La edad de la luz

Whitney Scharer

Fragmento

9788417384678-1

Contenido

Portada

Dedicatoria

Lema

PRIMERA PARTE

Prólogo

1

2

3

4

Londres, 1940

5

6

7

Londres, 1943

8

9

10

Normandía, julio de 1944

11

12

13

Saint-Malo, agosto de 1944

14

15

París, diciembre de 1944

16

SEGUNDA PARTE

17

18

19

Leipzig, 20 de abril de 1945

20

21

22

Dachau, 30 de abril de 1945

23

24

25

26

Múnich, Prinzregentenplatz 16, 1.º de mayo de 1945

27

28

29

Viena, septiembre de 1945

30

31

32

Sussex, Inglaterra, 1946

Epílogo

Nota de la autora

Agradecimientos

Créditos

9788417384678-2

Para mi madre,
con agradecimiento y amor

9788417384678-3

De hecho, las obras de arte son siempre el resultado de haber estado en peligro, de haber vivido una experiencia hasta el final, donde ya no cabe ir más allá.

RAINER MARIA RILKE

9788417384678-4

PRIMERA PARTE

9788417384678-5

Prólogo

Farley Farm, Sussex, Inglaterra, 1966

Calor de julio. Las lomas verdean tras las lluvias de la semana pasada y se elevan hacia el cielo como senos cubiertos de musgo. Desde las ventanas de su cocina, Lee Miller ve colinas en todas direcciones, un camino de grava recto... Muros de piedra construidos mucho antes de que ella llegase allí dividen el paisaje y mantienen las ovejas donde deben estar, paciendo reposadamente. Su marido, Roland, avanza con su bastón por el sendero de herradura. Lo acompañan dos de sus huéspedes y se detiene para señalarles una madriguera de topo donde podrían romperse un tobillo o una boñiga de vaca que para algunas visitas podría resultar demasiado rústica.

El parterre de hierbas aromáticas se halla junto a la cocina, a la máxima distancia que Lee está dispuesta a recorrer. Roland dejó de pedirle que se sumara a sus paseos cotidianos años atrás, cuando ella le dijo que no pensaba perder el tiempo triscando por las cuestas hasta que pusieran una acera en las colinas y la llenaran de cafés. Ha llegado a la conclusión de que Roland disfruta de ese rato que no pasa en su compañía, y lo mismo le ocurre a ella: cada vez que lo ve marcharse se afloja un poco la mano que le atenaza el cuello.

La cocina es la estancia de Farley Farm donde se siente más contenta. Feliz no, pero sí contenta. Allí no entra nadie sin que esté ella, y quien entrase no podría encontrar lo que estuviera buscando: los tarros de especias se sostienen precariamente en torres desiguales; hay ollas con diversos grados de suciedad que atestan la encimera y abarrotan el fregadero, hay aceiteras y vinagreras abiertas en los estantes. Pero Lee sabe dónde está cada cosa en cada momento, como lo sabía en su estudio; el desorden confunde a todos menos a ella. Cuando entraba en su cuarto del hotel Scribe, Dave Scherman, su compañero fotógrafo durante la guerra, siempre llevaba preparada una observación arrogante («Así que estás creando una instalación artística con latas de gasolina usadas, ¿eh, Lee?»). En su cocina se acuerda de él y se pregunta qué le diría ahora. Dave es uno de los pocos amigos de la época de la guerra que no han hecho el esfuerzo de venir a visitarla, y ella se alegra. La última vez que lo vio, cuando todos vivían aún en Londres, lo oyó decirle a Paul Éluard que ella había engordado, que ya no tenía la figura de antes y que no ser guapa la tenía irritada. Lo cual es falso, naturalmente: otras muchas cosas la irritan más que esa desconocida que la saluda cada mañana en el espejo con una cara regordeta sembrada de venitas reventadas.

Lee se formó en el Cordon Bleu hace unos años y casi todos los fines de semana cocina cenas de varios platos que después comenta en Vogue. Es la especialista en temas domésticos de esa revista. Antes de eso fue corresponsal de guerra, y antes, crítica de moda, y antes, modelo de portada. En 1927, un busto suyo, dibujado en estilo art déco, con un gorro de punto calado hasta los ojos como si fuera un casco, marcó el arranque de una nueva era modernista en la moda femenina. «Una carrera notable», dice siempre todo el mundo; Lee nunca habla de esa época.

Piensa en la revista Vogue porque esta noche acude a cenar Audrey Withers, su directora. Lo más probable es que vaya a despedirla y haya querido ir a Farley para hacerlo personalmente. Ella misma se habría despedido ya hace mucho, tras el vigésimo incumplimiento de un plazo o el enésimo artículo sobre cómo se debe agasajar a los invitados en una casa de campo. Audrey, no obstante, es una persona leal y también la única periodista de moda que intenta hablar a las mujeres de algo más importante que las últimas tendencias en trajes de noche. Otros invitados harán de parapetos: Bettina, amiga del matrimonio, y Seamus, conservador del Instituto de Artes Contemporáneas y mano derecha de Roland. Lee opina que Audrey no será capaz de despedirla delante de los amigos de Roland. A lo mejor se percata de cómo sería tenerla fuera de la revista, da la vuelta a la tortilla y encuentra la manera de conservarla dentro.

El menú de esta noche es una variante de otro que Lee ya sirvió anteriormente. Consta de diez platos: espárragos croûtes con salsa holandesa, brochetas de vieira con salsa bearnesa, chupitos de vichyssoise, penroses, quiche de salchichitas, pollo verde de Muddles Green, gorgonzola con nueces, faisán braseado a la cerveza, helado de jengibre y una bombe Alaska que se servirá flambeada tras atenuar las luces. Ya que no puede continuar trabajando para Audrey, la matará a base de mantequilla, nata y merengue impregnado de ron.

Cuando Lee informaba desde Leipzig y Normandía durante la guerra, Audrey era a menudo la única persona con quien establecía contacto. Le había enviado aquellas primeras fotos de Buchenwald y Audrey las había publ

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