PRIMERA ENTREGA
1
Bengala, India, junio de 1870
A ninguno de los jóvenes policías montados le agradaban aquellas comarcas de la provincia de Bagirhaut. A ninguno le agradaba la selva, en la que podía ocurrir todo tipo de cosas, inesperadas, imprevistas, como había ocurrido unos años antes cuando un pobre teniente fue desnudado, apaleado y arrojado al río por intentar recaudar los impuestos de distribución de bebidas alcohólicas.
Los oficiales hincaban con más fuerza los talones de las botas en los flancos de sus caballos. No es que estuvieran asustados, sólo eran precavidos.
—Hay que ser cautos siempre —le dijo Turner a Mason al tiempo que se agachaban para esquivar ramas bajas y lianas—. Ten la seguridad de que los nativos de India no valoran la vida. Ni siquiera al nivel del más pobre de los ingleses.
El más joven de ambos, Mason, asentía pensativo ante las palabras de su imponente compañero, que tenía casi veinticinco años, que tenía otros dos hermanos que habían venido desde Inglaterra para incorporarse al Servicio Civil de la India y que había luchado en la rebelión india unos años antes. Era un experto donde los hubiera.
—Tal vez deberíamos haber traído más hombres, señor.
—Vaya, ¡muy bonito! ¿Más hombres, Mason? No necesitaremos más que nuestras dos cabezas para capturar a un puñado de dacoits[1]. Recuerda que el caballo con coraje no se detiene ante setos ni zanjas.
Cuando Mason llegó de Liverpool a Bengala a ocupar su nuevo puesto, aceptó la oferta que le hizo Turner de «convivir», compartir ingresos y gastos comunes y pasar su tiempo libre jugando al billar o al cróquet. Mason, a sus dieciocho años, agradecía los consejos de una persona tan experimentada en las lides de la policía bengalí. Turner podía enumerar los lugares a los que un policía no debía ir nunca solo a causa de las tribus coles, santales, asamis, kukis y las montañesas de la frontera. Algunas de las bandas criminales de estas tribus se componían de dacoits, bandoleros; otras, le advirtió Turner, llevaban hachas y codiciaban las cabezas de los ingleses. «Los nativos de India sólo valoran la vida en la medida en que puedan asesinar mientras lo hacen», era otro de los proverbios de Turner.
Afortunadamente, aquella mañana de agotadora temperatura no habían salido en busca de esa clase de bandas sedientas de sangre. En lugar de eso, investigaban un descarado y simple robo. El día anterior, un largo tren de unos veinte o treinta vagones cargados de ganado había recibido una lluvia de piedras y rocas. En medio del caos, los dacoits provistos de antorchas volcaron los vagones y huyeron llevándose unos valiosos cofres del convoy. Cuando en la comisaría de policía tuvieron conocimiento de estos hechos, Turner se personó en el despacho del jefe para ofrecerse como voluntario junto a Mason, y su comandante les envió a interrogar a un conocido perista de objetos robados.
Ahora, mientras el terreno se iba despejando, se acercaban a una casa con tejado de paja junto al arroyo. Una columna de humo ascend