Corazón indomable (Trilogía Corazón 2)

Elena Montagud

Fragmento

cap-1

1

Apenas puedo mantener los ojos abiertos. Me empujan y trastabillo. Se me enreda un pie con otro y a punto estoy de comerme el suelo, que parece arenas movedizas. Se me escapa una carcajada de esas que va acompañada de una sonora pedorreta. Un par de pupilas oscuras me observan divertidas, con los párpados entornados. Aunque he perdido la mesura hace un par de horas, cuando la cuarta copa, cargadísima, me resbalaba garganta abajo, alzo la barbilla, muy digna, e interrumpo la risa hasta quedarme muy seria.

—¿Qué pasa? ¿Te parezco graciosa?

Vale. En mi cabeza he pronunciado esas palabras, aunque lo más probable es que de mi boca haya salido algo muy distinto.

—¿Perdona?

El chico se me acerca un poco más y arrima una oreja a mis labios. No se me ocurre otra cosa que darle un mordisquito en el lóbulo. Se aparta sacudiendo la cabeza, pero con una sonrisa que me convence de que mi atrevimiento le ha gustado.

—¡Que si te parezco graciosa! —chillo para hacerme oír por encima de la música. Esta vez logro pronunciar la frase entera y que, al menos, no tenga la impresión de que estoy hablándole en una extraña lengua indígena.

—Me pareces eso y mucho más, guapita —responde él agrandando la sonrisa.

—¿Como qué? —pregunto con la voz pastosa.

Mis ojos vuelven a descender en caída libre. Parpadeo. Los abro cuanto puedo y trato de centrar la mirada en el tío que tengo delante.

—¡Como que vas muy borracha! —grita.

Sus labios me hacen cosquillas en la oreja. Su mano, de manera disimulada, se ha apoyado en mi cintura.

—¿Qué te hace pensar eso? —Me llevo una palma al pecho en mi mejor imitación de una damisela ofendida.

—Pues que si no llego a sostenerte, aterrizas en el suelo. —Se aparta un poco para mirarme a la cara—. Eso… y que sujetas dos copas. —Me las señala con expresión risueña.

Bajo la vista y reparo en que es cierto. ¿Cuándo las he pedido? Ni me he enterado. Supongo que sí voy un poco ciega. Pero ¡la noche es joven y estoy pasándomelo en grande!

—¡Claro! —convengo con una sonrisa borrachuza—. Una es para ti. —Le tiendo la copa de balón y la toma con una ceja arqueada—. Es un gin-tonic, malpensado. No soy una pirada que echa drogas en las bebidas. —Realmente no sé si pronuncio todas las letras o me como la mitad, aunque él parece entenderme.

—¿Me lo juras?

A pesar de lo mal que voy, me doy perfecta cuenta de que el tío ha empezado a coquetear conmigo. Tampoco es que yo esté comportándome como una mojigata. Doy un gran trago a mi gin-tonic y suelto un gemido de placer con los ojos cerrados.

—¿Con quién has venido? —me pregunta.

—No lo sé. —Me encojo de hombros.

—¿Cómo que no lo sabes?

Me acompañan Begoña y Sebas, pero los he perdido de vista en algún momento de la noche. En realidad, he sido yo quien ha hecho todo lo posible por quedarme sola y que dejaran de darme el coñazo con que estoy bebiendo demasiado. Venga ya, como si ellos no le dieran al alpiste.

—¿Y tú?

Alguien me da un empujón y choco contra el chico, con lo que su copa se derrama sobre mi brazo desnudo. Se me escapa otra carcajada. Hay que ver, cuando vas borracha todo te parece gracioso.

—Con unos amigos —responde, y señala con el dedo índice hacia atrás.

Asiento con la cabeza y vuelvo a beber. Me oculto tras la copa para observarlo, aunque lo cierto es que todo lo veo un pelín borroso… No está mal. No es que sea un tío guapísimo con un cuerpo ideal, pero pasa del aprobado; de hecho, hasta se merece un notable. Tiene el pelo muy negro y corto y una sonrisa atractiva.

