Un probador llamado Deseo

Eugenia Moreno
Pilar Parets

Fragmento

Noviembre de 2019

Noviembre de 2019

—Se procede a recoger la declaración de la detenida. Señora Morales, la invito a aprovechar esta oportunidad para explicar a la sala su implicación en los delitos que tuvieron lugar en... Aquí dice... en el probador de la tienda donde usted trabaja.

—Muchísimas gracias, señora jueza.

—Por favor, diríjase a mí como Su Señoría.

—Sí, disculpe. Su Señoría, gracias por darme la oportunidad de explicarme. Usted es mujer, como yo, y cuando le cuente lo que ha pasado, creo que podrá enten...

—Señora Morales, no utilice la sororidad para persuadirme. Y ahora siga. La escucho atentamente. ¿Qué es eso que como mujer podré entender?

—No pretendía ofenderla, Su Señoría. Solo trataba de decir que cuando oiga mi versión verá que nunca... Yo... Lo único que quería era recuperar la alegría de vivir y compartirla con otras mujeres que también la necesitan. El probador era un lugar donde esas mujeres podían sentirse deseadas y liberarse de prejuicios, de miedos, y recuperar la relación más importante, con ellas mismas. Su Señoría, le puedo asegurar que muchas mujeres recobraron su...

—Me tiene perpleja a la par que fascinada cómo ha podido mezclar en un mismo discurso delitos, amor propio y pizcas de feminismo. Prosiga, la escucho...

—¿Cómo se lo diría? Todo empezó con un intenso y profundo deseo de recuperar mi amor propio. Créame, Su Señoría, es lo único que pasó.

Enero de 2019

Enero de 2019

Puedo afirmar con orgullo y satisfacción que tengo un empleo en la tienda más bonita de la isla, y que este me ha regalado momentos preciosos. Trabajar en una tienda de ropa requiere una gran organización. Pero sobre todo lo que se necesita es amor, amor por las telas.

Al llegar enero solemos dejar a un lado el agotamiento de las ventas navideñas, con un breve descanso gracias a los festivos nacionales. En la primera semana del año, mientras millones de niños abren sus regalos de Reyes, en la tienda nos ocupamos de colocar las prendas por familias, para luego exponer la ropa de saldo. Esta comprende, por ejemplo, desde prendas de la temporada anterior que no se han vendido hasta la devolución del abrigo que se puso alguna clienta en la fiesta de fin de año y que quiere volver a comprar a mitad de precio. Debo reconocer que eso me fastidia. Pero tengo que hacerme la tonta y cobrarle el abrigo al precio rebajado.

La verdad es que después de más de una década trabajando en el sector todavía no entiendo cómo pueden organizarse tantas clientas para venir a la tienda el primer día de rebajas con el objetivo de devolver abrigos de terciopelo y astracán que compraron durante la campaña de Navidad. Si al menos lo hicieran con inteligencia... Pero es que además traen los bolsillos llenos de confeti y clínex con carmín. Cada vez que alguna clienta entra por la puerta con ese tipo de devoluciones, le suplico a la encargada con la mirada que no la admita. Pero a ella le da igual. Claro, no siente el mismo amor y lealtad que yo por la empresa.

Y es que, por detestar, detesto también a esas clientas que solo compran cuando la ropa marca los últimos precios de saldo y las etiquetas acumulan hasta seis pegatinas con distintos precios. Te diré que muchas de ellas, las más pijas, las que llevan bolsos de marca con el asa destrozada y que van de «la esposa de», suelo encontrármelas después en el súper Las Vegas y veo que llevan los carritos de la compra llenos de patatas y nuggets congelados.

Ay, es que en rebajas lo único que me chifla es venderlo todo para recibir las primeras pinceladas de la nueva colección y dejar atrás el punto gordo de lana shetland y el cashmere. Y también las franelas, que jamás recomiendo, pues lo que me fascinan, me FAS-CI-NAN, son esos tejidos livianos como las sedas, las gasas y el más preciado para mí: el lino. Cuántas levitas y vestidos de lino he vendido en esos probadores... Cuántas mujeres antes no se atrevían a vestir de blanco, pues tenían instalado en su cerebro el mito de que el blanco realza las imperfecciones, y después de mi sesión de «linoterapia» salían de la tienda con cuatro prendas de ese color. ¿Que cómo lo conseguía? Pues verás... Me inventaba historias acerca de las propiedades curativas de mi queridísimo lino. Una vez escuché contar a no sé quién que, en la Antigüedad, el lino curaba las heridas a los leprosos. Y me vine arriba, cambié el diagnóstico y empecé a contar a las clientas que el lino se usaba para eliminar la celulitis. Mentí, sí. Pero, dime, ¿qué hay de malo en exagerar y contribuir a que una mujer se ame y se sienta divina?

1. Punto de partida

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Punto de partida

«¿Cómo han podido pasar quince años sin que te des cuenta?», se preguntó Jimena mientras observaba con recelo el reflejo que le devolvía el espejo del ascensor. A su espalda, sus compañeras Celia y Sofía bromeaban y reían ajenas a la enésima crisis existencial de su compañera que solo alcanzaba a oír «depilación», «masaje», «oferta» y «helado de vainilla». Por suerte para Jimena, el trayecto desde la tienda hasta el sótano donde estaban los vestidores era de apenas unos cinco segundos, y sus compañeras no percibieron su malestar. «¡Dichoso espejo!». Lo detestaba, pero sobre todo odiaba la imposibilidad de caer en la tentación de observarse. «No deberías mirarte cuando terminas el turno. Siempre te verás agotada», siguió regañándose.

Solía hacerlo mucho lo de hablarse a sí misma. Era su manera de animarse o de juzgarse, que para el caso era casi lo mismo, pues lo que pretendía era tirar pa’lante. Incluso podía llegar a mantener diálogos consigo misma durante horas y no aburrirse. Dicen que una tiene que quererse porque eres la única persona con la que estarás toda tu vida, pero Jimena siempre añadía a esa frase que una mujer, sobre todo, tiene que pasárselo bien sola. «¡Qué horror llegar a aburrirte de tu propia compañía!».

La campanilla del ascen

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