Altar

Catherine Lacey

Fragmento

libro-4

 

Si alguna vez te encuentras en la necesidad —y espero que no te veas nunca en esa necesidad, pero quién sabe— de dormir, si un día sientes tanto cansancio que ya no notas más que el peso animal de los huesos y caminas por una carretera oscura a solas y no sabes cuánto tiempo llevas caminando y te miras las manos, y no las reconoces, y captas un reflejo en las ventanas oscurecidas, y no reconoces el reflejo y tu única certeza es el deseo de dormir, y lo único que tienes es la falta de un lugar donde dormir, te sugiero una cosa: busca una iglesia.

Lo que sé de las iglesias es que normalmente tienen muchas puertas y, cuando cae la noche, al menos una de esas puertas suele quedarse abierta. La razón por la que las iglesias tienen tantas puertas es porque la gente entra y sale de ellas en tropel, con prisa. Parece que la gente tiene muchas razones para entrar en las iglesias, y puede que más para salir de ellas, pero el único motivo por el que he pisado una ha sido para dormir. Las razones por las que he salido de una iglesia han sido para evitar que me pillasen durmiendo o porque ya me habían pillado y me habían pedido que me marchase. Si mal no recuerdo, esas han sido, aunque últimamente ando mal de memoria. Me marché de alguna parte, eché a andar, dormí en muchas iglesias y luego sucedió todo lo demás: hasta ahí sé.

No me parecen tan magníficas; las iglesias, digo. No me parece que sean para nada magníficas. Aunque no me refiero a eso cuando te digo que puedes refugiarte en una para dormir si te vence el sueño. No estoy hablando de la misericordia o de la liberación; en verdad, no se puede hablar de esas cosas. A lo que me refiero es a que una iglesia es una estructura con muros y un tejado y bonitas vidrieras que evitan que puedas ver el exterior. En ese sentido, son como casinos o centros comerciales, o esos grandes supermercados con incontables pasillos, música que sale de alguna parte; la infinita búsqueda de lo definitivo.

Pero una iglesia también es un edificio, a menudo robusto, y puede poner distancia con el exterior y cuando el exterior está lejos, puedes conciliar el sueño. Parece que todo el mundo necesita dormir, pero algo que parece que no todo el mundo tiene cuando lo necesita es un lugar para dormir o suficiente tiempo para ir a un sitio donde poder dormir, así que: una iglesia. Tal vez una iglesia te solvente el problema o quizá te lo haya solventado en algún momento.

Durante un tiempo, solo dormía en iglesias. Algunas noches me aventuré a dormir en un bosque o en baños públicos o detrás de una gasolinera, eché un par de buenas cabezadas en un cementerio, pero el único sitio donde realmente pude descansar del tirón fue en las iglesias. Desde entonces, no tengo claro si me he dormido del todo o si me he despertado. Los días y las noches se enmarañan. A veces pienso que quizá le esté escribiendo una carta al sueño, que quizá le esté preguntando si se acuerda de mí, si pretende volver. No he recibido noticias suyas, del hermano de la muerte. Llevo tiempo sin entrar en una iglesia.

Las iglesias grandes, ahí es donde merece la pena entrar si necesitas dormir. Las grandes tienen más puertas que pueden haberse dejado abiertas y más espacios oscuros entre las alas, pasillos, parques, gimnasios y una cocina o dos, y a veces incluso tienen una capillita al lado de la grande y la capillita suele estar abierta. Además, la gente que entra en una iglesia grande suele ser de lo más variopinta, por lo que no se pondrán de acuerdo en nada en particular; así, si te pillan durmiendo, quien te encuentre probablemente no tenga muy claro cómo actuar para librarse de ti (si llamar a la policía o al cura, si darte algo o quitarte algo) y cuando la gente no sabe muy bien qué hacer, es fácil escapar. Lo he hecho un sinfín de veces. Parece que las personas que pertenecen a la congregación de una iglesia grande —tan espaciosa, con tantas alas— quisieran delegar la fe en ella. Pero no deja de ser un edificio. No tiene pensamientos. Es ladrillo y vidrio. Si esa gente pasase una noche en una iglesia, lo entenderían.

No sé cómo acabé aquí.

Es como si el tiempo estuviera en otra parte y lo único que veo no fuera el presente, sino el futuro, uno de los futuros posibles, y en cierto modo el presente está en algún lugar del pasado que no puedo alcanzar y aquí estoy, viviendo en cierto futuro. Llevo un cuerpo colgado, me transporta, pero no sé si me pertenece y, aunque los viese, no sería capaz de reconocer mis propios ojos.

Ahora que nunca duermo, a menudo pienso en cómo la vida te guiña el ojo al despertar. Echo de menos uno de esos comienzos, que te brinden otro día, tomar otro día, algo que es tuyo y solo tuyo, solo tuyo y de cualquier otra persona.

Si al final consigues conciliar el sueño en una iglesia, verás lo agradable que es despertarse allí. Casi te hará creer en Dios si no crees en Dios y, si ya eres creyente, será como una palmadita en la espalda de lo más reconfortante. Tiene que ser reconfortante que te den una palmadita en la espalda, caminar siempre con la compañía de esas dulces y constantes palmaditas.

libro-5

 

En el baño de una gasolinera —orines en el suelo, máquina de tampones, urinario, un cubículo abierto—, cerré la puerta y me desnudé para echarme agua por encima.

En un espejo resquebrajado vi estas piernas, vi estos brazos. Cerré los ojos e intenté recordar aquel cuerpo, pero con los párpados cerrados la mente no vio nada, no pudo recordar en qué vivía. Abrí los ojos de nuevo: vi este cuerpo. Quizá más ancho en algunas partes, más estrecho en otras; algunas, blandas; otras, firmes, y donde se unían las piernas había algo que sabía que tenía que proteger, pero no tenía claro por qué.

Cuando me volví a vestir, todo recuerdo de lo que era o es este cuerpo desapareció bajo la ropa. Será que —sea lo que sea yo— estoy en el lecho de una canoa, me tumbo, miro al cielo. Incapaz de levantarme o moverme. No recuerdo haberme metido en la canoa. A veces oigo a gente hablarle al pasar como si no se dieran cuenta de que estoy dentro. Sí, justo, esa es la sensación, lo que me hace sentir la vida. ¿Por qué es tan difícil de explicar? No soy capaz de describirlo con suficiente claridad, o eso parece.

Una vez alguien me dijo que tenía el cuello fino, un cuello de mujer, me dijeron, un cuello de mujer que crecía de los hombros anchos de un hombre; o puede que fuera al revés: hombros finos y cuello grueso. Las cosas que recuerdo que me han dicho sobre mi cuerpo contradicen las cosas que me han dicho sobre mi cuerpo. Me miro la piel y no sabría decir de qué tono es. Me estudio en un espejo y no veo nada en particular. Parece que me haya sentado en algún sitio con toda esta piel y músculos y huesos y grasa y pelo. ¿Son los demás los únicos que pueden determinar qué es tu cuerpo? ¿O hay algún modo de que atrapemos alguna verdad desde dentro, algo que no se pueda ver o explicar con palabras? Sé que con el tiempo los cuerpos cambian; se alargan, se contraen

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