura desprevenida: algunas notas presentan, muy reconcentrados, los elementos identificables mencionados arriba y además notables puntos de contacto con la temática periodística y literaria de García Márquez. Esa impresión se ve confirmada por los propios recuerdos del escritor. Y hay un testimonio irrebatible y temprano, contemporáneo de la colaboración de García Márquez en El Espectador, sacado de las páginas del propio periódico. Cuando el cuento «Un día después del sábado» se llevó el primer premio en el concurso nacional del cuento, fallado en julio de 1954, una nota de José Guerra, en su página cultural de la edición dominical de El Espectador, se refería a las actividades periodísticas de García Márquez, dejando de lado, por cierto, su trabajo de reportero en el que acababa de iniciarse pocos días antes. Decía José Guerra:

García Márquez (27 años, barranquillero) continúa así su admirable carrera de escritor y periodista, testimonio de lo cual se encuentra tanto en los trabajos que hemos citado como en sus finas notas de la sección «Día a día» de El Espectador.1

Los mismos recuerdos de García Márquez indican que fue por notas de «Día a día» como inició su colaboración en El Espectador. Pese a la dificultad de la tarea, hace falta una recuperación de textos garciamarquinos no firmados aparecidos en esa columna; por esa misma dificultad, no se puede ir más allá de esa búsqueda, la cual sólo puede dar resultados muy incompletos y nada satisfactorios.

Porque no siempre son fáciles de reconocer esas notas. Cada uno de los tres redactores que escribían antes en «Día a día» lo hacía inevitablemente a su manera pero siempre tratando de mantener un tono promedio que debía ser el de la columna y esforzándose por borrar al máximo su personalidad y los rasgos sobresalientes de un estilo propio. «Día a día» no tenía que respetar rigurosamente las normas del editorial como género, pero a ello tendía más o menos, por encima de las diferencias entre sus redactores y por encima de su misma variedad (incluía notas serias y notas humorísticas). El caso es que la columna venía inmediatamente después del editorial en el orden de lectura de esa página 4.ª de El Espectador. El editorial ocupaba la primera columna y «Día a día» la segunda. Aparecía primero la opinión del periódico sobre las grandes cuestiones políticas del momento y luego, con la misma impersonalidad de principio, unos juicios, evocaciones o reflexiones sobre aspectos variados de la vida y del mundo. A continuación se podía leer la siempre interesante columna «La ciudad y el mundo», que firmaba «Ulises», y la exitosa sección de «GOG», «Preguntas y respuestas».

Al iniciar su colaboración en El Espectador, y muy probablemente con notas escritas para «Día a día», García Márquez tuvo que hacer lo posible por acudir al tono promedio de la columna y despersonalizar su estilo. Así se dificulta la identificación de lo que escribió y se reduce la cantidad de textos atribuibles. «Día a día» fue por muchos aspectos una continuación de «La Jirafa», pero se perdió la libertad de que gozaba Septimus en El Heraldo. Septimus era una máscara cómoda, un doble periodístico a la vez inasible e identificado, a quien se le podía achacar las fallas de «La Jirafa», pero que le debía a García Márquez todo lo bueno que aparecía bajo su firma ficticia. Además de la libertad de redacción de que había gozado, muy evidentemente, en «La Jirafa», su autor había aprovechado al máximo las posibilidades liberadoras de su máscara. A pesar del anonimato, no había tanta libertad en «Día a día». A la distancia, desde luego, ese anonimato tiene una gran ventaja: García Márquez puede rechazar hoy la paternidad de todas las notas suyas que no le parecen bien escritas, aunque les haya dedicado mucho trabajo y concedido mucha importancia en el momento de la redacción. Además de este discutible aspecto, hay otro indudablemente positivo: las notas escritas por obligación,2 simplemente porque hacía falta que alguien escribiera sobre un hecho determinado o porq

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