Mentira y sortilegio

Elsa Morante

Fragmento

Prólogo. Nada más que la verdad, por Juan Tallón

Prólogo

Nada más que la verdad

El mundo estaba en guerra y Elsa Morante escribía Mentira y sortilegio en silencio y lentamente, ajena a la destrucción y el ruido. El resultado —una epopeya burguesa en forma de Familienroman— sería una novela ajena también a la época en la que fue publicada. ¿O quién podía esperar en 1948 una novela decimonónica, posromántica? Cesare Garboli, estudioso de la obra de Morante, sostiene que era un libro «que miraba y se proyectaba hacia el pasado cuando todo el mundo estaba mirando hacia el futuro». La propia escritora lo había planeado así. Hasta ese momento había escrito y publicado en algunas revistas cuentos fundamentalmente juveniles, que recopiló en 1941 en su primer libro, Il gioco segreto.

El paso del relato y sus imaginaciones adolescentes a la novela representó también el salto a la madurez literaria, aunque del todo alejada de las corrientes imperantes, como era el caso del neorrealismo. En una entrevista a Le Monde, en 1968, la autora admitió que con Mentira y sortilegio había pretendido «realizar lo que Ariosto había hecho con los poemas de caballería: escribir el último y matar el género». En cierto sentido, con su primera novela ambicionó escribir «la última novela de la tierra», y poner en ella «todo aquello que me atormentaba entonces, toda mi vida, que era una vida joven, pero una vida íntimamente dramática. Quería que tal novela contuviese todo lo que había sido la sustancia de la novela del siglo XIX».

Reacia a hablar de su vida familiar en las entrevistas, Morante sostenía que en sus relatos y novelas podía rastrearse su autobiografía. Ahí estaba todo, y solo ahí; ni siquiera en las solapas de sus libros, de las que se encargaba personalmente, y en las que se limitaba a incluir información sobre sus proyectos literarios. Rastreando su vida, en efecto, se advierte hasta qué punto se encuentra esparcida en su obra, en una mezcla templada de realidad e imaginación.

Nacida en una familia con pocos recursos económicos, pero con cierta sensibilidad cultural, Elsa fue la primera de cuatro hermanos y testigo de fascinantes secretos familiares, que actúan como el motor que hace girar en círculo Mentira y sortilegio durante mil páginas. Acaso el más turbador e influyente fue descubrir que su padre, Augusto Morante, no podía tener hijos, por lo que su madre, Irma Poggibonsi, pactó la paternidad con Francesco Lo Monaco, un familiar de Sicilia, que visitaba regularmente la casa. Rodeada de secretos y mentiras, una Elsa todavía pequeña para comprenderlos en toda su dimensión halló con el tiempo en la literatura el mejor camino para ordenar los fantasmas de su familia.

Otro de los episodios de su biografía que arman el esqueleto de Mentira y sortilegio es esa época, a partir de los diez años, en la que vivió en casa de su madrina, Maria Guerrieri Gonzaga, mujer rica y distinguida, que se encargó de su educación y en cuya casa se reunía a menudo parte de la burguesía romana. Gracias a ella, Morante tuvo contacto con un mundo muy distinto al suyo, dando pie a los conflictos de clase que desgrana en el libro.

Mentira y sortilegio es el resultado de un largo proceso de escritura y reescritura. Antes de que el manuscrito llegase a la sede de la editorial Einaudi en Turín, donde fue recibido con entusiasmo por Natalia Ginzburg, Elsa trabajó en él durante años, y en circunstancias no siempre cómodas. A finales de 1941, a los pocos meses de casarse con Alberto Moravia, este supo que su nombre figuraba en las listas de perseguidos por el fascismo a causa de su origen judío, y tuvieron que huir de Roma precipitadamente. Tanto, que más tarde Elsa Morante regresó para recuperar el manuscrito de Mentira y sortilegio, en el que ya había empezado a trabajar.

Si la vida familiar de la escritora, remontándose hasta sus abuelos, alimentó las tramas de la novela, sus lecturas e influencias literarias le dieron forma. Homero, Dante, Spinoza, Stendhal, Chéjov, Dostoievski, Melville, Kafka, Rimbaud, Umberto Saba o Simone Weil son sus referencias importantes. Pero por encima de todas ellas están Cervantes y el Quijote, cuya influencia siempre admitió. Basta evocar el arranque de Mentira y sortilegio, donde la narradora, Elisa, se nos presenta como una mujer encerrada en su casa, rodeada de novelas de aventuras y alejada de la realidad, dispuesta a narrar muy a su manera la historia de su familia, llena de episodios heroicos y trágicos, y cómo al final el relato regresa a la casa de Elisa, donde todo arrancó.

La escritura obstinada de la novela continuó durante los años en los que Morante y Moravia vivieron en el sur de Italia, desplazados por el fascismo, y aún después del final de la guerra, cuando pudieron regresar a Roma. Poco a poco Elsa se fue acercando a la versión definitiva desde su pequeño estudio de la Via Archimede 161. Sus amigos decían que por las mañanas pensaba en la Via dell’Oca 27, donde vivía en un ático con Moravia, y por las tardes escribía en Archimede, rodeada de sus gatos siameses y persas, y de sus discos de Mozart, Verdi y Pergolesi.

Es ya una costumbre remitirse al testimonio de Natalia Ginzburg para saber qué ocurrió en la sede de Einaudi a la recepción del manuscrito de la novela, plagado de correcciones a mano, en tinta roja. «La leí de un tirón y me gustó inmensamente, pero no estoy segura de haber tenido entonces plena conciencia de su importancia y esplendor», confesaría años después Ginzburg.

Como cabía esperar de una obra tan ambiciosa, por contenido y extensión, que galopaba a ritmo inevitable, la crítica y los lectores italianos la recibieron con entusiasmo. En España tuvimos que esperar muchos años para tener una traducción. Es difícil de entender, aunque a veces la eternidad merece la pena.

JUAN TALLÓN

Dedicatoria para Anna

o sea

A la fábula

De ti, Fantasía, me adorno

fatuo ropaje de plumas doradas

que lucí antes de dar a las llamas

mi gran época perdida

y ser fénix triunfante.

La aguja arde, la tela es humo.

Entre aros de oro consumida

descansa la mano vanidosa

y deshojando una margarita

finjo responder por el destino.

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