Glamourama

Bret Easton Ellis

Fragmento

cap-1

I

33

—¡Motas! ¡Motas por todas partes! Fijaos en el tercer panel. Este no: ese. El segundo empezando por abajo. Y que conste que ayer ya habría dejado resuelto el tema, pero entonces llegó el fotógrafo y el tal Yaki Nakamari o como coño se llame el que ha diseñado esto, un chapuzas de mucho cuidado, entre una cosa y otra al final me tomó por no sé quién y no me hizo ni puto caso. Bueno, a lo que iba. Las veis, ¿no? Está claro que todos estos puntitos asquerosos son motas, ¿no? Y a mí no me parece que hayan salido por pura casualidad. A mí me parece más bien que los han hecho con vete a saber qué máquina. O sea que no os vayáis por las ramas, ¿eh? Id al grano y sed concretos. ¿Esto es lo que hay? Pues esto, venga. Sin florituras. El quién, el qué, el dónde, el cuándo y, si puede ser, el porqué, aunque, por la cara de desgraciados que ponéis, me da la impresión de que el porqué no me lo va a contar nadie. Venga ya, coño, ¡qué pasa! 

En este mundillo siempre hay alguien con la respuesta a punto. 

—Este bar es de George Nakashima —me corrige JD sin alterarse—, no de este... Yaki Nakamashi, o sea... Yuki Nakamorti... Ay, no, ¿cómo era...? Peyton, tío, échame un cable, por el amor de Dios. 

—Para este nivel se escogió el proyecto de Yoki Nakamuri —señala Peyton. 

—No me digas. ¿Y se puede saber quién lo escogió? —pregunto. 

—Pues... en fin, de hecho... moi —dice Peyton. 

Breve silencio durante el que Peyton y JD son fulminados por sendas miradas. 

—¿Y se puede saber quién coño es Mua? —pregunto—. Porque yo no tengo ni puta idea de quién es ese tal Mua. 

—Victor, por Dios —dice Peyton—, pero si Damien y tú ya lo tenéis todo más que hablado. 

—Pues sí. Pero ya me estáis diciendo uno de los dos quién coño es ese Mua, porque si no a mí me va a dar un ataque. 

Moi es Peyton, Victor —contesta JD sin alterarse. 

Moi soy yo —asiente Peyton—. Moi es «yo» en francés. 

—Oye, ¿tú estás seguro de que esas motas no están donde tienen que estar? —JD toca el panel—. Tío, no sé, a lo mejor están como de moda o algo así. 

—Alto ahí —digo con la mano levantada—. ¿A ti te parece que esas motas están de moda? 

—Victor, querido, ¿tú has visto la lista de asuntos que aún tenemos pendientes? —JD me enseña una larga lista de asuntos pendientes—. Pues hazme el favor de olvidarte de las motas, que ya encontraremos a alguien que se las lleve de paseo. Y acuérdate de que tenemos a un mago esperando abajo. 

—¿Para mañana por la noche? —digo a gritos—. JD, ¿me juras que no me las voy a encontrar aquí mañana por la noche? 

—Pues yo creo que sí se podrá arreglar, ¿no? —JD mira a Peyton y este asiente. 

—En esta ciudad «mañana» puede significar cualquier cosa, desde cinco días hasta todo un mes. Por Dios, ¡pero qué más tengo que hacer para que os deis cuenta de que estoy que muerdo! 

—Lo dices como si nosotros hubiéramos estado mano sobre mano... 

—Mira, me parece que la situación es de lo más simple. ¿Ves eso? —Señalo—. Son motas. ¿Hago venir a alguien para que te traduzca la frase? ¿O... te das por enterado? 