—¿Cómo te llamas? —quiere saber. De nuevo, sus dedos están rozando mi cintura.

—¿Qué nombre crees que me pega? —Ladeo la cabeza, juguetona.

—Amanda.

—¿Amanda? —Arrugo el entrecejo.

—Significa la que debe ser amada.

—¡Vaya! Eres todo un donjuán. ¿Te has ligado a alguna novicia?

—No me van mucho las monjas —dice siguiéndome el juego.

Justo ahora empieza a sonar una canción que este verano estaba de moda. Es una de esas con una letra subida de tono para bailar muy juntos. J. Balvin y su Ginza caldean el ambiente de la discoteca. Las tías que se hallan a mi lado chillan y se ponen a bailar como locas. Mi acompañante les lanza unas cuantas miradas en absoluto disimuladas. Ni de coña esas pelanduscas van a levantármelo. Bueno, no es que haya pensado nada cochino con él. Aún no.

—«Si necesitas reguetón, dale. Sigue bailando, mami, no pares. Acércate a mi pantalón, dale. Vamos a pegarnos como animales» —canto.

Me aproximo a él con un vaivén de caderas. Aparta la vista de las otras y de inmediato la posa en mí. Apoyo una mano en su hombro mientras alzo la otra por encima de la cabeza. Me atrapa de las caderas y me acerca a su pantalón, tal como indica la canción. Suelto un grito animado al comprobar que está dispuesto a proseguir con el juego.

—«Y hoy yo estoy aquí imaginando. Sexy baila y me deja con las ganas…» —canto a voz en cuello.

Con un movimiento de lo más sensual me doy la vuelta y pego el trasero a la cremallera de sus vaqueros. El tío tampoco se corta ni un pelo. Me desliza la mano desde la cadera hasta el vientre y me aprieta aún más contra él. A los pocos segundos de frotamiento nada disimulado, su erección me saluda. Sonrío y continúo bailoteando. La falda de mi vestido se contonea a mi ritmo. Su otra mano (por cierto, ¿dónde ha dejado la copa que le he regalado?) me roza las medias a medio muslo. Noto su respiración, un poco agitada, junto a mi oído.

Muevo las caderas y el trasero. En este momento, con todo el alcohol que llevo en vena, ni me planteo cómo nos verán los demás. Supongo que como la típica pareja salida de discoteca que parece estar a punto de darse un revolcón en el suelo.

Cierro los ojos y me dejo llevar por el ritmo caliente de la canción. La mano que tengo en el vientre me echa hacia atrás y me acerca aún más a un cuerpo que está mucho más macizo de lo que había imaginado. Bajo y subo después con el trasero pegado a su entrepierna, cómo no, que ahora ya está más dura que la de Nacho Vidal en su mejor época.

Tira de mí hacia atrás bailando hasta alejarme del gentío y llevarme a un rincón apartado donde un par de parejas que quizá acaban de conocerse, como nosotros, están dándose el lote de lo lindo.

Repito el movimiento de caderas. Bien prieto contra mi culo. Su mano ya no está en el centro de mi vientre, sino más abajo, mientras que la otra se acerca con disimulo a la parte alta de mi muslo. Me acaricia con la nariz el lóbulo de la oreja. Esta noche voy a tener compañía.

Me zafo de él, me doy la vuelta y me quedo mirándolo con esa expresión de: «¿Estás preparado para todo lo que se te viene encima, chato?». No parece dudar ni un instante en su respuesta porque me atrapa de las manos y vuelve a pegarme a su cuerpo. Solo es unos centímetros más alto que yo, de manera que su erección choca contra la fina tela de mi vestido. Antes de que se enganche a mis labios, ya tengo la boca entreabierta. Su lengua se me introduce sin escrúpulos. Ambos sabemos a alcohol, y eso me e

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