Las obras completas de Billy the Kid

Michael Ondaatje

Fragmento

cap

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Te envío una fotografía de Billy hecha con el obturador Perry a su máxima velocidad y revelada con pyro y sosa. Experimento ahora todos los días y creo que podré captar caballos en movimiento, a galope corto, justo cuando cruzan la línea de fuego; y copos de nieve en el aire, rayos de ruedas bien definidos, un poco desenfocados en la parte de arriba, pero nítidos en su conjunto. Los hombres caminando no tienen ningún misterio; ya te enviaré algunas pruebas. Verás lo que se puede hacer desde una montura sin necesidad de trípode o de cristal esmerilado, pero recuerda, por favor, cuando recibas las muestras, que se han tomado con la lente completamente abierta y muchas de las mejores han sido expuestas desde el caballo en marcha.

He aquí los muertos.

(A manos mías)

Morton y Baker, amigos de otros tiempos.

Joe Bernstein. Y tres indios.

Un herrero, a cuchillo, cuando sólo tenía yo doce años.

Cinco indios en defensa propia (al abrigo de una roca segura).

Un hombre que me mordió en un atraco.

Brady, Hindman, Beckwith y Joe Clark,

El agente Jim Carlyle y el Ayudante del Sheriff J.W. Bell.

Bob Ollinger. Un gato enfurecido

y pájaros en prácticas de tiro.

He aquí los muertos.

(A manos de ellos)

Charlie, Tom O’Folliard

El brazo reventado de Angela D.

                                  y Pat Garrett,

que me arrancó la cabeza.

La sangre mi collar toda la vida.

Navidad en Fort Sumner, 1880. Éramos cinco por aquel entonces. Wilson, Dave Rudabaugh, Charlie Bowdre, Tom O’Folliard y yo. En noviembre celebramos mis 21 años mezclando alcohol y marihuana; un escándalo público que duró toda la noche. Al día siguiente nos dijeron que a Patt Garrett le habían ofrecido el cargo de sheriff, y lo había aceptado. Perjudicábamos el progreso en Nuevo México, y ganaderos metidos a políticos, como Chisum, querían acabar con la mala fama. Nombraron sheriff a Garrett, y éste me envió una carta en la que decía o te largas o te trinco, Billy. El gobierno envió a un tal Azariah F. Wild para que lo ayudara. Entre noviembre y diciembre maté a Jim Carlyle por un malentendido, pues era mi amigo.

Tom O’Foliard decidió entonces marcharse al Este y dijo que se reuniría con nosotros en Sumner en Navidad. Adiós, adiós. Pocos días antes de Navidad supimos que Garrett nos esperaba a todos en Sumner. Nochebuena. Garrett, Mason, Wild y otros cuatro o cinco más. Tom O’Folliard llega a la ciudad, el rifle apoyado entre las orejas del caballo. Por aquel entonces disparaba desde la cintura, lo cual estaba muy bien con un rifle, y siempre era certero.

Garrett nos esperaba jugando al póker con los demás, las armas en el suelo junto a ellos. Al saber que Tom cabalgaba solo, fue derecho a la ventana y mató de un disparo al caballo de O’Folliard. Tom cayó con el caballo, sin soltar el arma, y reventó la ventana de Garrett. Garrett ya estaba bajando las escaleras. El señor Wild le disparó a Tom desde el otro lado de la calle y volvió a disparar al caballo, innecesariamente. Si Tom hubiera llevado estribos y no hubiera movido tanto las piernas probablemente habría quedado atrapado bajo el animal. O’Folliard se movió deprisa. Cuando Garrett salió a la calle allí sólo quedaba el caballo, muerto del todo. Garrett no podía gritar para preguntarle a Wild dónde estaba O’Folliard, para no delatarse. Wild gritó de todos modos para prevenir a Garrett, y Tom lo mató al instante. Garrett disparó hacia el fogonazo de O’Folliard y le arrancó el hombro. Tom O’Folliard empezó a aullar en el silencio de la calle de Fort Sumner, la noche de Nochebuena, mientras se acercaba a Garrett sin hombro, las mandíbulas temblando como vejigas que se vaciaran enloquecidas. Demasiado enloquecido siquiera para apuntar a Garrett. Hijo de perra, hijo de perra, mientras Garrett ponía la mira en el blanco y lo reventaba.

Garrett recogió a O’Folliard, la cabeza abierta por la mitad, y lo llevó hasta la habitación del hotel, en el piso de arriba. Mason tendió una manta en una esquina. Garrett depositó a Tom O’Folliard, abrió el rifle de Tom, sacó los cartuchos que quedaban y los dejó a su lado. Tenían que esperar hasta que amaneciera. Siguieron jugando al póker hasta las seis. Entonces se acordaron de que no se habían ocupado de Wild. Salieron los cuatro y lo subieron a la habitación. A las ocho de la mañana, Garrett enterró a Tom O’Folliard. Lo conocía muy bien. Luego fue a la estación de ferrocarril, puso a Azariah F. Wild en hielo y lo envió de vuelta a Washington.

Hay en Boot Hill unas cuatrocientas tumbas.

Que ocupan el espacio de siete acres.

El lugar tiene una puerta elaborada,

pero el camino, sin seguir ruta alguna, serpentea

como las ramas de un árbol entre las sepulturas.

300 enterrados en Boot Hill murieron por violencia:

200 por disparo y cincuenta a cuchillo;

otros fueron lanzados bajo trenes…, una forma de muerte

popular y pasada por alto en el Oeste.

Están los que murieron en peleas de bar

a causa de hemorragias cerebrales

y al menos a otros diez los mató la alambrada.

En Boot Hill hay tan sólo dos tumbas de mujeres,

las únicas suicidas conocidas en este cementerio.

Sé que los demás no vieron las heridas que aparecían en el cielo, en el aire. A veces, de una frente normal ante mis ojos, se escapaban los gases cerebrales. Una vez se atascó una nariz justo delante de mí; una esclusa de piel selló los orificios, y el aterrado rostro tuvo que empezar a respirar por la boca, pero el bigote se le pegó a los dientes de abajo, y el hombre empezó a jadear, un ¡ah! ¡ah! cada vez más fuerte hasta que se desplomó y perdió el conocimiento, pareciendo al final que respiraba por un ojo minúsculos chorros de aire, como agujas, entraban en la garganta. No se lo conté a nadie. Ni siquiera se lo habría contado a Angela D, si hubiera estado conmigo entonces; ni a Sallie, ni a John, a Charlie o a Pat. Al final, lo único que nunca cambiaba, que nunca se deformaba, eran los animales.

MMMMM mmm pensando

viajando por el mundo a lomos de caballos

doblado el cuerpo al filo de sus cuellos

el sudor del cogote carcome mis vaqueros

mientras recorro el mundo a lomos de caballos

de modo que si tuviera yo mente de reportero diría

bueno algunas morales son físicas

que quede esto claro y manifiesto

como esquema de guardia o como estrella

y debe excluir uno muchas cosas

dar media vuelta si la bala ha pasado de largo

largarse sin fijarse en la refriega

rebosando los ojos como cañerías viejas

y dar por buena entonces la moral de la prensa o el arma

donde los cuerpos carecen de espíritu como flores

de papel a las que no alimentas ni das de beber

por eso puedo

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