Nuevas andanzas y desventuras de Lazarillo de Tormes

Camilo José Cela

Fragmento

Nota sobre esta edición

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Nuevas andanzas y desventuras de Lazarillo de Tormes se publicó por primera vez, en dieciséis entregas, en el semanario Juventud, entre el 4 de julio y el 18 de octubre de 1944. El mismo año apareció en forma de libro (Ediciones La Nave, Madrid). Se trata de la tercera novela de su autor, después de La familia de Pascual Duarte (1942) y de Pabellón de reposo (1943). La explícita utilización del molde picaresco, empleado ya —aunque de forma mucho más velada e indirecta— en La familia de Pascual Duarte, evidencia el resuelto empeño de Camilo José Cela de postular, en el desolado panorama de la literatura española de la inmediata posguerra, la imperturbable continuidad de sus cauces más genuinos, más propios y representativos. Antes que el Quijote, El Lazarillo de Tormes, cuya edición más antigua remonta al año 1554, abrió el camino a la novela moderna y propuso lo que Francisco Rico llamó «un nuevo pacto de ficcionalidad». La tradición picaresca española, tanto o más influyente en el resto de Europa que el modelo cervantino, quedó asociada, dentro de la Península, a las lacras endémicas que desde entonces no han cesado de afligir a la historia y la sociedad españolas: la miseria, la venalidad, la violencia, el predominio sobre los ideales de los bajos instintos y las urgencias a que aboca la lucha por la vida… elementos todos en que radica la concepción del hombre que Cela no dejó de proyectar en toda su obra. Baste recordar las palabras que en 1957 antepuso a la tercera edición de La colmena: «La cultura y la tradición del hombre, como la cultura y la tradición del hombre y de la hormiga, pudieran orientarse sobre una rosa de tres solos vientos: comer, reproducirse y destruirse. La cultura y la tradición no son jamás ideológicas y sí, siempre, instintivas. La ley de la herencia —que es la más pasmosa ley de la biología— no está ajena a esto que aquí vengo diciendo. En este sentido, quizás admitiese que hay una cultura y una tradición de la sangre».

En su propósito de actualizar el molde picaresco, Cela contaba con el destacado precedente de Pío Baroja, cuya trilogía La lucha por la vida (1904-1905) suele considerarse como el resurgimiento del género en el siglo XX. Es de sobras conocido —y aceptado— el magisterio que Baroja ejerció sobre el Cela novelista, sobre todo en sus comienzos, y resulta evidente que es en su huella como Cela se plantea enhebrar su propia narrativa con la que se hacía en España antes de la Guerra Civil. Proponer una puesta al día del clásico fundacional de la tradición picaresca suponía, por otra parte, soslayar el debate ideológico a que inevitablemente daba lugar todo intento de enfrentar la todavía reciente tragedia sufrida por el país. Como ya había hecho con el Pascual Duarte, Cela encuadraba dicha tragedia en el marco de esa «tradición de la sangre» y de la violencia que, en definitiva, emparentaba a la ruinosa España de los años cuarenta con la no menos ruinosa España imperial. Una operación esta que no dejaba de sugerir lecturas críticas e incluso subversivas, pero que en cualquier caso era bien mirada por las instancias oficiales de la cultura franquista, para la que por aquellos años Cela —recuérdese— colaboraba como censor.

Desde este punto de vista, tiene interés el hecho de que Nuevas andanzas y desventuras de Lazarillo de Tormes se publicara en Juventud, «Semanario Nacional del SEU», es decir, del Sindicato Español Universitario, organización estudiantil de signo falangista con la que se intentaba por aquellos años aglutinar y tutelar los impulsos creadores y renovadores de la juventud española. Si se tiene presente que del entorno de revistas como Juventud o —muy cercanas a ella— Garcilaso, La Estafeta Literaria y El Escorial surgió una literatura de ademanes áureos y neoimperiales en la que se encuadra la tendencia que se calificó pronto de «garcilasista», cabe considerar que, tan cierto como que el «retorno» al molde picaresco suponía una forma de remitirse a la España imperial, lo es que ofrecía de ella su versión menos épica y gloriosa. Esta última perspectiva es la que mejor orienta la lectura de Nuevas andanzas y desventuras de Lazarillo de Tormes, novela que mitiga el realismo tremendista ensayado con Pascual Duarte sirviéndose del pastiche jocoso, lo que recorta en buena medida sus alcances críticos.

La obra fue recibida con reticencias por algunos sectores de la crítica de la época, y saludada por otros —entre ellos Alonso Zamora Vicente— como una oportuna «revitalización» del género. En el prólogo a una edición ilustrada de la novela, del año 1955, José María de Cossío destacaba los múltiples y evidentes paralelismos entre el anónimo del XVI y el texto de Cela. Este consideró siempre su libro como un ejercicio de penetración en los clásicos, un intento muy calculado —y hasta cierto punto fallido— de recrear su lengua y su estilo. En cuanto ejercicio, adolece de cierto voluntarismo y de cierta gratuidad. Está claro que Nuevas andanzas y desventuras de Lazarillo de Tormes no se sitúa en el eje vertebral de la narrativa de Cela, pero tuvo la virtud de catalizar un renovado interés por el género picaresco, que se reflejaría en no pocas novelas contemporáneas (de autores como Juan Antonio Zunzunegui, Darío Fernández Flórez, Pedro Álvarez, José Suárez Carreño) y en importantes acercamientos críticos (de estudiosos como Américo Castro, Pedro Salinas o Ángel Valbuena Prat). El eco de la novela picaresca resonará en el Miguel Delibes de El camino (1950) o el Rafael Sánchez Ferlosio de Industrias y andanzas de Alfanhuí (1951), y ya en la pleamar del realismo social y crítico, se dejará oír en novelas como La resaca (1961) de Juan Goytisolo. Pero sería el mismo Cela quien acertaría a servirse de sus componentes y a refundarla enteramente, en clave ya netamente contemporánea, en su siguiente novela: La colmena (1951), respecto a la cual Nuevas andanzas y desventuras de Lazarillo de Tormes admite ser tomada como una de las varias vías abiertas en la construcción del camino que conduce a ella. Antes de La colmena, sin embargo, Cela ya había alumbrado otra de sus obras maestras, Viaje a la Alcarria (1948), a la que también sirve de ensayo y precedente, en cierto modo, el tipo de novela itinerante y abierta que, mimetizando al Lazarillo, practica con fortuna y amenidad Nuevas andanzas y desventuras..., que en este sentido cabe señalar como importante obra de transición en la búsqueda y el hallazgo, por parte de Cela, de su propio cauce, de su propia voz.

Para esta edición se ha utilizado como texto base el fijado por el propio autor en la edición de su obra completa publicada por Destino-Planeta de Agostini, tomo 1 (Barcelona, 1989). Al texto de la novela se antepone la muy reveladora «Nota sobre la herramienta lit

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