Desfiladero

Beatriz Fernández

Fragmento

1. «Ahí tienes la puerta»

1

«Ahí tienes la puerta»

Nueva York

23 de octubre de 2015

—¿Ahora?

—¿No tienes tiempo? —me preguntó.

Tenía tiempo. Una tiene todo el tiempo del mundo cuando trata de cumplir sus sueños. Bueno, a no ser que entre en juego el señor Boicot, el cual, en mi caso, suele ser un magnífico jugador. El cabrón conoce mis puntos débiles y se sirve de ellos para limitarme, va en contra de mis deseos con la vaga excusa de que todo lo hace por mi bien. Muy propio de los cabrones.

Pero no. Ni hablar.

Aquella no era una oportunidad para él ni para sus malabarismos. Tampoco para el letrero que nos cuelgan de vagos, atrasados e incompetentes a la mayoría de los españoles (a los jerezanos ya ni te cuento) cuando ponemos un pie en tierra estadounidense. No, no y no. No, porque ocho meses atrás había decidido mudarme sola a Nueva York y emprender un nuevo plan; una estrategia para demoler todas esas estupideces impuestas y creer en algo más. Creer en mí, vamos.

—Suena muy bien —le reconocí—. No tengo nada que hacer hoy.

—¡Maravilloso! Voy a por la separata. Vuelvo enseguida.

Se levantó, salió por la puerta y yo me quedé sentada en un sofá Chester marrón ubicado en el apartamento F de la planta catorce de uno de los casi cuatro mil quinientos rascacielos que adornan la isla de Manhattan. No podía creérmelo. Me sudaban las manos, algo que me ocurría con los nervios que me provocaba el entusiasmo.

Cerré los ojos y respiré hondo.

La habitación parecía silenciosa, pero un zumbido que penetraba a través de la ventana demostraba que no era así. Era un sonido persistente: una mezcla de sirenas, maquinarias que trabajaban sin descanso y pasos apresurados que no llegaban a ninguna parte. Esos ruidos desafiaban un atardecer en calma dibujado con una paleta de colores pasteles en el cielo.

Era la segunda vez que estaba allí. La primera fue un día antes, a la misma hora, a las seis de la tarde. Book,[1] fotografías contra una pared blanca, preguntas habituales sobre experiencia laboral, habilidades, aficiones… Todos los ingredientes normales en un casting de una modelo, vamos. Quizá me abrí más de lo necesario, pero lo cierto es que, justo después de hacer el casting, recibí un correo de Motion Models, que era mi agencia en Nueva York.

De: Motion Models Management <info@motionmodels.com>

Para: Lucía Callado Prieto <lucia.callado.prieto.22@gmail.com>

Fecha: 22 de octubre de 2015, 18.30

Asunto: CALLBACK

¡Hola, beauty!

Tenemos buenas noticias. El cliente de hoy quiere verte de nuevo. Le has encantado y estás como primera opción para el trabajo. Tienes el callback mañana. ¡¡Enhorabuena!! Misma hora, mismo lugar. Ponte guapa y gánatelo. Es un big client.

Matteo XX
Matteo Simone
Booker

MOTION MODELS MANAGEMENT
www.motionmodelsmanagement.com

De manera que al día siguiente, después de salir a correr por Central Park, comprarme una ensalada en el Whole Foods de la 57th St., volver a mi apartamento para ducharme, vaciarme una ampolla de efecto flash sobre la cara y ponerme los tacones y el vestido para los castings (uno negro de Zara ajustado que usaba como si fuera mi uniforme), me presenté a las seis de la tarde en el callback con mi mejor sonrisa y el objetivo de conseguir a ese big client. (Lo de «big» lo decían porque tenía dinero).

En esta segunda ocasión me abrió la puerta la misma mujer que el día anterior y que parecía ser su asistente. Tendría, tal vez, unos treinta años y vestía un kimono marrón; muy elegante, con el pelo negro recogido en un moño bajo prensado que parecía una bola ocho de billar. La seguí hasta la habitación del fitting[2] y me probó dos vestidos bordados de diamantes. Me dijo que eran auténticos. Así que cuando me ayudó a probármelos, colaboré con todo el cuidado del mundo. La verdad es que estaba muy nerviosa, tanto que no quería ni moverme, porque, joder, a saber la millonada que costaba cada uno…

Total, que una vez que el big client me hizo varias fotos con ellos y dio el visto bueno, me puse de nuevo el uniforme de «modelo que va a un casting» y respiré orgullosa por no haberla liado. Al salir de cambiarme, vi que la mujer se marchaba y entonces el big client me comentó el gran interés que tenía en trabajar conmigo. No solo me quería para que fuese la imagen de una de sus marcas (al parecer era un jeque dueño de varias firmas de lujo en Dubái), sino también para que participara en su próximo proyecto cinematográfico.

—¿Un cortometraje? —pregunté asombrada.

—Cuando me hablaste el otro día de que soñabas con convertirte en una actriz, me quedé pensando. Tus ganas, tu energía, el brillo en tu mirada… Me encanta. Me encanta trabajar con gente apasionada. Tengo a otra actriz en mente, no te voy a engañar, pero encajarías muy bien en este personaje y me gustaría que probáramos. ¿Te atreves?

¿Que si me atrevía? Cuando la ilusión no está manchada es un motor de acero inoxidable. Era cierto que no tenía experiencia actuando, tan solo en las funciones de teatro que había hecho en el colegio, pero ¿qué tenía que perder? La vida me había demostrado durante los últimos meses que lo imposible podía hacerse realidad, y quería seguir confiando en ella. Además tenía hambre. ¡Joder si tenía hambre! Hambre de algo nuevo. Hambre de intento. Hambre de triunfo. Hambre de mundo. ¿Quién no lo vive así con veintitrés años? Supongo que los más inteligentes, claro. Pero yo no parecía estar dentro de ese grupo. Venía de un pueblo de Andalucía, de una familia con ideas conservadoras y bolsillos modestos, donde las barreras mentales y económicas habían sido el pan de cada uno de mis días. Ahora por fin empezaba a tener éxito (o lo que yo creía que era el éxito por aquel entonces): un contrato con una de las mejores agencias de modelos de Nueva York, era imagen de marcas con gran reputación, tenía reconocimiento en redes sociales, viajaba por todo el mundo, poseía suficiente dinero en la cuenta bancaria como para costearme sola el alquiler de un estudio y tenía un casting pendiente para Victoria’s Secret…

Victoria’s Secret, por favor.

Jamás habría imaginado alcanzar esa posición. Yo, que me ponía trabas hasta para hacer una tortilla francesa.

También te digo que no fue nada fácil al principio y me lo tuve que currar mucho, pero ya entraré más adelante en detalles con todo esto: con los rechazos que recibí en mis inicios como modelo, con los infinitos castings, con el menosprecio que recibí, con las pocas personas que realmente apostaron por mí…

No obstante, allí estaba yo, logrando ser autosuficiente.

El big client apareció de nuevo sujetando

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos