Una pareja casi perfecta

Marian Keyes

Fragmento

cap-2

1

Viernes, 9 de septiembre

—Hugh y yo vamos a tomarnos un descanso —anuncio.

—¿Un descanso tipo viajar a una ciudad donde se coma bien? —Maura afila la mirada—. ¿O un descanso tipo Rihanna? ¿Eh? —me achucha—. ¿Es el descanso tipo viajar a una ciudad donde se coma bien?

—No, es…

—¿El descanso tipo Rihanna? Vamos, es broma, ¿no?, porque Rihanna tiene… ¿Cuántos? ¿Veintidós? Y tú…

—Yo no tengo veintidós.

Tengo que cortarla, no puedo permitir que pronuncie mi edad. No me explico cómo he llegado a cumplir cuarenta y cuatro. Está claro que hasta el momento he andado despistada, pero más vale tarde que nunca y ahora intento evitar cualquier referencia a mi edad. No solo por el miedo que me da morir o, peor aún, que me cuelguen los carrillos, sino porque me gano la vida con las relaciones públicas, un sector joven y dinámico que no valora a los «menos jóvenes». Tengo facturas que pagar, es más que nada por pragmatismo.

Por tanto, evito toda mención a mi edad, siempre, con la esperanza de que si nadie la pronuncia, nadie sabrá los años que tengo y así podré vivir sin edad hasta el fin de los tiempos. (Lo único que lamento es no haber adoptado esa actitud a los veintisiete, pero qué sabía yo a los veintisiete.)

—Soy tu hermana —dice Maura—. Te llevo siete años, o sea que si yo tengo cincuenta y uno…

—Lo sé —la interrumpo, levantando la voz para cerrarle el pico—. Lo sé, lo sé, lo sé.

A Maura nunca le ha preocupado hacerse mayor. Que yo recuerde, siempre ha sido una anciana que parecía más la hermana gemela de papá que su hija mayor.

—O sea que es un «descanso» en el que Hugh puede largarse… ¿a dónde?

—Al Sudeste Asiático.

—¿En serio? Y luego… ¿qué?

—Volverá.

—¿Y si no vuelve?

Maldigo la hora en que decidí confesarle la situación, pero Maura tiene el arte de sacarle la verdad a la gente. (La llamamos la Torturadora.) Siempre intuye si hay gato encerrado. Se ha dado cuenta de que hace cinco días que me pasa algo. Pensé que me dejaría en paz si pasaba de sus llamadas, pero es obvio que tengo una acusada capacidad para autoengañarme, porque era solo cuestión de tiempo que se presentara en mi trabajo y se negara a marcharse hasta obtener toda la información.

—Oye, no hay nada definitivo —pruebo—. Puede que no se vaya. —Es que puede que no lo haga.

—No puedes permitirle que se largue —espeta—. Dile que no puede y punto.

Ojalá fuera tan sencillo. Ella no ha leído la carta de Hugh, por lo que no puede saber lo mucho que está sufriendo. Dejarle ir es lo mejor que puedo hacer para salvar mi matrimonio. Puede.

—¿Tiene que ver con la muerte de su padre?

Asiento. El padre de Hugh murió hace once meses y desde entonces Hugh vive replegado en sí mismo.

—Pensaba que con el tiempo lo superaría.

—Pero no ha sido así. Todo lo contrario. —Maura se está calentando—. Maldita familia la que me ha tocado. ¿Cuándo terminarán los dramas? Esto parece el cuento de nunca acabar. —Los arranques coléricos de Maura son habituales y ya no consiguen aterrorizarme—. En cuanto uno empieza a salir del hoyo, va otro y hace saltar su vida por los aires. ¿Por qué sois tan torpes todos?

Se refiere a mis hermanos y a mí, y no somos tan torpes. Bueno, no más que otras familias, que es lo mismo que decir que mucho, pero también lo son las demás, así que somos bastante normales, la verdad.

—Debe de ser culpa mía —declara—. ¿Fui un mal ejemplo?

—Sí.

A decir verdad, Maura no fue un mal ejemplo ni mucho menos, pero estoy molesta con ella. Dada mi situación, merezco un poco de compasión, digo yo.

—¡Mira que llegas a ser cruel! —dice—. A ver cómo hubieras salido tú si fueras una niña —se refiere a ella— cuya madre se pasa meses en el hospital con tuberculosis, y encima en una época en que ni siquiera se hablaba de la tuberculosis porque ya hacía años que estaba erradicada. Una niña con cuatro hermanos pequeños que no paran de llorar, una casa grande y fría que se cae a pedazos y un padre superado por la situación. Pues sí, tengo un sentido de la responsabilidad hiperdesarrollado, pero…

Me sé el discurso de memoria, podría recitarlo palabra por palabra, pero es casi imposible hacer callar a Maura a media rabieta. (Mis hermanos y yo solemos comentar en broma que su marido EPD —El Pobre Desgraciado— desarrolló un mutismo espontáneo poco después de la boda y que nadie le ha oído hablar en los últimos veinte años. Insistimos en que las últimas palabras que le oímos decir —en un tono de duda extrema— fueron «¿Sí quiero…?».)

—¿Por qué te pones así? —pregunto, perpleja por tanta hostilidad—. No he hecho nada malo.

—Todavía no —augura—. ¡Todavía!

—¿Por qué dices eso?

Parece sorprendida.

—Si tu marido se toma «un descanso» con respecto a vuestro matrimonio —hace el gesto de las comillas con los dedos—, ¿no significa que tú también estás tomándote —más comillas— «un descanso»?

Tardo unos segundos en digerir sus palabras. Acto seguido, y para mi gran asombro, siento que despierta en mi interior una esperanza que, después del horror de los últimos cinco días, recibo como un agradable alivio. En un pequeño rincón de mi alma se enciende una lucecita.

Lentamente, digo:

—Visto así, supongo que tienes razón.

cap-3

2

Ahora que ya tiene lo que vino a buscar, Maura recoge sus cosas, un robusto maletín marrón y un chubasquero.

—Te lo ruego, Maura —digo con vehemencia—, ni una palabra a nadie.

—¡Pero es tu familia! —¿Cómo consigue que suene como una maldición?—. Y hace siglos que Hugh no viene a las cenas de los viernes. Intuyen que algo pasa.

—Hablo en serio, Maura. Las chicas todavía no lo saben y no quiero que se enteren por otro lado.

—¿No se lo has contado ni siquiera a Derry? —Maura está sorprendida.

Derry es nuestra otra hermana. Solo me lleva quince meses y estamos muy unidas.

—Oye, puede que al final no ocurra nada. Puede que no se vaya.

En ese instante la compasión asoma por primera vez en el semblante de Maura.

—Estás en proceso de negación.

—Estoy en algo, sí —reconozco—. En shock, creo. —Pero también hay vergüenza, miedo, pena, culpa y sí, negación, todo mezclado en una horrible maraña.

—¿Todavía quieres hacerte cargo de la cena de esta noche?

—Sí. —La cena de los viernes en casa de mamá y papá es una tradición que mantenemos desde hace por lo menos una década. Mamá carece de energía para dar de comer cada semana a todos los que nos presentamos en su casa (mis hermanos, sus hijos, sus parejas y sus ex parejas —ah, sí, aquí somos muy modernos—), de modo que cada semana le toca a uno de nosotros—. ¿Alguna idea d

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos