Qué es el qué

Dave Eggers

Fragmento

PREFACIO

PREFACIO

Este libro es el sincero relato de mi vida: desde el momento en que me separaron de mi familia en Marial Bai, pasando por los trece años que permanecí en campos de refugiados de Kenia y Etiopía, hasta mis posteriores encuentros con las vibrantes culturas occidentales, en Atlanta y otros lugares.

A medida que vayáis leyendo el libro os enteraréis de los dos millones y medio de personas que han muerto en la guerra civil sudanesa. Yo era solo un niño cuando estalló la guerra. Como cualquier ser humano indefenso, sobreviví tras cruzar muchos parajes agotadores mientras las bombas de las fuerzas aéreas de Sudán caían a mi alrededor, esquivando las minas de tierra, perseguido por bestias salvajes y asesinos humanos. Me alimenté de frutos desconocidos, verduras, hojas, cadáveres de animales, y a veces pasé días sin probar bocado. En ciertos momentos las penalidades fueron insoportables. Me odié a mí mismo y traté de quitarme la vida. Muchos de mis amigos, y miles de mis compatriotas, no consiguieron salir con vida de esta lucha.

Este libro nació del deseo, por mi parte y por parte del autor, de conseguir que otros entiendan las atrocidades que muchos gobiernos sucesivos de Sudán han cometido antes y durante la guerra civil. A ese fin, y en el transcurso de varios años, relaté mi historia al autor oralmente. Después él dio forma a la novela, aproximándose a mi voz y usando los hechos básicos de mi vida como cimientos. Dado que muchos fragmentos son ficción, el resultado recibe el nombre de novela. No debería tomarse como la historia definitiva de la guerra civil de Sudán, ni de los sudaneses, ni siquiera de mi generación, conocida como la de los Niños Perdidos. Se trata simplemente de la historia de un hombre, contada desde un punto de vista subjetivo. Y aunque pertenece al territorio de la ficción, debería resaltarse que el mundo que he conocido no es tan distinto del que aparece reflejado en estas páginas. Vivimos en un momento en que los momentos más terribles de este libro podrían ocurrir, y en muchos casos ocurrieron.

Incluso en mis momentos más tristes, creí que algún día podría compartir mis experiencias con los lectores para evitar que estos errores lleguen a repetirse. Este libro es una forma de lucha, y mantiene mi espíritu vivo para luchar. Luchar significa fortalecer mi fe, mi esperanza y mi confianza en la humanidad. Gracias por leer este libro. Os deseo que paséis un buen día.

VALENTINO ACHAK DENG, Atlanta, 2006

LIBRO PRIMERO

LIBRO PRIMERO

1

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No tengo ningún motivo para no abrir la puerta, así que abro la puerta. No dispongo de mirilla para ver quién llama, así que la abro de par en par y ante mí aparece una afroamericana alta, de complexión robusta, algo mayor que yo, vestida con unas mallas de nailon rojo.

–¿Tiene teléfono, señor? –me dice en voz muy alta.

Su cara me resulta familiar. Estoy casi seguro de haberla visto en el aparcamiento hace una hora, cuando volvía de la tienda de platos precocinados. La vi en las escaleras y le sonreí. Le digo que tengo teléfono.

–Se me ha estropeado el coche –dice ella. A su espalda ya casi asoma la noche. Me he pasado la mayor parte de la tarde estudiando–. ¿Me deja usar el teléfono para llamar a la policía? –pregunta ella.

Aunque ignoro por qué quiere llamar a la policía si lo que necesita es un mecánico, accedo. Entra. Cuando me dispongo a cerrar la puerta, ella me lo impide.

–Será solo un segundo –añade.

Para mí no tiene ningún sentido dejar la puerta abierta, pero lo hago porque ella así lo quiere. Este país es más suyo que mío.

–¿Dónde está el teléfono? –pregunta.

Le digo que el teléfono está en mi habitación. Antes de que termine la frase, ella me ha apartado y se escabulle por el pasillo, cual susurrante fantasma de nailon. Se cierra la puerta de mi cuarto y luego oigo el pestillo. Se ha encerrado en mi habitación. Me dispongo a seguirla cuando oigo una voz a mi espalda.

–Quédate aquí, África.

Me giro y me encuentro con un afroamericano vestido con una enorme cazadora de béisbol de color azul pálido y tejanos. Apenas le veo la cara, que queda oculta bajo la gorra de béisbol, pero su mano sostiene algo a la altura de la cintura, como si necesitara aguantarse los pantalones.

–¿Viene con la señora? –pregunto. Todavía no entiendo nada y estoy enfadado.

–Tú limítate a sentarte, África –dice él, señalando el sofá con un gesto.

Me quedo de pie.

–¿Qué está haciendo en mi cuarto?

–He dicho que apoyes ese culo en el sofá –dice él, ahora en tono de amenaza.

Me siento y me enseña la culata de un revólver. Al parecer lo ha tenido en la mano durante todo este rato y yo habría debido saberlo. Ahora sé que soy víctima de un atraco y que preferiría estar en otra parte.

Es extraño, lo sé, pero en este momento pienso que me gustaría estar de regreso en Kakuma. En Kakuma no había lluvia, el viento soplaba nueve meses al año y ochenta mil refugiados procedentes de Sudán y otros lugares sobrevivían a base de una comida diaria. Pero en este instante, con la mujer encerrada en mi cuarto y sometido a la vigilancia de ese hombre armado, preferiría estar en Kakuma, donde vivía en una cabaña hecha de plástico y sacos de arena y mi única posesión eran unos pantalones. No estoy seguro de que en el campo de refugiados de Kakuma existiera esta clase de maldad, y quiero volver. O incluso a Pinyudo, el campo etíope donde viví antes de ir a Kakuma; allí no había nada, a lo sumo un par de comidas al día, pero disfrutaba de sus pequeños placeres: entonces yo no era más que un niño y podía olvidar que era un refugiado desnutrido que se hallaba a miles de kilómetros de casa. En cualquier caso, si esto es un castigo por el orgullo de querer salir de África, por alb

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