De algunos animales

Rafael Sánchez Ferlosio

Fragmento

cap-0

Nota de los editores

El punto de partida de este libro —el último en que Ferlosio se ocupó— es un viejo proyecto que llevaba por título Un zoo para Demetria. Se proponía reunir Ferlosio, a modo de viñetas, diversos textos sobre animales que habían de ir ilustrados con dibujos hechos por él mismo (recuérdese que Ferlosio fue aficionado al dibujo, un arte que no se le daba mal, como tendrá oportunidad de constatar el lector de este libro; tenía además una sensibilidad muy particular para los colores, así como para la pintura en general, como se hace patente en no pocos pasajes de su obra). Ferlosio se acordó de ese proyecto cuando —mientras preparábamos el volumen de Páginas escogidas— hablamos de la posibilidad de armar el presente libro. Un libro que no viene a ser, ni mucho menos, la realización de aquel viejo proyecto, pero sí deriva del interés muy vivo que Ferlosio sintió siempre por los animales, y ofrece, segregados de su contexto original, aquellos pecios, artículos, relatos, poemas y fragmentos ensayísticos en los que ese interés aparece reflejado, de las más diversas maneras.

A ningún lector más o menos asiduo de Ferlosio puede pasarle inadvertida la mirada tan atenta y respetuosa —a menudo encandilada— que dirige al mundo animal, así como la relativa frecuencia con que se sirve del mismo para «ilustrar», por así decirlo, algunos de sus razonamientos. Baste recordar el hecho de que el primero de sus ensayos, publicado en 1962 en Revista de Occidente, lleve por título «Personas y animales en una fiesta de bautizo». En este ensayo, en el que salen a colación gatos, gallinas, perros, bueyes, caballos, avestruces y monos, entre otras especies, queda ya planteada la que será una constante del pensamiento de Ferlosio: su resistencia a compartir el miedo atávico que los humanos, en general, sienten ante el espectáculo de «la naturaleza perteneciéndose a sí misma en su absoluta alteridad, en su extrañeza, en su soberanía irreductible».

«Como a la vista del peligro el avestruz esconde la mirada en la arena del desierto, así el hombre la enturbia en el espesor de la palabra», escribe Ferlosio, cuya mirada se esfuerza precisamente por asumir, sin desvirtuarla, la «impenetrable alteridad» de los animales, resistiéndose a suprimir la distancia que media entre humanidad y naturaleza. Por ahí se explica la antipatía que profesa Ferlosio a Walt Disney, de quien —dada su sistemática «antropomorfización» de la naturaleza, su forma de «humanizar» a los animales con miras a ratificar y hacer pasar por «natural» el mundo humano— llega a decir que es «el gran corruptor de menores y la mayor catástrofe estética, moral y cultural del siglo XX».

En otro texto relativamente temprano, los comentarios a su traducción de Memoria e informe sobre Víctor de Aveyron, de Jean Itard, Ferlosio abunda de nuevo en asombrosas observaciones sobre el mundo animal, ligadas a menudo —como en «Personas y animales en una fiesta de bautizo»— al ámbito de la infancia y de los procesos educativos (o adaptativos) del niño.

No está de más subrayar este vínculo entre la atracción que siente Ferlosio por los animales y el interés que siente por la infancia. «La historia natural, y en especial la zoología, es el terreno de elección para manipular las mentes infantiles», escribe en el ensayo de 1962, donde observa asimismo cómo «la ideología para la infancia, antaño un mero apéndice de la confeccionada para adultos», se ha convertido en la actualidad en objeto de una auténtica especialización.

No es éste el lugar de profundizar en las importantes implicaciones que entraña esta afirmación. Baste tenerla presente al recordar la intensa relación que mantuvo Ferlosio con su hija Marta cuando era niña (una relación reeditada décadas después con su nieta Laura). Con Marta iba Ferlosio a visitar la Casa de las Fieras. La vocecilla de Marta aún niña, «con su palabra aguda y redicha como una campanita de convento» (conforme se lee en la emocionante dedicatoria de La homilía del ratón), se deja oír en no pocos pasajes de la obra ensayística de Ferlosio, y en particular en los que incluyen menciones a animales. En otra dedicatoria, la que va al frente de «De los orígenes del perro», extenso artículo de 1968 íntegramente incluido en el presente volumen, se lee: «Para Marta Sánchez, en recuerdo de nuestras largas noches con La vida de los animales, de Alfredo Brehm».

La vida de los animales (1863-1869) es el título de una monumental enciclopedia ilustrada en diez volúmenes sobre la vida animal escrita por el zoólogo y escritor alemán Alfred Edmund Brehm (1829-1884), enormemente popular en su tiempo. La enciclopedia de Brehm conoció multitud de ediciones en todos los idiomas (no pocas abreviadas). Hasta el final de su vida conservó Ferlosio, en un lugar bien visible de su vivienda, varios tomos de esta enciclopedia, los mismos que hojeaba y leía con Marta. De ahí que a los editores nos pareciera oportuno acompañar la siguiente selección de textos (que pronto quedó establecido que iría ilustrada) con reproducciones de algunos de los grabados y litografías de aquellos tomos.

Por cierto que Marta, como el mismo Ferlosio contó en más de una ocasión, fue quien lo apartó de su afición a la caza. Ocurrió un día que regresaba él de una de sus excursiones cinegéticas provisto de alguna pieza que había cobrado, y ella le preguntó qué daño le había hecho aquel animal. Recordar esa vieja afición de Ferlosio por la caza, como su también vieja afición a la fiesta de los toros —sobre la que escribió páginas memorables, pero de la que asimismo terminó por abjurar—, sirve para desmarcar el tipo de atención que presta a los animales de la que les prestan los animalistas, con cuyas posiciones no consta que nunca se alineara.

Cuando la muerte lo sorprendió, Ferlosio estaba ocupado en la revisión del conjunto de textos que aquí presentamos. Había manifestado su deseo de releerlos y, llegado el caso, cribarlos (pues, en el caso de Ferlosio, revisar equivalía siempre a podar, recortar, pulir, casi nunca a añadir o ampliar). Lo que damos a continuación cuenta, pues, al menos en su mayor parte, con su visto bueno. De entrada, fue él mismo quien, de propia mano, escribió al frente del mecanoscrito el título que ahora lleva: De algunos animales. En los últimos meses de su vida a Ferlosio le costaba mucho leer (tenía que hacerlo ayudado por una gran lupa) y más todavía escribir. No hemos podido descifrar algunas de sus correcciones a estos textos, pero sí las tachaduras. Desde un principio, Ferlosio vio con aprensión la inclusión, dentro de este libro, de determinados relatos. Él mismo tachó con pulso firme, una por una, las páginas correspondientes a «El huésped de las nieves» y a «Plata y ónix». El primero de estos relatos, escrito a comienzos de los ochenta y destinado a una colección de literatura infantil, tiene por protagonista implícito a un ciervo. Ferlosio tenía especial manía a este texto. Sólo a regañadientes aceptó recogerlo en El escudo de Jotán, título bajo el que se reunieron en 2105 la mayor parte de sus cuentos. Lo consideraba «cursi», «edulcorado» y, por si fuera poco, malogrado; se refería a él llamándolo, con ironía, «La Casa de la Pradera». En cuanto a «Plata y ónix», escrito ya en los noventa, versa sobre

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