Así es como la pierdes

Junot Díaz

Fragmento

No soy un tipo malo. Sé cómo suena eso –defensivo, sin escrúpulos– pero no es así.

Soy como todo el mundo: débil, capaz de cualquier metedura de pata, pero básicamente buena gente. Sin embargo, Magdalena no lo ve así. Ella me considera el típico dominicano: un sucio, un perro. Sucede que, hace varios meses, cuando Magda todavía era mi novia, cuando yo no tenía que tener tanto cuidao con casi todo lo que hacía, le pegué cuernos con una jevita que tenía una montaña de pelo a lo freestyle, como en los años ochenta. No le dije nada a Magda, por supuesto. Tú sabes cómo es eso. Un huesito apestoso como ese, mejor enterrarlo en el patio de tu vida. Magda solo se enteró porque una amiguita suya le mandó una fokin carta. Y esa carta tenía detalles. Vainas que no le contarías a tus panas, ni aunque estuvieras borracho.

Y lo peor es que esa pendejada se había terminado hacía meses. Magda y yo habíamos recuperado nuestro flow. Ya la distancia entre nosotros de aquel invierno en el cual le pegué cuernos estaba vencida. Descongelada totalmente. Ella venía a mi apartamento y en lugar de hanguear –yo fumando, ella aburridísima– íbamos al cine. Y a diferentes lugares a comer. Hasta fuimos a ver una obra teatral en Crossroads y le tomé una foto con unos negros dramaturgos muy importantes, fotos en las que ella sonríe tanto que parece que esa bocata suya se va a desquiciar. Volvíamos a ser pareja otra vez. Visitábamos la familia los fines de semana. Desayunábamos en cafeterías de madrugada, cuando todavía nadie se había levantado, hurgábamos juntos por la biblioteca de New Brunswick, la que construyó Carnegie por remordimiento. Llevábamos un ritmo rico. Pero entonces llegó la carta y explotó como una granada de Star Trek, acabando con todo pasado, presente y futuro. De buenas a primeras sus padres me querían matar. No importaba que los hubiera ayudado con sus impuestos en los últimos dos años o que les cortara el césped. Su papá, quien me había tratado como a su propio hijo, ahora al contestar el teléfono me llama hijoeputa y suena como si se estuviera ahorcando con el cable del teléfono. No mereces que te hable en español, me dice. Veo a una de las amigas de Magda en el Woodbridge Mall –Claribel, la ecuatoriana con título de bióloga y ojos achinaos– y me trata como si me hubiera comío al hijo predilecto de alguien.

Mira, no quieras tú saber cómo reaccionó Magda. Fue como un choque de cinco trenes. Me tiró la carta de Cassandra –falló y fue a parar debajo de un Volvo– y entonces se sentó en la acera y empezó a hiperventilar. Oh, Dios, chilló. Oh, Dios.

Este es el momento en el cual mis panas dicen que lo hubieran rebatido todo con una Fokin Negación Total. ¿Cassandra quién? Pero yo estaba demasiao nervioso, no podía ni siquiera intentarlo. Me senté a su lado, le agarré los brazos, que ahora se movían como aspas de molino, y le dije alguna tontería como Magda, tienes que escucharme. O no vas a entender.

Déjame explicarte quién es Magda. Oriunda de Bergenline: bajita de boca grande, tremendas caderas y unos rizos negros en los cuales se te puede desaparecer la mano. Su papá es panadero, su mamá vende ropas de niño a domicilio. De pendeja no tiene na, pero también sabe perdonar. Católica. Me arrastraba a la misa en español los domingos, y cuando algún pariente está enfermo, especialmente los que siguen en Cuba, le escribe cartas a unas monjas en Pennsylvania para pedirles que recen por su familia. Ella es la nerd que conocen todas las bibliotecarias del pueblo, la maestra a quien todos los estudiantes adoran. Siempre dándome recortes de periódicos, vainas dominicanas. Nos veíamos todas las semanas, y aun así me enviaba mensajitos cursis por correo: Pa que no me olvides. No existe nadie peor con quien quedar mal que con Magda.

Mira, no te voy a aburrir contándote lo que pasó después que se enteró. Cómo le rogué, cómo me arrastré por encima de vidrios rotos, cómo le lloré. Vamos a dejarlo en que después de dos semanas de este drama, yendo hasta su casa, escribiéndole cartas y llamándola a todas horas de la noche, nos reconciliamos. No quiere decir que volví a cenar con su familia otra vez o que sus amigas lo celebraron, esas cabronas lo único que decían era: No, jamás, never. Ni la misma Magda estaba entusiasmada con la reconciliación al principio, pero yo tenía la fuerza del pasado de mi lado. Cuando ella me preguntaba: ¿Por qué no me dejas tranquila?, yo le decía la verdad: Porque te quiero, mami. Sé que esto parece una pendejada pero es verdad: Magda es mi corazón. No quería que me dejara; no me iba a poner a buscar novia nueva porque había metío la pata solo una fokin vez.

Pero no creas que fue fácil, porque no lo fue. Magda es terca. Cuando empezamos a salir, dijo que no se iba a acostar conmigo hasta que estuviéramos juntos por lo menos un mes, y la homegirl no se echó pa atrás, no importó cuánto traté de bajarle los pantis. Ella es sensible también. Asimila el dolor como el papel el agua. No te puedes imaginar cuántas veces me preguntó (especialmente después de rapar): ¿Me lo ibas a decir? Su otra pregunta favorita era ¿Por qué? Mis respuestas favoritas eran Sí y Fue una estupidez. No estaba pensando.

Por fin pudimos hablar sobre Cassandra, pero generalmente en la oscuridad, cuando no nos podíamos ver el uno al otro. Magda me preguntó si había querido a Cassandra y le dije que no. ¿Todavía piensas en ella? No. ¿Disfrutaste el sexo con ella? Para serte sincero, baby, fue fatal. Sé que decir esto nunca parece verdad pero en estas circunstancias hay que decirlo de todos modos, sin importar lo imbécil y falso que suene: hay que decirlo.

Así que por un tiempo después que volvimos, todo iba tan bien como podía esperarse.

Pero solo por un tiempito. Poco a poco, de manera casi imperceptible, mi Magda comenzó a convertirse en otra Magda. Y esta Magda no quería quedarse a dormir conmigo tanto como antes, o rascarme la espalda cuando se lo pedía. Es increíble de lo que te das cuenta. Por ejemplo, ella nunca me había pedido que la volviera a llamar cuando estaba al teléfono con otra gente. Yo siempre había sido la prioridad. Pero ya no. Por supuesto que les eché la culpa de toda esa pendejada a sus amigotas porque sabía que ellas todavía le estaban hablando mal de mí.

Ella no era la única con asesoramiento, mis panas me decían pal carajo con ella, no pierdas tiempo con esa jeva, pero cada vez que lo intentaba no podía. La verdad es que estaba bien asfixiao de Magda. Empecé a enfocarme en ella de nuevo, pero nada me daba resultado. Cada película que íbamos a ver, cada paseo en carro que dábamos, cada vez que ella se quedaba a dormir en mi casa, parecía confirmar algo negativo en mí. Sentía que me moría a grados, pero cuando traté de hablarle de eso me dijo que estaba paranoico.

Como al mes, empezó a cambiar de manera tal que de verdad le hubiera causado alarma a cualquier tíguere paranoico. Se cortó el pelo, empezó a comprar maquillaje de mejor marca, ropa nueva, y estaba de pachanga todos los viernes con sus amigas. Cuando le pido a ver si podemos hanguear, ya no estoy muy seguro de lo que me va a decir. Muchas veces me contesta casi de

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos