Las chicas que soñaban con el mar

Katia Bernardi

Fragmento

cap

A Caterina Luna,

mi Niña Maravilla

de rizos de oro.

A Davide,

por ese mundo al alcance,

por dos insignias de exploradores,

por nuestro cinco de agosto.

A mi madre, Grazia,

y a mi padre, Sergio,

el Trentino del Año

de todos los años de mi vida.

A Bernie, el perro volador,

y a la extraordinaria compañía

del gorro amarillo, por todas

las aventuras que viviremos juntos.

A un papá estrella

que allá arriba, «over the rainbow»,

nos da las buenas noches todos los días,

excepto aquellos

en los que se va a dormir antes que los demás.

Lo sabemos porque se le oye roncar.

A todas las Funne de Daone,

porque los sueños no tienen edad

y, ciertamente, nunca es demasiado tarde.

Esta historia está un poco de este lado y un poco del otro,

entre el paraíso y el camposanto, allí,

al fondo a la derecha, al final del camino

de baldosas amarillas, justo debajo del cartel donde se lee «Cuentos».

cap-1

Prólogo

Una mañana de verano,

hacia finales de julio

Érase una vez un pequeño valle perdido entre las montañas. Uno de esos valles salvajes con altas cumbres y paredes de hielo, embalses imponentes y lagos profundos de agua cristalina donde, de cuando en cuando, se veían también algunos peces.

Era un valle tan agreste que poquísimos turistas habían llegado hasta el lugar. Solo algunos aventureros se habían adentrado en él, porque, según contaba una leyenda, en el interior de aquellas montañas heladas se hallaban custodiados los sueños de las almas buenas.

Precisamente allí, muy cerca del primer lago, a la derecha, junto a la ermita donde se encontraba la imagen de la Virgen de las Nieves, había un pasaje secreto que conducía hacia el interior de la montaña. Siempre había permanecido cerrado a causa de las copiosas nevadas, pero aquel verano extraordinariamente caluroso dejó el acceso al descubierto.

Algunos de aquellos aventureros juraron entonces haber visto a un grupo de mujeres internarse en ese pasaje secreto.

Y justo aquí es donde comienza nuestra historia.

La historia de las Funne, de su viaje y de su sueño. Una mañana de aquel verano, hacia finales de julio.

cap-2

AGOSTO

cap-3

1

El Rododendro

Aquella mañana de agosto la temperatura exterior era de veinte grados. Aunque fuese verano, allí arriba siempre hacía un poco de frío.

Como todos los miércoles a esas horas, en Daone, un pueblecito de quinientas ochenta y ocho almas que se extendía al fondo del valle salvaje, no había mucho que hacer. Las personas vivían tranquilas en aquel lugar que parecía suspendido en el tiempo y el espacio.

Era un pueblo con pocos habitantes y muy tranquilo, donde la vida transcurría a un ritmo calmoso y rutinario.

Como todos los miércoles, Marcello, el carnicero, elaboraba sus famosas salchichas; en la panadería se repartían las licencias de pesca deportiva; en la tienda de comestibles se exponían las ofertas de la semana; en la peluquería, Sonia marcaba el pelo a Vitalina; y Valeria, la cocinera del restaurante El valle, preparaba su famoso costillar de ciervo con salsa de arándanos rojos.

Y, como todos los miércoles, el silencio y la parsimonia solo se veían interrumpidos por el sonido de algunos números que alguien recitaba: «Doce, cuatro, treinta y dos, setenta y siete».

A los aventureros que se habían adentrado en el valle y a cualquier otro que hubiese querido orientarse en Daone les habría bastado seguir la estela sonora de esos números para llegar al edificio del ayuntamiento, el centro espacial del pueblo y donde estaba la sede del club de jubilados Rododendro, a su vez el corazón de nuestra historia.

Daone tenía, en realidad, cuatro centros neurálgicos: la iglesia, a cargo del severo padre Artemio; el cementerio y el campanario, que controlaba Carletto, el sacristán; el restaurante El valle, con Valeria, la cocinera, al mando; y el mencionado Rododendro, a cuyo frente estaba Erminia Losa, presidenta plurielecta, mujer de puño de hierro y líder indiscutible del club de jubilados del pueblo.

El Rododendro, cuyo distintivo era una violeta de los Alpes de una tonalidad muy intensa, llevaba ya veinte años de actividad a sus espaldas y contaba con ciento veinticinco socios, la mayoría de ellos mujeres. Pasatiempos principales: brisca, bingo y baile liscio, acompañados de un generoso consumo de cedrata en verano y de chocolate caliente en invierno. Acontecimientos estelares: la comida de hermandad anual y la excursión. La anhelada excursión.

Dos veces por semana, los miércoles y los domingos, desde las dos hasta las seis de la tarde (después había que preparar la cena), a lo largo de trescientos días al año (el club se tomaba vacaciones de vez en cuando), las socias, cuya edad oscilaba entre los sesenta y ocho y los noventa y dos años, se reunían en la gran sala que el ayuntamiento había puesto a su disposición. Además de una enorme mesa de madera maciza en forma de herradura, había en ella un mural que reproducía la gran montaña del valle al pie de la cual estaba el embalse de Bissina, además de barajas, un televisor y una radio, así como una pequeña despensa-bar en la sala contigua.

Quizá resulte de interés saber que, además de la cedrata y el chocolate, en el estante de abajo, a la derecha, había también unas cuantas botellas de buen vino local, si bien estaban reservadas para las socias más antiguas.

Aquel miércoles de agosto la timbrada voz de Armida, a quien las mujeres del Rododendro habían elegido para cantar los números del bingo, creaba una atmósfera ligera y chispeante.

Armida Brisaghella, de setenta y ocho años y con un cuerpo que, curiosamente, recordaba la forma de una tarta Mont Blanc, tenía a todas las reunidas pendientes de su cristalino timbre de su voz y su dicción clara y pausada. Junto con las lecturas en la iglesia, era cuanto le qu

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos