Más allá del tiempo

David Grossman

Fragmento

EL CRONISTA: Sentados y cenando el rostro del hombre se transforma de repente. Con un gesto brusco aparta el plato que tiene delante. Un tintineo de cuchillos y tenedores. Se levanta, se queda de pie y parece no saber dónde está. La mujer se remueve en su silla. La mirada de él revolotea alrededor de la mujer sin terminar de posarse, y ella —que ya se ha visto sacudida por la desgracia— lo nota enseguida, aquí está otra vez, ya me está tocando los labios con sus fríos dedos. ¿Pero qué te pasa?, le susurra con los ojos, y el hombre la mira atónito –

—Tengo que irme.

—¿Adónde?

—A donde él está.

—¿Adónde?

—A donde él está, allí.

—¿Al lugar en el que todo pasó?

—No, no. Allí.

—¿Dónde es allí?

—No lo sé.

—Me asustas.

—Solo para volver a verlo un momento.

—¿Pero qué vas a ver, ahora? ¿Qué más hay que ver?

—¿Y si allí fuera posible verse? ¿Y si hasta pudiera hablar con él?

—¿¡Hablar!?

EL CRONISTA: Ahora los dos se recobran, despiertan.

—Tu voz.

—Me ha vuelto. También la tuya.

—He echado tanto de menos tu voz.

—Ya creía que nosotros…, que nunca más –

—Más que mi voz, echaba de menos la tuya.

—¿Pero qué es eso de allí, dime? ¡Ese lugar no existe, no hay un allí!

—Si se va allí, es que hay un allí.

—Y no se vuelve, nadie ha vuelto todavía.

—Porque solo han ido los muertos.

—¿Y tú, cómo piensas ir tú?

—Yo iré vivo.

—Y no volverás.

—Quizá esté esperando que yo vaya.

—Él no. Hace ya cinco años que no es más que un no y otro no.

—Puede que no haya entendido que renunciáramos a él así, sin más, al instante, desde el mismo momento en que nos avisaron…

—Mírame. Mírame a los ojos. ¿Qué nos estás haciendo? Soy yo, ¿lo ves? Somos nosotros, nosotros dos. Esta es nuestra casa. La cocina. Ven, siéntate. Te voy a servir un poco de sopa.

HOMBRE:

Que bien se está –

se está tan bien –

qué bonita

la cocina

en este momento,

contigo sirviendo la sopa

y este calorcito que hace aquí, con el vapor

empañando el cristal de la ventana,

tan frío –

EL CRONISTA: Puede que sea por los largos años de silencio por lo que la voz del hombre es ronca y se apaga en un susurro. No aparta la vista de la mujer. Tanto la mira, que a ella le tiembla la mano.

HOMBRE:

Y lo más bonito de todo son tus brazos,

tan redonditos y suaves.

La vida está aquí,

cariño,

por un momento lo he olvidado:

la vida está en el lugar

en el que tú estás

sirviendo la sopa

en el círculo de luz.

Has hecho bien en recordármelo:

nosotros estamos aquí

él está allí,

y hay un lindero-mundo-eterno

entre el aquí

y el allí.

Por un momento lo había olvidado –

Nosotros estamos aquí

y él –

¡Pero así no se puede seguir

no se puede!

MUJER:

Mírame. No,

no con esa mirada

vacía.

Detente.

Vuelve conmigo, con nosotros,

vuelve. Con lo fácil

que es refugiarnos

en el círculo

de luz de la lámpara, en estos brazos

tan suaves,

en el hecho de pensar que hemos vuelto

a la vida

y que el tiempo,

a pesar de todo,

nos viene aplicando sus finas

cataplasmas –

HOMBRE:

No, así ya no se puede

seguir,

no puede ser

que nosotros,

que el sol,

que los relojes, las tiendas,

que la luna,

las parejas,

que los árboles en los campos

verdeen, que la sangre corra

por las venas,

que haya primavera y otoño,

que la gente

siga como si nada, cándidamente,

que el «porque sí» más natural

exista en el mundo.

Que los hijos

de los demás,

que su luz,

que su calor –

MUJER:

Cuidado,

estás diciendo

unas cosas…

Son tan finas

las telarañas –

HOMBRE:

Era de noche, unas personas vinieron

con la noticia

en la boca.

Habían recorrido un largo camino

guardando un silencio grave,

y puede que fuera precisamente por eso

por lo que la probaron, por lo que la lamieron

a hurtadillas.

Asombrados como niños

se dieron entonces cuenta de que se puede llevar

la muerte en la boca como

si fuera un caramelo

envenenado contra el que ellos, milagrosamente,

estaban inmunizados.

Les abrimos la puerta,

esta misma, aquí es donde estábamos,

tú y yo,

hombro con hombro,

ellos

en el umbral

y nosotros

frente a ellos,

ellos

compasivos,

comedidos,

y callados,

allí de pie

insuflándonos

el hálito de

los muertos.

MUJER:

Se hizo un silencio espantoso.

Nos envolvían unas lenguas de fuego

frío que nos lamían. Dije:

lo sabía, sabía que esta noche

vendríais. Pensé:

ven, caos.

HOMBRE:

Desde algún lugar remoto

te oí:

no temáis, dijiste,

cuando nació

no grité, así que tampoco ahora

voy a gritar.

MUJER:

Nuestra vida anterior

siguió

brotando en nosotros

durante unos instantes más.

La manera de hablar,

los gestos,

la expresión del rostro –

HOMBRE Y MUJER:

Ahora,

por un momento,

nos quedamos ensimismados.

Los dos callamos

las mismas palabras.

No es a él

a quien lloramos

en este momento –

a la sinfonía de nuestra vida

anterior

es a la que lloramos, a lo maravillosamente

sencillo que era todo, a la

liviandad, al

rostro

terso y sin arrugas.

MUJER:

Pero nos prometimos el uno al otro,

lo juramos,

que seguiríamos existiendo, que sufriríamos

su ausencia, que lo añoraríamos

pero que viviríamos.

¿Entonces, qué es lo que ha pasado ahora?

¿Qué es lo que ha pasado, de repente,

para que lo desgarres todo

de esta manera?

HOMBRE:

Después de aquella noche

vino un hombre desconocido, que, sujetándome

por los hombros, me dijo: pon a salvo

lo que queda.

Lucha, intenta sanar.

Mírala a los ojos,

aférrate a los ojos de ella,

constantemente –

no te sueltes.

MUJER:

No vuelvas allí,

a aquellos días, no

vuelvas,

no eches la vista

atrás –

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