Nos acompaña una «reportera» de Details. Misión: seguirme durante una semana entera. Titular: GÉNESIS DE UN CLUB NOCTURNO. Descripción: wonderbra, perfilador de ojos en abundancia, gorra de marinero ruso, bisutería floral de plástico y un ejemplar de W enrollado bajo un brazo paliducho y con muchas horas de gimnasio. Uma Thurman con treinta centímetros menos y cara de sueño. Tras ella, un tipo con camiseta de rugby, chaleco acolchado y chupa de cuero que se encarga de filmar la escena. 

—Eh, cielo. —Doy una calada a un Marlboro que me ha pasado no sé quién—. ¿Tú qué opinas de las motas? 

La reportera se baja las gafas de sol. 

—Pues la verdad, no sé. —Aún no tiene claro a qué carta quedarse. 

East Coast girls are hip —digo, y me encojo de hombros—. I really dig those styles they wear

—Yo no estoy muy al día —se disculpa. 

—Pues anda que esta panda... —digo con un bufido—. Hay que joderse… 

Beau se asoma a la barandilla del último piso y grita: 

—¡Victor! ¡Chloe por la diez! 

Acto seguido la reportera abre el bloc de notas que llevaba disimulado bajo el brazo, enrollado en el W, y garabatea unas palabras. Era de esperar que algo así la sacara temporalmente de su letargo. 

Sin apartar la vista de las motas, respondo también a gritos: 

—¡Dile que ahora estoy ocupado! ¡Que estoy reunido! ¡Que ha surgido una emergencia! ¡No, que estoy reunido y que ha surgido una emergencia! ¡Que la llamo en cuanto logremos apagar el incendio! 

—¡Victor! —insiste Beau—. ¡Ya es la sexta vez que llama en lo que va de día! ¡Peor! ¡Ya es la tercera vez que llama en lo que va de hora! 

—¡Pues dile que en el Doppelganger a las diez! 

Me arrodillo —Peyton y JD hacen lo mismo— y recorro el panel con la palma de la mano mientras les indico dónde empiezan y acaban las motas y dónde reaparecen. 

—Míralas, joder… Y fíjate cómo brillan. Fíjate, JD —susurro—. Por Dios, las hay por todas partes. —De pronto reparo en una concentración de motas que aún no había visto y no puedo reprimir un grito—. ¡Se expanden! ¡Estas de aquí no estaban antes! ¿Verdad que no? —Trago saliva y luego prosigo con voz ronca—: Tengo la boca superseca de tanta mota… ¿Puede traerme alguien un té frío? Un Arizona light de botella, no de lata. 

—Pero, Victor, ¿no te comentó Damien lo del diseño? —pregunta JD—. ¿En serio no sabías que iban a poner motas? 

—Yo no sé nada de nada. Nada. Niente. Que te quede claro. Yo nunca sé nada. Nunca des por sentado que yo sé algo. Nunca. Nada. Yo no sé nada. Nada de nada. Nunca... 

—Vale, vale, ya lo pillo —me interrumpe cansado JD antes de ponerse en pie. 

—Pues qué queréis que os diga... yo no veo nada —observa Peyton desde el suelo. 

JD suspira. 

—Ni siquiera Peyton puede verlas, Victor. 

—Pues dile a ese vampiro que se quite las gafas de sol de una puta vez. Hay que joderse... 

—No tolero que me llamen vampiro —protesta Peyton con un mohín. 

—¿Perdón? ¿Toleras que te den por el culo pero no que te llamen Drácula en broma? ¿Estoy todavía en el mismo planeta? Venga, andando. —Agito el brazo señalando hacia algo invisible. 

Mientras la comitiva me sigue por las escaleras en dirección al segundo piso, el chef —Bongo, venezolano, ex Vunderbahr, ex Moonclub, ex Paddy-O y ex MasaMasa— enciende un cigarrillo, se baja las gafas de sol e intenta seguir mi paso. 

—Victor, tengo que hablar contigo. —Tose y agita la mano para apartar el humo—. Por favor, los pies me están matando. 

La comitiva se detiene. 

—Un segundo —le digo

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