Los últimos días de Roger Federer

Geoff Dyer

Fragmento

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01.

«The End» es el último tema del primer álbum de los Doors, lanzado en enero de 1967 y grabado el agosto anterior, cuando la banda llevaba junta poco más de un año. Surgió de múltiples actuaciones en vivo en el Whisky a Go Go de Holly­wood, aunque no ha sobrevivido ninguna grabación de esas versiones que evolucionaron hacia la canción. Desde el principio en el Go Go, por tanto, Jim Morrison se obsesionó con el final, y no solo con «The End». «When the Music’s Over» termina con reiteradas garantías de que la música es tu única amiga «hasta el final». Es una apuesta segura, contemplar o proclamar el final así; el tiempo te demostrará que acertabas.

«The End» fue la última canción que el cuarteto interpretó en vivo, en el Warehouse de Nueva Orleans, el 12 de diciembre de 1970. En marzo del año siguiente, Morrison, de veintisiete años, se mudó a París, donde fue encontrado muerto en la bañera de su apartamento el 3 de julio.

02.

En una versión de «Tangled Up in Blue», la amante anónima le dice a Bob Dylan (o a quien sea el narrador de la canción): «Este no es el final, / volveremos a encontrarnos algún día en la avenida…».

Tiene razón, ni se acerca al final cuando dice eso. Es la se­gunda estrofa del largo tema inicial de Blood on the Tracks. Dylan continuó revisando la canción después de que se hiciera un prensado de prueba del álbum, preparado para su lanzamiento, y, en el último minuto, se rechazara en favor de una versión más rítmicamente machacona de «Tangled Up in Blue», regrabada con diferentes músicos en Minneapolis. (Los cambios se hicieron tan tarde que el disco salió a la venta con la portada anterior, y en los créditos solo aparecen los músicos originales). Desde entonces, lo ha tocado en vivo, a veces con cambios importantes en la letra y la música, en más de mil seiscientas ocasiones.

03.

En la pared de la barbería donde me corto el pelo, en Main Street de Venice Beach, donde los Doors comenzaron su carrera, hay un mural de Jim Morrison con los hombros desnudos y aquel exuberante cabello negro que nunca parecía necesitar un corte. Recientemente apareció otro mural similar, justo en mi calle. En toda Venice, de hecho, hay rastros del Rey Lagarto, tributos al dios del rock Dioniso. En el paseo marítimo, siempre hay al menos un músico callejero tocando «Break on Through» u otro de los otros grandes éxitos de los Doors.

04.

Estaba mareando la perdiz, sin saber cómo comenzar este libro sobre cómo terminan las cosas, cuando, el jueves 10 de enero de 2019, en la conferencia de prensa previa a su partido de la primera ronda del Open de Australia, Andy Murray anunció lo que iba a ser su retirada. Más que conmovedor, ver aquello resultó devastador. La primera pregunta, bastante inocua, resultó demasiado para él. Incapaz de responder, abandonó la sala de prensa durante varios minutos para recomponerse. Era el final, dijo cuando volvió a salir. Esperaba retirarse en Wimbledon en julio, pero no estaba seguro de poder llegar tan lejos. Cuando otro periodista le preguntó si esto significaba que el Open de Australia podría ser su último torneo, Murray dijo que era bastante probable. Lo que significaba que su partido del lunes —para mí domingo en Los Ángeles— contra Roberto Bautista Agut podría ser el último. Murray siguió allí sentado explicando que el dolor, no solo de jugar a tenis de máximo nivel sino de ponerse los calcetines y los zapatos en casa, era insoportable. Como suele suceder en estas conferencias de prensa, sus respuestas de sentido común hicieron que las preguntas fueran un poco superfluas. ¿Había visto a un psicólogo deportivo? Sí, pero eso no ayudó porque el dolor continuaba. Si hubiera hecho que el dolor desapareciera, entonces se sentiría genial. Todo ello acabó componiendo una imagen desgarradora y, por supuesto, absolutamente fascinante. Era el final, dijo Murray, en parte porque no había un final a la vista: ni del entrenamiento, de la rehabilitación o del dolor; ninguna señal de cuándo podría comenzar a volver a su mejor nivel. Un verso de «The End» flotaba en mi cabeza mientras observaba a aquel atleta gladiador «perdido en un desierto romano de dolor».

Una de las preguntas que me hizo interesarme por este tema (las cosas que llegan a su fin, las últimas obras de los artistas, el tiempo que se agota) fue la eterna cuestión de la futura retirada de Roger Federer. La inminente jubilación del primero de los «cuatro grandes» jugadores masculinos del circuito puso sobre el tapete una urgencia inesperada, aunque indirecta. Con un rival seis años menor que él planteando ya su salida, el tiempo de Roger también parecía acortarse.

Los escritores a menudo tienen un final a la vista a la hora de completar un libro. Para algunos esto puede adoptar la forma de una propuesta sobre la que se firma un contrato en el que se acuerda de antemano una fecha límite para la entrega del manuscrito. No soy uno de ellos, pero Murray se va del Open de Australia, como se esperaba, en un estallido de gloria derrotada por Bautista Agut después de que cinco sets típicamente agotadores (los dos primeros los había perdido) concentraran su mente. Parecía importante que un libro respaldado por mi propia experiencia de los cambios provocados por el envejecimiento se completara antes de la retirada de Roger, en el largo ocaso de su carrera.(1) Incluso sin tener idea de dónde, cuándo o cómo podrían acabar las cosas, era hora de comenzar a trabajar en un libro que terminó escribiéndose mientras la vida tal como la conocemos tocaba a su fin.

05.

En 1972, durante una excursión galardonada (bronce) con el Premio Duque de Edimburgo, ocho alumnos de la escuela secundaria estábamos acampados en algún lugar de Gloucester­shire cuando la noticia llegó por la radio. George Best dejaba el fútbol. Tendría veintiséis años; yo tenía catorce. Por aquel entonces nosotros aún no habíamos empezado a beber; simplemente estar en el campo en lugar de estar en casa con nuestros padres era suficiente para que nuestra acampada resultara emocionante, pero fueron las noticias sobre Best las que la convirtieron en memorable. De hecho, regresó después de retirarse, y no fue hasta el 1 de enero de 1974 cuando jugó su último partido con el Manchester United antes de los largos y errantes años de su decadencia alcohólica. Esta no era la primera vez que escuchaba que la carrera de alguien llegaba a su fin, pero era la primera vez que me enteraba de que alguien dejaba de hacer algo que amaba, algo que daba sentido a su vida. También era la primera vez que oía que alguien se retiraba y luego volvía a retomar la actividad que había dejado. En el caso de Best, la rutina de dejar el alcohol y luego renunciar a intentar dejar el alcohol acabó conformando el patrón de su vida.

06.

La jubilación en el mundo en el que crecí, el mundo del trabajo mal pagado, a menudo desagradable y sin recompensa, era algo que mis familiares comenzaban a esperar desde una edad sorprendentemente temprana. Era una forma de ascenso, prácticamente una ambición. En el mundo del que he acabado

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