La puta y el hurón

Martha Luisa Hernández Cadenas

Fragmento

Querida Mary:

Siempre pensé que serías mi amiga después de la hecatombe, pero nada resultó como esperábamos. Mírame ahora, derrocho mi dinero y sobrevivo, camino largas distancias y me confundo de dirección en el metro. La vida común la definen los centavos, la alimentación, los cuerpos. En el estado permanente de normalidad casi nunca escribo o escribo muy poco, por eso la escritura se ha convertido más en una necesidad que en un hábito ególatra. Abandoné mi forma egomaniaca de escribir aquella tarde en la que pensé que iría presa por muchos años. Renuncié a todo lo que me relacionaba con ese país y contigo. No me imagino soportando otra noche en una cárcel. Recuerdo que pasé dos noches en la estación de policía Centro Habana.

Acostumbro sentarme en Le Relais de Belleville, vengo una o dos veces a la semana para fingir que hablo contigo. No sé si fingir sea la palabra adecuada porque yo realmente te hablo. Puedo contarte de una noticia, de mi ropa interior, de las sábanas de algodón y la leche de soya, que es la única que me puedo tomar.

Supongo que tú estarás bien; a pesar de fingirte frágil y autodestructiva siempre has estado bien, siempre has podido quejarte porque tienes una buena madre. Dale un abrazo a ella, dile que estuve reescribiendo su historia, que tuve que modificarlo todo porque había olvidado su rostro. Tus rasgos también se me hicieron difusos, cómo podía fijarlos en mi cabeza si ya no iban a estar.

Los años me han convertido en una amante de los insectos. Ellos se sienten atraídos por la pudrición. Yo creía que los insectos tenían la culpa de la descomposición. Hablaba de Cuba como un lugar infectado. Si te escribo esta carta es porque he cambiado de idea. No me arrepiento de lo que vivimos pero me arrepiento de no saber cómo vivirlo mejor. Tú sabes que era imposible haberlo hecho de otro modo, porque fuimos felices en ese basurero en el que amábamos a zánganos. Nos imagino a ti y a mí como pequeños abejorros solitarios que fueron espantados por la sociedad cubana. La sociedad es la gran espantadora.

Para qué escribir sobre mis comienzos en Europa, sobre lo que fue mi vida con Gérard, esos años fueron una pérdida: yo era su puta del tercer mundo, su cubanita especial, su rareza del Caribe. Después estuve con un muchacho diez años menor que yo. Todavía me siento incapaz de describir el amor que sentía por ese hombre. Él quería hijos, así que intentamos adoptar o pagar por un vientre de alquiler. Todo salió mal.

El muchacho diez años menor me dejó por uno de su edad. A mi sustituto lo conocimos juntos en un club y no sé por qué presentí lo que sucedería por el modo en que ellos simulaban no mirarse. Podría hablarte de nosotros, del lunar que él tenía en el labio inferior, de que me gustaba espiarlo mientras dormía, cuando se bañaba, cuando salía del trabajo y tomaba el metro. En mi cabeza, me gustaba que pareciera un desconocido y que nuestra vida juntos formara parte de mi imaginación de dramaturga, como si yo fuera más anónima aún de lo que ya soy por ser una emigrante, como si mi existencia dependiera de él y ya no fuera verdadera.

Me empiezo a sentir vieja. Me empiezo a sentir sorda, como si ya no pudiera escribir lo que escucho porque mi escucha es fallida y en la escritura se trata de escuchar atentamente, aunque esta sea una idea banal que funciona porque me he quedado sin ideas. Escribir me da ideas. Escribir las cosas comunes e insignificantes me ayuda con estos traumas arrastrados desde nuestro origen putrefacto.

Lo primero que se olvida es la voz. Tengo nuestros videos fingiendo desnudez y borrachera, te tengo filmada cantando y leyendo poemas de la libreta que nos encontramos en el Coppelia y que fuimos incapaces de devolver a su dueño; pero he olvidado tu voz porque la grabación no creo que se oiga como tú, deduzco que no te oyes así porque tampoco es mi voz la que ha quedado ahí registrada. No es tu rostro. No es tu cuerpo. Pero, sobre todo, no es tu voz.

Los fines de semana me voy al campo para estar con un italiano mucho mayor. Él viene del sur de Italia y es chef de cocina. Hemos aprendido que el domingo se deshace cuando caminamos sobre la hierba. Él cultiva su propia comida y me enseña el esfuerzo que hay detrás de los detalles, a su lado disfruto la infalible calma fuera del tiempo, me dejo llevar.

Con este amante me siento deseada de un modo en el que nunca antes lo fui: cuando me la mete, se siente como si todo estuviera en paz, como si rellenara un inexplicable gran vacío, y yo quiero que me la meta de ese modo envejecido, real.

Nosotras éramos alérgicas a la tranquilidad. Yo te hubiera amado, juro que sí, te hubiera amado, pero no quiero ver en lo que te has convertido, no quiero saberte viva o feliz, no me interesa saberte, no me interesa saberte realmente, prefiero venir al café y hablarte de manera imaginaria de la empresa americana en la que respondo los mensajes en español. Qué aburrido suena, ¿verdad?

No sé si te dedicas al teatro, si continúas diseñando, si escribes poesía, si te gusta tomar helado para atenuar tu invalidez, si ya no tienes ese mal olor en las axilas. Nosotras éramos inválidas, éramos infelices, éramos infantiles, pero teníamos algo irrecuperable: para nosotras, el mundo duraba unos segundos, la realidad era orgásmica, las decisiones eran absolutamente inciertas y nada cambiaba, vivíamos revolcándonos en el chiquero, esperábamos lo peor, porque lo peor era lo único verdadero.

Éramos más imbéciles que los insectos y no puede ser que exista algo más imbécil que un insecto en Cuba. Los insectos me dan tremenda lástima porque son carroñeros, tú y yo nunca fuimos carroñeras, aunque quién no lo era un poco. Tú sabes de lo que te hablo, te hablo de esa sensación de carroña, daba igual ir hacia delante o hacia atrás porque no había ni futuro ni pasado.

Aquí fumo mucha hierba, pero buena, aquello que nos metíamos era veneno, nos mareaba, nos atontaba más. Quizá ya no vivas en ese país, quizá te convertiste en vegana. Algo me dice que has engordado mucho más y que ya no recuerdas el amor que sentimos una por la otra. Creo que tú tampoco tuviste hijos. Creo que te vas a quedar sola y que sigues pensando que vale la pena hacer teatro o considerar idealistamente el arte. Tú no has aprendido a escuchar. Y a veces hay que ser un gran oído.

Lo que más me duele de no saberte es que lo que nos sucedió nunca habrá existido, nunca se repetirá, nunca lo volveremos a sentir. Ahora me queda este inmenso vacío. Cuba eres tú, éramos tú y yo en ese hoyo, éramos la plaga. Aquí todos piensan que Cuba es Fidel Castro. Están tan equivocados...

La obra que escribí para tu madre terminaba así, ¿te acuerdas?:

SUPERWOMAN ANTIVECTORIAL dice:

Quiero matarlos, hijos de puta, lechosos hijos de puta, quiero matarlos y no volver a verlos nunca más. Que no quede en la tierra nada de ustedes, lechosos hijos de puta. Que sobre la tierra no caiga su leche infecciosa. Que sobre el suelo soberano no caiga su leche contaminante. Que sobre nuestros ríos no caigan sus hijos. Donde se encuentre un mosquito de ustedes, estaré yo, donde pueda mat

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