Los caminos de la quimera

Luis Mateo Díez

Fragmento

cap-1

Nota de aniversario

La Fuente de la edad cumplió treinta años en junio de 2016 y este hecho remueve los recuerdos de su escritura y las satisfacciones que el autor experimentó con su publicación, ya que la novela conquistó en seguida muchos lectores y un inusitado reconocimiento.

Desde mi primera novela Las estaciones provinciales habían transcurrido cuatro años, y el escritor laborioso en que me estaba convirtiendo ya tenía muy claras sus motivaciones y el sentido de lo que le interesaba. El compromiso de la ficción con la vida presagiaba un destino paralelo al de la imaginación con la realidad, y yo estaba más cerca de la quimera de mis Cofrades protagonistas, de alguna conquista beneficiosa que al menos se alternara con la desgracia de vivir y abriese otros cauces y horizontes a la libertad de hacerlo, sabiendo que la vida se inventa para conocernos mejor y que en la ficción literaria se encuentra una parte sustancial del patrimonio universal de la imaginación humana.

La mayor satisfacción, como digo, que me proporcionó la novela fueron sus agradecidos lectores, con el aliciente de que muchos de ellos me transmitieron ese agradecimiento, identificados con el sentido de la fábula y de sus personajes, con los que establecían una jocosa familiaridad.

La verdad es que ése sigue siendo el rendimiento de la novela, tantos años después, con un amplio recuerdo de la misma desde perspectivas generacionales y la convicción de tratarse de una historia de raíz quijotesca y resonancias míticas.

Existe una extendida consideración, muy compartida entre estudiosos y lectores, probablemente también bastante aceptada entre los escritores, de que en la obra de un autor suele haber un título que, con mayor o menor justificación, se impone como ineludible referencia y marca su reconocimiento. Un título que hasta sobrepasa el nombre de su creador, que podría pervivir con su propia identidad en ese límite glorioso del anonimato. Seguro que se trata de una exageración, aunque muy tentadora, no puedo negarlo.

La Fuente de la edad me sigue persiguiendo años después y, aunque en algún momento, convencido de que he publicado otras novelas mucho más ambiciosas, sentí ese peso persecutorio, la insistencia de unos personajes celebrados como inolvidables, no puedo dejar de sumarme a tantos lectores agradecidos, aunque solo sea por puro agradecimiento.

Un agradecimiento a mis editores, quienes rescataron el aniversario de mi olvido, ya que nunca tuve memoria para fechas conmemorativas, y que me lleva, años atrás, a recordar a Felisa Ramos, la editora que entonces leyó el original en una noche y me llamó, a primera hora de la mañana siguiente, para decirme lo que yo más hubiera agradecido escuchar después del largo viaje de escritura acompañando a mis Cofrades.

Luis Mateo Díez

cap-2

Una idea, una fuente

Prólogo

Mis novelas suelen tener su origen en una idea o en una imagen y, a veces, la idea narrativa se reviste ya desde el comienzo de una imagen narrativa, lo que supone que ambas se integran suscitando el aliciente creativo de lo que empezaré a escribir, la historia que despega desde ese arranque embrionario.

Idea narrativa, imagen narrativa, un pálpito originario que contiene, si es bueno, mucho más de lo que parece, que suscita y sugiere y requiere.

No me importa decir que se trata de una idea poética o de una imagen poética, si ese pálpito es suficientemente revelador. A fin de cuentas de esa idea, de esa imagen, se va a nutrir el sentido de la novela, va a irradiar su destino.

La fábula que voy a contar remite en todo momento a ese embrión, la luz que la ilumine proviene de él. Tanto es así, que cuando hay suerte en el proceso de escritura de la novela, el aval que más seguridad me reportará, lo que más agradezco para transitar sin radicales zozobras en el primer tramo, suele ser el título, y un buen título expresa de algún modo esa idea o imagen, se acerca a ella, la sugiere.

Los que se me ocurren en seguida son los títulos que más me gustan, y con ellos obtengo una recompensa necesaria y una coartada contra el extravío. Por eso, es normal que comience a escribir mis novelas, una vez que la idea ha encontrado en mis cuadernos el desarrollo imprescindible, cuando la bitácora ya da cuenta suficiente de la navegación precisa, con el título decidido.

Cuando me dispuse a escribir La Fuente de la edad, la mayor convicción de los cinco años que le dediqué se sustentaba en el título que, en este caso, era una expresión muy propicia de su imagen narrativa, de la idea poética de la que partía.

Siempre digo que la edad me parece la conciencia del tiempo y mi Fuente, la que buscarían los Cofrades en una disparatada aventura, tenía las aguas de esa conciencia, aguas virtuosas que podrían conceder a quien se hiciese dueño de su mito no sólo la juventud sino la lucidez.

Los Cofrades que protagonizan la novela, vitalistas, despendolados, heridos por la mala fortuna de unos tiempos infames, que son los que les toca vivir, buscan en la Fuente la felicidad eterna que sólo puede construirse con la sabiduría y la libertad, ese placer no ajeno a la inocencia, en un tiempo donde poco queda de la misma, y que hay que ganar con el esfuerzo de la imaginación.

La Fuente es un mito, una quimera, un ideal, un camino de salvación que sólo con emprenderlo ya proporciona satisfacciones, aunque probablemente la salvación sea lo más quimérico del mismo, no hay aguas redentoras pero sí existen búsquedas liberadoras.

La búsqueda de ese mito promueve una aventura que se superpone a la precaria aventura de la existencia de los Cofrades; el ideal de la Fuente, que parece un ideal bastante quijotesco, rescata lo mejor de ellos mismos, su desatada fantasía es un salvoconducto hacia la lucidez, un aprendizaje de otro grado de supervivencia que posibilite la felicidad.

Entre la carne y el espíritu, tan sojuzgados ambos en la ciudad de los Cofrades, penden las carencias de ese tiempo, las imposturas, las frustraciones.

No hay corriente que se lleve la desgracia de vivir, sólo emociones anegadas, albañales. La ciudad está gobernada por quienes ganaron en una reyerta trágica, y ellos son los que administran la realidad. Pero, como bien sabemos, la imaginación es subversiva y en la aventura de los Cofrades es la imaginación quien establece las complicidades, la fraternidad de su destino.

Recuerdo haber visualizado a mis Cofrades por algún paisaje más o menos idílico, probablemente todavía no les conocía bien. Estaban en el monte, caminaban jubilosos, comentaban entre bromas los avatares de su excursión. Una imagen vitalista de exaltación y búsqueda, la expectativa del hallazgo, la cercanía de la plenitud.

La Fuente del sueño se correspondería después con la Fuente de la ciudad invernal, bajo la nieve, cuando ellos, inasequibles al desaliento, vuelven a conjurarse para seguir buscando.

Los Cofrades han integr

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