El origen de la hidra

Charlie Becerra

Fragmento

Indice

Índice

  • Portadilla
  • Dedicatoria
  • Epígrafe
  • Nota del autor
  • Prólogo. Una bestia que ronda
  • Primera parte: Una guarida para el monstruo
    • Las primeras hormigas
    • Las nuevas reglas del juego
    • Las cabezas se multiplican
    • Tierra de clanes
  • Segunda parte: El desalentador oficio de cortar cabezas
    • Tinta roja
    • El sheriff
    • Casos complejos
    • Sirius
  • Tercera parte: La ausencia del héroe
    • Lo que esconde el carbón
    • Narcos del norte
    • Cuando el sol lame la tierra
  • Agradecimientos
  • Notas y bibliografía
  • Sobre este libro
  • Sobre el autor
  • Créditos
Dedicatoria

A Gracia y Paula, mis chicas,

para que cuando lean este libro

se haya convertido en ficción.

A Nélida Sánchez Cubas, valor y fe.

Epigrafe

El destino de los reptiles es devorarse unos a otros.

FIÓDOR DOSTOIEVSKI, Los hermanos Karamázov

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Nota del autor

Algunos nombres, lugares y fechas presentes en este libro fueron cambiados para proteger la integridad de los testigos y policías que participaron en las capturas que aquí se narran. Muchos de los cómplices de los criminales siguen libres. Puede que los odios y juramentos de venganza estén aún demasiado frescos.

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Prólogo

Una bestia que ronda

A mi tío lo mataron por una deuda que no pudo saldar, una deuda que tenía con la persona equivocada.

Todos le decían Coco y era el primo hermano de mi madre. Moreno, hombros amplios como un ropero, su voz rasposa le salía del pecho como si hablara a través de un tubo. Saludaba a las mujeres de la familia dándoles un beso en la cima de la cabeza, tal como lo hacía con su hijo pequeño, de once años cuando Coco murió. Ídolo de la selección de su colegio, a los diecinueve años el Sport Boys lo invitó a viajar a Lima para formarlo como defensa. La falta de dinero y de apoyo impidió que su sueño de dedicarse al fútbol se cumpliera, y tuvo que volver a Trujillo, la ciudad de la costa norteña donde había nacido. Años más tarde inició su carrera como cocinero. Logró propuestas de un par de restaurantes que querían llevarlo a Mistura en calidad de plato fuerte para la edición de la feria de 2016, debido a la sazón que le brotaba naturalmente de las manos. Debido al miserable sueldo que recibía, Coco barajaba la posibilidad de abrir un local propio. Un restaurante de parrillas, nada fastuoso, pero suyo. Estas, como tantas otras oportunidades que le salieron al paso, fueron enterradas junto con él en el cementerio de Miraflores una tarde de noviembre de 2015. Coco tenía treinta y nueve años.

Cinco días antes, a las nueve de la mañana, de camino al local de comida criolla donde aún trabajaba, Coco fue interceptado por dos sujetos en una moto a pocos metros de la casa de su padre donde había pasado la noche. Sus amigos y familiares dicen que, sin la ayuda de pistolas, los sicarios no hubieran logrado reducirlo. Coco era conocido en el barrio porque era imposible tumbarlo a mano limpia. Con armas y todo, mi tío habría podido con ambos sin problemas.

Ese día, sin embargo, aquellos sujetos lo obligaron a besar la vereda, lo registraron y luego, sin dejar de apuntarle a la cabeza, le ordenaron subirse a la moto. Salieron de la ciudad rumbo al distrito de Moche, a unos diez kilómetros al sur de Trujillo. Allí lo encerraron en una casa prefabricada a la mitad de una chacra, donde en los minutos siguientes lo golpearían y torturarían hasta que respondiera una pregunta: ¿dónde estaba el resto del dinero que debía? Su respuesta zanjó su destino. No tenía tal dinero.

Después de intentar estrangularlo como último recurso, los sicarios contratados por el acreedor de Coco se rindieron. No iban a obtener la respuesta que querían. Como vieron que se les había pasado la mano —Coco se desangraba y si fallecía nadie podría sacarle el dinero—, lo subieron a un auto para llevarlo de vuelta a Trujillo y dejarlo en un hospital. En la carretera unos policías detuvieron a los sicarios, pero estos convencieron a los agentes de que acababan de toparse con mi tío que agonizaba en el asiento trasero, y que solo querían era ayudarlo. Los policías anotaron los datos de ambos sujetos y, desde ese punto, se encargaron de llevar a Coco hasta el hospital. Tres días más tarde, luego de buscarlo por toda la ciudad, el padre y la hermana de Coco encontrarían su cuerpo en la morgue. Era un N.N.

Por supuesto, los datos que los sicarios dieron a la Policía —y que durante la intervención en la carretera ningún agente verificó— eran falsos. La placa del auto correspondía a la de uno robado. Un amigo cercano de Coco reveló a la familia el nombre de su acreedor, quien antes había sido su jefe en otro restaurante. Al ir a buscarlo, la hermana de Coco supo que el mismo día en que mi tío ingresaba al hospital, aquel sujeto salía del país rumbo a Chile.

Pero ¿cuánto era lo que Coco le debía? ¿Por cuánto dinero lo mataron? Menos de lo que cuesta un celular o una joya de plata o un par de zapatillas o un reloj o un televisor pantalla plana o quizás, si es que hay suerte, el premio habitual de un cartón de lotería para raspar. A mi tío lo mataron por quinientos soles, unos ciento cincuenta dólares.

La mue

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