El fantasma de Anil

Michael Ondaatje

Fragmento

cap

Nota del autor

Desde mediados de los años ochenta hasta principios de los noventa, Sri Lanka vivió una crisis en la que intervinieron tres grupos fundamentales: el Gobierno, los rebeldes antigubernamentales en el sur y las guerrillas separatistas en el norte. Tanto los rebeldes como los separatistas le habían declarado la guerra al Gobierno. Al final, el Gobierno respondió enviando cuerpos militares y paramilitares a dar caza a ambos grupos.

El fantasma de Anil es una obra de ficción cuya acción transcurre en ese contexto político y en ese momento histórico. Y aunque existieron organizaciones similares a las de esta historia, y también tuvieron lugar acontecimientos semejantes, los personajes y los incidentes de la novela han sido inventados.

En la actualidad, la guerra en Sri Lanka prosigue de una manera diferente.

M. O.

1999

Buscando trabajo llegué a Bogala

Bajé por pozos de setenta y dos palmos de profundidad

Invisible como una mosca, no se me veía desde la entrada

Sólo cuando vuelvo a la supeficie

Mi vida no corre peligro...

Bendito sea el andamiaje al final del tiro

Bendita sea la rueda de la vida en la boca de la mina

Bendita sea la cadena atada a la rueda de la vida...

Canción de mineros, Sri Lanka

cap-1

 

 

 

 

Cuando el equipo llegaba a la excavación a las cinco y media de la mañana, siempre lo esperaba un par de miembros de la familia. Y estaban allí todo el día mientras Anil y los demás trabajaban; no se marchaban nunca; se relevaban para que siempre hubiera alguien, como si quisieran asegurarse de que nunca más se volverían a perder las pruebas. Un velatorio para los muertos, para esas formas reveladas a medias.

Por la noche, cubrían la excavación con láminas de plástico que sujetaban con piedras o trozos de hierro. Las familias ya sabían a qué hora solían llegar los científicos. Retiraban los plásticos y se acercaban a los huesos enterrados hasta que oían el gemido del cuatro por cuatro a lo lejos. Una mañana Anil encontró la huella de un pie descalzo en el barro. Otro día, un pétalo.

Hervían agua y hacían té para el equipo forense. En las horas en que el sol guatemalteco apretaba, colgaban un sarape o una hoja de plátano para hacer sombra.

Siempre tenían el miedo, de doble filo, de que el que estaba en el pozo fuera su hijo, o bien de que no fuera su hijo, lo que significaba que tendrían que seguir buscando. Si se comprobaba que el cuerpo pertenecía a un desconocido, entonces, tras semanas de espera, las familias se levantaban y se marchaban. Se iban a otras excavaciones en las montañas del sur. La posibilidad de encontrar al hijo perdido estaba en todas partes.

Un día Anil y el resto del equipo fueron a un río cercano a refrescarse a la hora de comer. A su regreso vieron a una mujer dentro de la tumba. En cuclillas, sentada sobre las piernas como si rezara, los codos apoyados en el regazo, contemplaba los restos de los dos cuerpos. Había perdido a un marido y un hermano después de que los secuestraran en esa región un año antes. Ahora parecía que los hombres dormían la siesta uno al lado del otro, tumbados sobre una estera. Ella había sido el hilo femenino entre los dos, la que los había unido. Los dos hombres regresaban a la choza tras trabajar en el campo, comían lo que ella les había preparado y se echaban una siesta de una hora. Ella había formado parte de eso todas las tardes de la semana.

Anil no conocía palabras para describir, aunque sólo fuera para ella, el rostro de la mujer. Sin embargo, no olvidaría nunca el dolor del amor en ese hombro, todavía hoy lo recuerda. Cuando la mujer los oyó acercarse, se puso en pie y se apartó, dejándoles sitio para que pudieran trabajar.

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos