En tu cama (Algo más que magia 3)

Heather Lee Land

Fragmento

en_tu_cama-2

1.

Mike regresó al rancho de sus padres en las vacaciones de verano. No tenía planeado hacerlo, pero tras haberse quedado solo en Seattle, no le quedó más remedio que volver a casa. El curso continuaría en septiembre, así que tenía todo el verano por delante en el rancho. No le agradaba la idea, pero no le quedaba otra cosa. Su compañero Jackson había regresado a casa también, y Kate había alargado sus vacaciones en España con su novio, amigo, o lo que fuera. Cuando la chica había llamado para decírselo, él la había odiado mucho, pero mucho, mucho, porque él estaba deseando vivir algo así; necesitaba encontrar a una persona especial con la cual ir de viaje al Viejo Mundo, descubrir ciudades ocultas juntos y conocer otras culturas.

Pero no. Se había tenido que conformar con volver a casa. Además, para colmo, la boda de su hermano iba a celebrarse en pocas semanas y el rancho era un caos absoluto porque el evento se llevaría a cabo allí mismo. Ojalá pudiera escaparse de todo eso. Esperaba que las clases de yoga le hubieran servido para aprender a desconectar cuando su madre comenzara a tocarle la moral. Porque sabía que iba a hacerlo. Ese pensamiento lo llevó a Emerald.

Emerald. Con esos ojos verdes tan intensos, su voz pausada y serena, sus labios... No tendría que haberlo besado por mucho que le hubiera gustado. Lo había puesto en un compromiso, lo sabía, porque el hombre había cambiado de actitud a los pocos segundos, justo después del beso. ¡Pero se lo había devuelto! Y él no lo había obligado. Eso significaba que, si lo había besado, era porque lo había querido. Durante un par de segundos, Emerald se había dejado llevar, hasta que había reaccionado. No necesitaba ser un lince para saber que algo había pasado por su cabeza para que su profesor de yoga no hubiera sucumbido más al momento. Quizás por eso mismo, porque era su profesor, o por alguna mala experiencia. ¿Y si tenía pareja?

Tenía muchas dudas. Demasiadas preguntas en el aire a las que no sabía responder. No iba a quedarle más remedio que esperar para volver a Seattle y verlo de nuevo. Iba a ser un verano muy largo y muy intenso, aunque eso serviría para regresar con más fuerza, no solo a sus estudios, sino a sus clases de yoga. No sabía con qué cara iba a mirarlo Emerald. Lo más probable era que lo olvidara. Su profesor de yoga no parecía ser un hombre rencoroso ni malévolo. Con solo mirarlo podía sentir la paz que transmitía, como si el tiempo no existiera, como si no importara nada más en el mundo, como si tuviera el don de la tranquilidad y la paciencia en la palma de la mano.

Sabía que Emerald no le pondría mala cara ni le diría nada referente a ese último encuentro tan extraño. Pero ¿y él? ¿Cómo iba a mirarlo? ¿Cómo iba a contenerse si estaba deseando abalanzarse de nuevo sobre esos labios?

Pues sí; iba a ser un verano muy largo.

Emerald acababa de terminar la última clase del día. Lo había cerrado todo y no se entretuvo como otras veces en guardar y colocar bien el material que habían utilizado. No quería tardar más en llegar al apartamento que tenía en el centro de la ciudad, en el Fifteen Twenty-One Second Avenue. Era uno de los rascacielos residenciales más altos de Seattle. Lo había comprado varios años atrás porque se había enamorado de la zona. Muy cerca estaba el Pike Place Market, que era un mercado lleno de agricultores, comerciantes y artesanos. Era un lugar lleno de vida, de magia, donde siempre había movimiento de personas fuera la hora que fuera. Eso le venía muy bien cuando necesitaba mantener la mente ocupada y la meditación no lograba tranquilizarlo del todo.

Aunque vivía en uno de los pisos más altos, desde los grandes ventanales que rodeaban todo un lateral de su apartamento, podía ver el bullicio de personas, la agitación de la zona y, si alzaba la vista, unos maravillosos atardeceres en la bahía Elliott. Los restaurantes familiares, las pescaderías, los puestos de productos frescos y artesanales... Todo formaba un conjunto embriagador que lo hacía quedarse en ese apartamento, aunque viviera encima de su centro de yoga.

Llevaba muchos días con la mente dispersa, inquieto, y él no podía permitirse estar así. El beso de Mike había sido el causante de ese estado de conmoción que no lo dejaba dormir ni de día ni de noche.

Hacía muchísimo tiempo que no se topaba con alguien tan especial como él. Mike no se había dado cuenta, pero tenía un aura pura, llena de vida y de luz. Su personalidad, abierta y sincera, hacía más fácil el poder leer a través de él. No le había hecho falta mirarlo dos veces para saber que era especial. El problema era que él no se merecía que alguien así llegara a su vida. No se merecía que alguien con un alma con tanto color llegara a él, que vivía castigado por voluntad propia entre las tinieblas de su pasado y los demonios de su mente. A lo largo de su eterna vida había ocasionado mucho sufrimiento y dolor. No había tenido piedad por nada ni por nadie. No había dado consuelo, ni amor, ni perdón. Nada de eso había formado parte de su alma ni de su corazón durante demasiado tiempo. Desde entonces vivía apartado mientras se prohibía ser feliz porque ¿cómo iba a serlo después de todo el mal que había ocasionado?

El verano de Derek no estaba siendo tan malo como había creído en un principio. El primer campamento al que había asistido, al fin por su edad en calidad de monitor, estuvo lleno de sorpresas inesperadas. La más significativa fue Jennifer, otra chica de su misma edad que también era monitora y con la que congenió desde el primer día.

Durante todo el campamento estuvieron tonteando, hasta que se robaron el primer beso el uno al otro una noche frente a las hogueras cuando los chavales que estaban a su cargo se habían acostado. Eso los llevó a más, hasta que Derek comprendió que no era tan sencillo complacer a una chica. Los chicos eran mucho más fáciles.

La experiencia entre ambos fue confusa y acabó con un alejamiento mutuo al final del campamento. Ninguno de los dos se despidió al marcharse, ni intercambiaron números de teléfonos. Ese único encuentro los había dejado a ambos más fríos que otra cosa.

Así llegó Derek a su segundo y último campamento. También iba a hacer de monitor, pero había menos cantidad de chicos a su cargo. Eso le dio la oportunidad de poder evadirse a ratos y meditar en lo que había hecho mal.

Entonces conoció a William. Ambos hicieron muy buenas migas cuando tuvieron que organizar juntos una yincana. Estuvieron tonteando, y mucho, incluso tuvieron más de un encuentro tórrido tras las lanchas del embarcadero en plena oscuridad.

Cuando Derek regresó a casa, lo hizo con el teléfono de Will en su agenda del móvil. La relación con él había sido totalmente distinta a la otra, mucho más relajada y sincera. Iba a echarlo de menos, pero también tenía ganas de regresar a su rutina diaria y de empezar en la universidad. Lo iba a hacer un año antes de lo esperado gracias a las pruebas que le hicieron en primer grado, cuando sus profesores pensaron que era un niño con altas capacidades. Y las tenía, por eso pudo adelantar un curso sin problemas. Quizás por eso siempre había ido a la zaga del resto de sus compañeros, porque, aunque su cerebro parecía estar a la altura del rendimiento académico, su cuerpo en realidad tenía un año menos que el resto de los chicos. Era mu

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos